viernes, 27 de julio de 2012

Y Dios dijo a Eva

La lucha contra el estado ovárico es una batalla perdida. Estoy ovárica, sí, ¿y? No me digan, no quiero que me digan que no son los ovarios sino el cuello del útero porque me da exactamente igual, sea lo que fuere me cansa de manera sobrenatural. Y lo peor, lo peor es darse cuenta de que ante el desgano, el instinto suicida y la congoja que empieza a tomar todo el tórax, una no puede hacer nada. Es así, el periodo se avecina y debo afrontar estoicamente esta ánima fofa que insiste en enterrarme en los suburbios de la feminidad. Estoy mirando una película re pedorra, él la mira y le dice: “Crucé océanos para encontrarte”, y ¡zas! se asoma la lágrima preciclo. Me voy a dormir a la noche, apoyo la cabeza en la almohada y me sobreviene una angustia que empieza a pucherear, luego la lágrima loca rueda en la sábana y ya abro las compuertas y me arrojo al llanto más falto de motivo que existe. Pienso en la monotonía de mi vida: llanto. Veo un perro dormir en la puerta de un cajero: llanto. Pasa una vieja con andador: llanto. Se rompe la persiana hija de mil putas: llanto. La gata me tira un zarpazo y me hace fu: llanto. Quiero sacar el frasco de berenjenas en escabeche que está al fondo de la heladera y se estrella contra el piso: llanto. Se me va un 132, corro al que viene atrás y que acaba de estacionar, corro corro corro, arranca despacio, corro, me agarro del pasamanos, arranca fuerte y me cierra la puerta en las mismísimas narices: llanto. Pensar que hace tiempo atrás esto no me pasaba, el ciclo venía, se quedaba unos días, se retiraba y eso era todo. En fin... sea ultrafina, con alas, normal, súper o nocturna, voy pateando mi salud anímica hasta que la naturaleza lo decida.

viernes, 13 de julio de 2012

Tres pelos

Hace unas semanas fuimos con mi amiga, la chica dada que te toca y te estremece, a ver una banda musical muy simpática. El lugar, desprolijo adrede, era uno de esos bares que se arman con una estética casual, de rejunte, con onda así-nomás. Una vez ubicadas y provistas de víveres para sobrellevar la velada, advierto mientras conversamos que no puedo sacar mis ojos de los muchachos presentes (estética casual, de rejunte, con onda así-nomás). Miro a los sentados, a los parados, a los acodados, a los apoyados, y no doy abasto. Por supuesto que me pregunto qué es lo que está ocurriendo, porque una cosa es mirar a un sujeto específico y otra muy distinta es esta orgía ocular a la que me encuentro entregada. Primero creo que estoy más necesitada de lo que me parecía. Pero no es eso. Me cuestan varios minutos, hasta que por fin doy con el motivo: las barbas. Ahí está. Es eso. Sólo y tanto como eso. Hay muchos hombres barbados. Es así como me percato de que hacía mucho mucho no veía barbas, así todas juntas. Esto es lo que le explico a la chica dada que te toca y te estremece. La barba. Presencia atractiva si las hay. Las barbas son una especie en extinción, con muy mala prensa. Blanco de comentarios desagradables por parte de muchas damas, del estilo: “¡Qué asco! Comen y se les pegan todos los fideos”“¡Ay, no! ¿Barba? Uácala... lo besás y te pincha toda”. Sin embargo, para mí son un agregado exquisito en el sexo masculino. Me refiero a las barbas posta, no a ese grisáceo que abunda hoy día, o chivita, o candado, o barba de tres días, o recortada con una prolijidad obsesiva, que no están mal pero no son lo mismo. Hablo de la barba, ésa, así, crecida, abundante, desprolija sin ser guaranga. Esa barba. Recuerdo que de chica miraba embelesada a primos, tíos o amigos de padre, altos, grandes y barbados. Era increíble. Luego de adolescente ya no me maravillaba, sino que me enamoraba automáticamente de aquellos que tuvieran barba. Primero, la barba y después vemos. De hecho tengo varias barbas en mi vida amorosa, aunque la mayoría de sus portadores nunca se haya enterado de ello. Una de las tantas perteneció a uno de mis primeros amores (no correspondido por supuesto, sí enterado), él no era nada lindo pero yo estaba perdida. El día que decidió dejarse crecer la barba para mí fue sublime, pese a que le quedara espantosa y asentara más su ridiculez tan falta de glamour. Nunca voy a olvidar la tarde en que me eligió a mí para que lo ayudara a afeitarse, fue como llevar la antorcha olímpica; un momento de sentimientos encontrados: alegre porque era yo y no otra, triste porque se desharía de su bien tan preciado por mí. Más grande ya, se me presenta en la memoria el chico de pelo largo y barba a quien por mucho tiempo le desconocí el nombre. Meses embobada, mirándolo, charlándole, sabiéndole por fin el nombre suyo y el de su novia. Pero nada importaba, tenía barba (y pelo largo, y novia); hasta que, claro, llego una mañana, lo veo y reparo en la fatalidad absoluta: se había afeitado y cortado el pelo. Sí, se había mutilado de una manera extrema por un solo motivo: “A mi novia no le gusta”. Dios le da pan... Tuve revancha después, porque hicimos una linda historia de amor juntos, pero la barba nunca estuvo presente; y eso que yo sí le hubiera hecho honor. Hace poco también encontré una barba en el joven con quien nos entendimos desde el minuto uno, y al verlo así barbado me pudo para siempre. Las barbas. Las barbas dicen mucho de quien las lleva. Las barbas marcan una personalidad inquietante. Las barbas ocultan un secreto agradable. Las barbas... Hoy las reivindico. Hoy las recuerdo. Hoy pido que sigan creciendo. Que se animen a pesar de la ignorancia femenina que las rechaza. Las barbas. Aunque escapen, aunque tengan otra dueña y se me hagan las difíciles, seguiré esperando ir a su encuentro, porque como dije hace muchos años ya: la barba... la barba no se discute.

martes, 10 de julio de 2012

Cuestión de actitud

Cansada de escuchar que soy complicada, que soy muy selectiva, que soy rara, que tengo mucho carácter, que nada me viene bien, aquí un pequeñísimo ejemplo de cómo algunos sí entendieron todo:

Yo: Bueno, llamame un taxi que ya es re tarde.
Él: ¿Eh? No molestes. (Apaga la luz y me abraza) Dale, ponete a dormir.

jueves, 5 de julio de 2012

El caso Dora

Hace unos años que trabaja en el mismo lugar que una. Nadie pero nadie repara en él. No asiste a las reuniones para tomar café o ir al kiosco. No comunica mucho de sí mismo. Sólo se limita a un “sí, claro” o a una sonrisa condescendiente, pero no más que eso. Bien. Un día coincidimos los dos en la parada de colectivo y se entabla una pequeña charla, nada que derrame gran sabiduría, pero un intercambio de palabras al fin. No estuvo mal. Entonces eso es todo lo que le basta, sólo fue necesario vernos hablar al día siguiente o hacernos un chiste de complicidad para que la compañerita nuestra de cada día, esa que nunca puede ser menos, esa que a los 76 años va a seguir izándose las gomas hasta la pera (sin reparar que su añeja juventud está claramente escrita en las arrugas de su escote, por más andamios que use para levantar lo inevitable), se precipite a la caza del gavilán en exhibición. Será posible, che, ¿puede ser que existan minas así? Ella les hace asco a todos, pero igualmente les despliega su cola de pavo real y les pestañetea los párpados; es más, meses atrás se sentía explícitamente fastidiada por este sujeto en particular. Sin embargo, ahora, algo había cambiado: otra muchacha había hecho contacto con el susodicho, otra señorita había descubierto en el Jorobado de Notre Dame un codiciado Brad Pitt en potencia. No sólo nos vio hablar, sino que nos cruzó mientras intercambiábamos celulares. A partir de ese día, la bebotona freudiana le buscó conversación, le preguntó ciertos datos irrelevantes y, por supuesto, tejió la mejor de las excusas para pedirle su número telefónico; todo en mi presencia, porque lógico– es lo único que valida su superioridad femenina: que yo esté presente. En la definición de patetismo seguramente aparece tu foto, encanto. Sos tan obvia, tan plásticamente articulada, que dan ganas de comprarte una casita y un Ken. Si me quedaba alguna duda acerca de tu euforia uterina, esto acaba de sellar la confirmación. Ahora ya entiendo tus sonrisitas orgásmicas ante el ente masculino, tu taconeo frenético y tus ropas tres talles menores by Cris Morena; como también tu pose “ay soy un desastre en esto, no entiendo nada” mientras se te dibujan esos pucherones tan pateables. Asimismo comprendí la esencia de este ejemplar de mujer histeria: su meta no es salir con el colega, dado que no le tocaría ni el ojo; sólo necesita desviar la atención del jovencito cada vez que esté presente la fémina potencialmente peligrosa, engrosando así su voraz e inseguro narcisismo. Entre nos, si llego alguna vez a eso (o por lo menos a levantarme la mampostería hasta el ganglio), propínenme unos buenos azotes en las asentaderas.