sábado, 28 de abril de 2012

Si amanece

Recuerdo su canción, la que se disparaba en el teléfono para despertarlo, y me acuerdo perfectamente de la vibración que hacía el artefacto un segundo antes de sonar. Después seguía el manotazo para acallar la intromisión, el giro en la cama y su abrazo. Acto seguido, un segundo aviso, el cual me encontraba con ojos abiertos y rumbo a poner un pie en el día. Era entonces cuando tenía lugar el gentil tirón dormido de quien suplica no ser abandonado a merced de las sábanas. No olvido su gesto, ése que se instalaba involuntariamente en su cara cuando yo lo despertaba. Casi infantil por momentos. Recuerdo el esfuerzo inconsciente que hacía para no mandarme al demonio, habitual actitud ante la presencia de un nuevo día. Su temperatura matinal recuerdo, y la electricidad del contacto. El primer ojo que animaba a abrirse ante lo indefectible. Vuelve casi nítida la sonrisa espontánea de quien despierta y se siente agradecido por el esfuerzo de haber logrado sacarlo de los brazos del sueño. Y esa mirada, profunda sin querer. Suerte que son éstas las imágenes que quedaron en la superficie, flotando en un mar de pasado, sereno. 
Algo hemos aprendido, algo hemos curado, algo simplemente hemos hecho bien después de todo.

domingo, 22 de abril de 2012

Ingrediente secreto

Mucho se ha hablado ya de lo difícil que resultan las rupturas amorosas. Es una situación que quisiéramos obviar, pasar por alto, terminar rápido para luego someternos a una lobotomía que nos evite la etapa post abandono: llanto, play al cd masoquista que provoca más lágrimas, fotos, imaginar al gran estilo Powerpoint los mejores momentos pasados con la música de Armagedon, recordar su sonrisa, su carcajada, rememorar todo con una cuota de idealización exagerada. Las separaciones apestan. Sin embargo, considero que hay una especie de protocolo para cortar un vínculo; es una ceremonia que merece su tiempo, las palabras acordes, el momento justo y el espacio adecuado. Aunque, cuando miro hacia atrás, se presentan ante mí dos situaciones dignas de ser enmarcadas. Hoy me dedico a una de ellas. Hace mucho tiempo ya, yo tenía una especie de relación que no era formal, pero se había convertido en algo bastante frecuente. Los encuentros estaban salpicados por diversos matices, desde la sobriedad en pleno día, hasta la borrachera más infame en las noches del fin de semana. Todo iba de maravillas, con horarios imposibles y compromiso fluctuante, pero aceptable al fin. Una madrugada, a la salida del boliche donde habíamos permanecido enroscados por varias horas, el altísimo y pardo muchacho me da a entender que “tenemos cosas que hablar”. Persígnense. Fulano: “Tenemos que hablar”. Mengana: “¿Sobre?”. Fulano: “De nosotros, de esto”. La puta madre. Automáticamente enciendo el último pucho que tengo y me la veo venir. Sinceramente hacía unos días que todo se había vuelto un poco confuso. Silencios, desencuentros y poca explicación. Salimos caminando del night club, anduvimos varias cuadras para dirigirnos a la plaza que solía acogernos en las horas diurnas. Yo fumaba y caminaba dando unas zancadas muy poco femeninas. Ya el panorama destilaba fin. This is the end, my only friend… Él caminaba con una resaca alegre y decía cosas graciosas; yo, en cambio, quería sentarme en un banco, escuchar lo que tuviera que decir y liquidar el asunto lo más pronto posible. Pero el pibe, a media cuadra de la plaza y demostrando una falta de tacto asquerosa, ¿qué hace? Se para en un kiosco e inmediatamente después de soltar: “Perá que tengo una lija que me muero”, se compra un pancho. Él, que estaba por cortarme el rostro en una plaza de mala muerte, se compra un pancho. Yo lo veía con ese embutido rebosante de kétchup y mostaza, y lo único que me inspiraba era el deseo de meterle el morro en el agua hirviendo del panchero. Automáticamente miro al kiosquero y le ordeno: “Un Camel común... con lluvia de papas”. El famélico me miró, obviamente, sin entender la ponzoña. La postal era más patética que todos los resacoides de ojos vidriosos tirados en las veredas: yo, la chica, fumando de manera casi autista, lo miraba a él y luego a un punto de fuga, a él, al punto. Él explicaba que yo, el compromiso, que él, que la ex, los amigos y el amor, mientras se nutría de embutido. Yo, opípara de repugnancia, tomo su servilleta, la despliego, la relleno de frases chatarra, la enrollo y, ahí, en medio del rocío matinal tiro al tacho la burda receta del abandono gourmet. Lo miro a él, miro el punto de fuga, a él, al punto, él. Yo. Punto.

miércoles, 18 de abril de 2012

Breves

Me he dado cuenta de que mi mundo ha vuelto a cercenarse a partir de la aparición de una rara especie –femenina en su mayoría– que utiliza un vocabulario, unas expresiones, que no me encajan ni con vaselina. Agarro una tiza, me agacho y la apoyo en el piso, camino hacia atrás dando pasos cortitos cortitos y voy marcando en el suelo una gran línea divisoria, infranqueable, entre mi mundo y el de aquellas doncellas. Acá quedo yo, de este lado, y ya somos pocos. Cada vez menos, diría. Y allá, del otro lado, desotra parte en la ribera, las chicas que pronuncian “comí rico” y “cocinó rico”. Cierro el círculo de tiza, ya estoy a salvo. Allá, en el país de la colorida postal deco vintage al crochet, que sigan con lo rico, que yo acá me quedo con lo algo.

lunes, 16 de abril de 2012

Anotatelón

Contrario a lo que se afirma culturalmente, la madre del hombre siempre es la más yegua.

martes, 10 de abril de 2012

Bienes raíces

Conocer la casa del señor con el que una está saliendo es un momento revelador, es la apertura a un mundo de certezas. Mi sucinta experiencia me ha demostrado que el inmueble puede ser el gran oráculo que nos prepare para el fatal destino rumbo al que nos dirigimos.
1. Deslumbres postadolescentes.
Las primeras situaciones amorosas siempre tienen como bautismo la casa del tipo bohemio. Sí, ese que se comió que Rayuela existe y por ello deja en el suelo ceniceros repletos de colillas, junto a almohadones y vasos usados. Siempre garpa la botella de ginebra Bols que rememora a Luca y un estante con libros. No cualquier libro: Walsh, Arlt, la biografía de Gramsci y una foto del Che agarrada con una chinche. En una esquina es fija que hay una criolla apoyada. Sin embargo, el detalle que no puede faltar es ese colchón de dos plazas en el piso, cual Patrick Swayze en Dirty Dancing, que sólo tiene y tendrá una dueña auténtica, una Maga: la ex que le rompió el corazón. Pues bien, esa casa te está hablando: no hay que dejarse engañar con la imagen del muchacho gris antisistema porque, con el tiempo, este joven marginado adrede que te enroscó la cabeza durante años, te deja por una púber que irradia la simpleza del prototipo chica-espontánea. Al tiempo la púber lo casa, lo engorda, lo hace papá, él se olvida de la palabra “excluido social”, cumple las 10 horas de trabajo y su único plusvalor es el zapping de la noche.
2. Quiebre del patrón.
Luego de escarmentar con la seguidilla de muchachos conflictuados, le damos chance al tipo caballero y de buena charla. Al entrar a su casa, tenemos la sensación de que es más femenina que la nuestra. La exactitud con que cada mueble se dispone en su preciso lugar es abrumadora. Abunda el espacio compacto, el puf de mil colores junto a la ratona color wengue, que a su vez equipara en centimetraje al sofá dos cuerpos que tiene enfrente. Las dos sillas súper modernosas parecen sacadas de una película de George Lucas, y encima son color índigo. Hasta el aire parece estar medido. Se asemeja a uno de esos departamentos ya amueblados. Como que el sujeto que lo habita no tuvo ninguna participación en su armado, como que tampoco tiene mucho que ver con él. Como que todo es muy prefabricado. Y claro, el depto nos habla: el pibe en sí mismo es un prefabricado. Nos vendió el gran buzón gran. Muñeco de torta que construye la vida con la parla, pero sus actos jamás acompañan al discurso que minuciosamente eligió creerse.
3. En tiempos de sequía, veamos qué onda.
La situación está difícil, no hay stock de príncipes azules, entonces nos entregamos al conformismo. La vida nos grita: ¡Es lo que hay!, y allí vamos a seguir desgranando los días. Estamos viéndonos con el chico buena onda, el pibe que tiene calle, el despreocupado, pero también el que carece de toda noción del código social. El tipo va en la suya y que el mundo se acomode a su paso. ¿Con qué hogar nos encontramos? Con el típico que fue decorado y amueblado por la mamá de su habitante. Así es, mami dispuso el mobiliario que se le antojó: sillas del tío, mesita ratona del abuelo, sillón individual que pertenecía a madre; lo único propio que aportó el benemérito en la mudanza fueron las dos banquetas plásticas, la playstation y la plancha para el paty. ¿Qué se lee en una casa así? Que hay sólo tres cosas que le interesan a ese señor: una, la madre; dos, los amigos; tres, Banfield. Vos, sí... estás para superar el Edipo, osea, para ser garchada sólo cuando la libido se le despierte en un arrojo de instinto de supervivencia. Un manto de piedad me lleva a decir que este tercer sujeto es el más inofensivo, no intenta ser otra cosa de lo que es y lo deja claro, clarísimo, desde el primer día.
Sin embargo, luego de tanta visita, una da con aquella casa que se sale del catálogo, esa que no da letra al facilismo de ser inventariada con tres chistes obvios, que nada tiene de cortazariano. Siempre se encuentra la casa que no llama la atención por su extrañeza, sino que integra un todo con aquel que día a día fue dejando su marca en ella. Una casa que guarda la esencia misma del que nos abrió la puerta para franquearla y hacernos parte.

viernes, 6 de abril de 2012

Los hombres de mi vida II

Empleado pet shop: Buen día...
Yo: (Entusiasta) Hola, buen día... Necesito una pipeta para perro.
Empleado: ¿Cuánto peso tiene?
Yo: Para diez kilos.
Empleado: (Estricto) ¿Hasta diez kilos o más de diez kilos?
Yo: (Dudosa) No sé... me dijeron diez kilos.
Empleado: (Con actitud de dar cátedra) Claro, te explico... viene hasta diez kilos y después de diez en adelante.
Yo: Sí, te entiendo... pero este perro pesa diez kilos, está en el límite justo, como la General Paz.
Empleado: Bueno, te doy hasta diez kilos entonces...
Yo: (Silencio con levantada de hombros).
Empleado: (Agachado y su voz viniendo del submundo) ¡¿Fipro o Power?!
Yo: Fipro...
Empleado: (Sin escuchar) Tenés la Power de $ 21 que te dura 6 semanas, y la Fipro de     $ 25 que dura 8 semanas.
Yo: La Fipro.
Empleado: ¿Cuál llevás siempre? Te muestro las cajitas así te das cuenta.
Yo: No, yo llevo para gato siempre. Ahora me dijeron que lleve la Fipro.
Empleado: Pero, ¿vos necesitás para gato o para perro? Porque éstas son para perro.
Yo: No, no, llevo ésta, la Fipro para perro.
Empleado: ¿Tenés un perro de cuánto tiempo?
Yo: Yo tengo un gato... pero vengo a buscar una pipeta para perro, un perro que no me pertence, del cual no soy dueña, un perro que no es mío.
Empleado:(Agarrando la cajita) Ah, bueno.
Yo: Dame dos cajas de esa.
Empleado: Pero se ponen de a una... y te dura ocho semanas.
Yo: (Ya impaciente) Sí, pero llevo dos para tener.
Empleado: ¿Te conviene? Porque después del mes capaz que te varía el peso...
Yo: (Sin entender) ¿El peso del perro? Es un cusco de nada, cuánto puede aumentar en un mes.
Empleado: (Dando Seminario de pipeta 5) Te explico.... te conviene comprar la pipeta cuando se cumpla el lapso de cobertura...
Yo: (Final de charla imaginado) No me expliques nada más, gracias... hacé algo, agarrá la pipeta plástica, sacale el precinto de seguridad y empipetate el frenillo del poto. Buen día...
Yo: (Final de charla real) Se, se, gracias, igual, llevo dos cajas. ¿Cuánto es?