viernes, 16 de mayo de 2014

Fragmentos de bar

Dos veces por semana llego al trabajo 20 minutos antes, entro en el bar de la esquina y en una mesa ya está esperando su té con tostadas un señor mayor, con papada y ojos simpáticos. Lee La Nación. Yo pido lo mío y también leo algo. Tres minutos después que yo, ingresa el otro señor mayor, de contextura más pequeña, con boina y campera matelasé azul marino. Saluda, se asoma a la barra y pide cortado en jarrito y dos medialunas. 
Desayunan juntos y pocas veces conversan, se limitan a comentarse cosas o a señalarse un titular del diario y asienten con un "sep", "aja". Hoy tuvieron un pequeño intercambio que me hizo gracia:
 
Grandote: -Esta semana te consigo la batería del audífono. 
Matelaseado: (lo mira y asiente como entendiendo).
Grandote: -Y sí, vos me prestaste un par de audífonos ya... es lo menos que puedo hacer.

El matelaseado le comentó algo más de la obra social y la calidad de las baterías, y yo me imaginé mayor y teniendo esos problemas en la cabeza. Y me volvió a dar gracia, cómo con el paso del tiempo las preocupaciones se reducen a lo verdaderamente indispensable.

domingo, 30 de marzo de 2014

Warning

Mascotas, a ver si aflojamos con los episodios fúnebres, por favor. 
Mi espíritu es débil y sensible, así que por este año 
a dejarse de escorchar con las despedidas. 
No more tears. 
Capisce?

sábado, 29 de marzo de 2014

17 de octubre

Conocimos al general allá por fines de los noventa. Éramos unos adolescentes tardíos y nos divertíamos infinitamente. El general era una bola negra pequeña que jugaba con las bufandas cuando se las movíamos por el suelo. Una vez que frenaba el movimiento, él se quedaba asombrado, mirando la lana queda en las baldosas. El general tenía unos bibotes (diría mi sobrino) larguísimos y blancos, y unas pestañas exageradas también. Rompía todo el general, además de la paciencia. Jugaba, corría y perseguía la luz y hasta la sombra de las manos. Recuerdo al general enardecido. Siempre que me quedaba a dormir me tiraba un fu aterrador. Una noche nos obligó a todos (los dueños de casa y las visitas) a dormir en el comedor, porque estaba tan sacado de furia que el dueño de casa lo tuvo que dejar encerrado en el cuarto. Fue inevitable la decisión de castrarlo, y todos preocupados por cómo reaccionaría el general cuando despertara de la anestesia solo en su casa. Y claro, reaccionó como lo que era: un descontrol. Pasado el adormecimiento, él ya se colgaba de todos lados. Se fue amansando con el tiempo, y ya cuando me quedaba a dormir, pasaba caminando hacia el cuarto de sus dueños y de reojo me hacía un fu, pero como para justificar su rol de mascota guardiana. El general afianzó su amor para conmigo cuando lo cuidé luego de que le destaparan las vías urinarias. Recuerdo a su dueño llevándolo en un canasto de mimbre de 90 cm de profundidad, y al general enojadísimo en el fondo y quejándose lastimeramente. Hacía conejito el general, para pedir comida. Tenía una pose llamada "chupame un huevo", a la que logramos fotografiar luego de tres meses de intentos. Rascaba la puerta del baño y entraba mientras uno estaba ahí. Pedía agua del bidet, teniendo un plato enorme con agua recién cambiada. El general me ha marcado como propiedad suya en un acto absolutamente irreverente. Con los años, la dueña de casa lo fue malcriando cada vez más. Hasta que el general devino una mariconada absoluta. Mañoso, insistente, haragán y adorable. Cuando sus dueños volvían de vacaciones, los castigaba unos días con la indiferencia. Tuvo meses de bola gorda adicta al balanceado, y otros de peso recuperado. El general posó aproximadamente para 89431 fotos, en todas las poses pensadas. El general estuvo al borde varias veces y fue agotando todas sus vidas. Lo lloraron mucho, anticipando lo inevitable. Pero el tipo acomodó la cadera y siguió pidiendo Tolem. Tal vez para compensar tantos amagues y líos de niño, el general tuvo un acto de nobleza: decidió seguir durmiendo a los 89 años humanos. Hoy, le dedicamos este pequeño homenaje a él, a quien tras tanta travesura felina se ganó el nombre de Juan Domingo Pesadilla, el gato nacional y popular, carajo. (aplausos)

jueves, 27 de marzo de 2014

martes, 25 de marzo de 2014

Caca

La persona sorete es aquella que existe en el mundo para enmierdarte la vida. La persona sorete, así nomás, no posee la destreza humana de notar lo mierda que es contigo. Y claro, porque la persona sorete ni siquiera advierte que existe alguien más allá de su diarreico ombligo. O, tal vez, sí... sabe que existen otros en el mundo y hasta incluso nota que existís vos, pero se pasa a uno por uno por el traste. Si total, el resto sólo es un bonito bonito papel para limpiar la cagada misma que va dejando a su paso. La persona sorete abre la boca y expulsa palabras flatulentas que se desvanecen por fin apestando el aire que respiramos. Dichas palabras cumplen la función de gasificar su personalidad, inflándola al punto de la perfección, para luego estallar, enterrándote en mierda hasta las pestañas. La persona sorete te constipa la perspectiva. A su alrededor olés jazmín, pero no pasa mucho tiempo para que la pestilencia se abra paso y te acomode las piezas del cuadro. La persona sorete justificará su accionar excrementicio argumentando que todo conspira contra sí, deslindándose de ese modo de cualquier tipo de responsabilidad residual. La persona sorete defecará oraciones hediondas que de ningún modo se corresponderán con un accionar y que jamás se transformarán en algo concreto. La persona sorete te caga el día o los días o las semanas o los años y sólo saldrá de tu vida si la lucidez hace fuerza y te ayuda a abrir las compuertas de lo desechable para evacuarla para siempre y de una vez por todas.

martes, 11 de febrero de 2014

Héroes mañaneros

Te dormiste tarde, pasada la medianoche. Tenés que despertarte muy muy temprano porque hoy empezás a trabajar de nuevo. Dormiste apenas casi 5 horas. Suena el despertador y te das cuenta de que la noche se te hizo cortísima. No vas a poder salir de la cama. La gata se mulle y te mira con un reojo entrecerrado. Te incorporás y camino al baño, a tientas, encendés la radio. Lo de siempre. Aunque hoy algo cambia. Empiezan los primeros acordes. En realidad el sonido característico y la batería inmediata que acompaña. Ahí va de nuevo. La canción salvadora de la mañana. A partir de acá, todo lo hacés cantando y moviendo el cuerpo. Vas despertando. No es lo mismo si ponés vos el tema, que la radio decida por vos es sublime. El día ya está pagado.

somos nada
y nada puede lastimarnos
creerás que miento
como esa vez
podemos cuidarnos
alguna vez
seríamos héroes
 Héroes. Fricción
(clic)

lunes, 10 de febrero de 2014

Lenon

Era de noche en el barrio. Habíamos terminado de comer y yo de llorar por otra pena amorosa. De repente, algo trepó a la ventana y se quedó mirándonos. Los tres nos sorprendimos. Era pequeño y gris y nos miraba un montón. Bajé la persiana, apagué las luces, creyendo que volvería a su casa. Me equivocaba, porque comenzó a maullar avisando que no tenía una casa adonde regresar. Por fin salí y vino corriendo. Me agaché y se me arrimó a los pies, ronroneando como nunca escuché. Era precioso. Pero precioso de verdad. Era chiquito aunque no bebé. Yo miré a mis dos cómplices y la menos amante de los gatos me devolvió una mirada que lo decía todo. Hasta a ella la había comprado. El resto no sé si importa describirlo. Lo custodié hasta el día siguiente. Enfrentó al perro de la casa como si fuera un león africano. Por fin la menos amante de los gatos vino a buscarlo con su marido para darle un hogar al que sí poder regresar. Al minino le costó adaptarse, porque no sabía controlar el amor, los mimos, dos perros nuevos y otros tantos gatos. Con el tiempo todo se armonizó. Sólo hizo falta paciencia y amor. Por eso, hoy reafirmo mi creencia de que las mascotas no deberían morir. Nunca. Ni en la realidad ni en la ficción. Simplemente debería suceder otra cosa, no sé muy bien qué. Tal vez la eternidad.