lunes, 5 de septiembre de 2011

Tiempo loco, ¿no?

Hay comentarios que no entiendo, pero para nada, ¿eh? Tarde de verano. No mucho calor. Estoy tomando mate con un muchacho en su casa. Ya hemos –en otras oportunidades– intercambiado lo que Sabina llama “física y química”, (dicho sea de paso, Sabina me tiene el ojo en compota ya). La charla se extiende. Se distiende. Hasta que él: “Sos alta ¿eh?”, (dato: estoy sentada en la cabecera de la mesa; dato más: me conoce hace semanas ya). “Ah, sí, no tanto”, digo yo. En ese momento pasa, pero luego –mejor dicho ahora– me pregunto: ¿a qué carajo viene ese comentario? Sos alta, ¿eh? Sí, pelotudo, soy alta ¿Y? Vos tenés dos brazos, sí. ¿Y? A ver, no es que me violente y le sacuda una patada voladora;  en ese momento, la acotación acertada de mi acompañante pasó sin pena ni gloria. No descarto nada por un comentario así; esbozo palabras más superficiales, obvio. Pero, ahora, que estoy al pedo y razono: ¡qué pavada sin sentido, por favor! En realidad, todo toma otra dimensión cuando una tiene ya un acervo de frases vacuas en su haber. Por ejemplo: San Telmo. Bar. Luz tenue. Primera cerveza en la mesa cuadrada. Él, en un lado.Yo, sentada en el lado contiguo y apoyada sobre mi propio brazo (medio con sueño, debo reconocerlo… venía sin dormir un par de días ya). Él (jugando con mi cabello): “¡¿Cuánto pelo tenés?!”. ¿Qué puedo comentar acá? ¿Se entiende a dónde voy? Digo, qué frase más boluda: “Cuánto pelo tenés”. Sí, ¡qué sé yo! En el zócalo también tengo bastante, si no fuera por el cavado profundo. No soy exquisita, no. Es que realmente gastamos saliva en palabras totalmente en vano. ¿Qué quiere decir alguien cuando nota que medís más de 1,40? Tampoco es que le pongo 2 metros 10… Y miren que escuché burradas, ¿eh? Del estilo, no te veo como mujer. Mi ex novia me completa (¡¿?!). Tenés ese no sé qué… Nos tenemos afinidad. Me gusta la persona que soy cuando estoy con vos (por favor, esto no es joda, es como el concepto de “el otro” en ciencia-ficción). Yo busco una mujer, no una madre. Puedo seguir años y años, páginas y páginas pero temo colapsar el sentido común.
Cabe decir –en un rapto de piedad– que de tanta frase entrecomillada algo sale, algo queda, algo lindo pasa… alguien sobresale. Siempre alguien sabe callar… callar y compartir el silencio.