La
lucha contra el estado ovárico es una batalla perdida. Estoy
ovárica, sí, ¿y? No me digan, no quiero que me digan que no son
los ovarios sino el cuello del útero porque me da exactamente igual,
sea lo que fuere me cansa de manera sobrenatural. Y lo peor, lo peor
es darse cuenta de que ante el desgano, el instinto suicida y la
congoja que empieza a tomar todo el tórax, una no puede hacer nada.
Es así, el periodo se avecina y debo afrontar estoicamente esta
ánima fofa que insiste en enterrarme en los suburbios de la
feminidad. Estoy mirando una película re pedorra, él la mira y le
dice: “Crucé
océanos para encontrarte”,
y ¡zas! se asoma la lágrima preciclo. Me voy a dormir a la noche,
apoyo la cabeza en la almohada y me sobreviene una angustia que
empieza a pucherear, luego la lágrima loca rueda en la sábana y ya
abro las compuertas y me arrojo al llanto más falto de motivo que
existe. Pienso en la monotonía de mi vida: llanto. Veo un perro
dormir en la puerta de un cajero: llanto. Pasa una vieja con andador:
llanto. Se rompe la persiana hija de mil putas: llanto. La gata me
tira un zarpazo y me hace fu: llanto. Quiero sacar el frasco de
berenjenas en escabeche que está al fondo de la heladera y se
estrella contra el piso: llanto. Se me va un 132, corro al que viene
atrás y que acaba de estacionar, corro corro corro, arranca
despacio, corro, me agarro del pasamanos, arranca fuerte y me cierra
la puerta en las mismísimas narices: llanto. Pensar que hace tiempo
atrás esto no me pasaba, el ciclo venía, se quedaba unos días, se
retiraba y eso era todo. En fin... sea ultrafina, con alas, normal,
súper o nocturna, voy pateando mi salud anímica hasta que la
naturaleza lo decida.
viernes, 27 de julio de 2012
domingo, 22 de julio de 2012
viernes, 20 de julio de 2012
lunes, 16 de julio de 2012
viernes, 13 de julio de 2012
Tres pelos
Hace unas semanas fuimos con mi amiga, la chica dada que te toca
y te estremece, a ver una banda musical muy simpática. El lugar,
desprolijo adrede, era uno de esos bares que se arman con una
estética casual, de rejunte, con onda así-nomás. Una vez ubicadas
y provistas de víveres para sobrellevar la velada, advierto mientras
conversamos que no puedo sacar mis ojos de los muchachos presentes
(estética casual, de rejunte, con onda así-nomás). Miro a los
sentados, a los parados, a los acodados, a los apoyados, y no doy
abasto. Por supuesto que me pregunto qué es lo que está ocurriendo,
porque una cosa es mirar a un sujeto específico y otra muy distinta
es esta orgía ocular a la que me encuentro entregada. Primero creo
que estoy más necesitada de lo que me parecía. Pero no es eso. Me
cuestan varios minutos, hasta que por fin doy con el motivo: las
barbas. Ahí está. Es eso. Sólo y tanto como eso. Hay muchos
hombres barbados. Es así como me percato de que hacía mucho mucho
no veía barbas, así todas juntas. Esto es lo que le explico a la
chica dada que te toca y te estremece. La barba. Presencia atractiva
si las hay. Las barbas son una especie en extinción, con muy mala
prensa. Blanco de comentarios desagradables por parte de muchas
damas, del estilo: “¡Qué asco! Comen y se les pegan todos
los fideos”, “¡Ay, no! ¿Barba? Uácala... lo besás y te
pincha toda”. Sin embargo, para mí son un agregado exquisito en el
sexo masculino. Me refiero a las barbas posta, no a ese grisáceo que
abunda hoy día, o chivita, o candado, o barba de tres días, o
recortada con una prolijidad obsesiva, que no están mal pero no son
lo mismo. Hablo de la barba, ésa, así, crecida, abundante,
desprolija sin ser guaranga. Esa barba. Recuerdo que de chica miraba
embelesada a primos, tíos o amigos de padre, altos, grandes y
barbados. Era increíble. Luego de adolescente ya no me maravillaba,
sino que me enamoraba automáticamente de aquellos que tuvieran
barba. Primero, la barba y después vemos. De hecho tengo varias
barbas en mi vida amorosa, aunque la mayoría de sus portadores nunca
se haya enterado de ello. Una de las tantas perteneció a uno de mis
primeros amores (no correspondido por supuesto, sí enterado), él no
era nada lindo pero yo estaba perdida. El día que decidió dejarse
crecer la barba para mí fue sublime, pese a que le quedara espantosa
y asentara más su ridiculez tan falta de glamour. Nunca voy a
olvidar la tarde en que me eligió a mí para que lo ayudara a
afeitarse, fue como llevar la antorcha olímpica; un momento de
sentimientos encontrados: alegre porque era yo y no otra, triste
porque se desharía de su bien tan preciado por mí. Más grande ya,
se me presenta en la memoria el chico de pelo largo y barba a quien
por mucho tiempo le desconocí el nombre. Meses embobada, mirándolo,
charlándole, sabiéndole por fin el nombre suyo y el de su novia.
Pero nada importaba, tenía barba (y pelo largo, y novia); hasta que,
claro, llego una mañana, lo veo y reparo en la fatalidad absoluta:
se había afeitado y cortado el pelo. Sí, se había mutilado de una
manera extrema por un solo motivo: “A mi novia no le gusta”.
Dios le da pan... Tuve revancha después, porque hicimos una linda
historia de amor juntos, pero la barba nunca estuvo presente; y eso
que yo sí le hubiera hecho honor. Hace poco también encontré una
barba en el joven con quien nos entendimos desde el minuto uno, y al verlo así barbado me pudo para siempre. Las barbas.
Las barbas dicen mucho de quien las lleva. Las barbas marcan una
personalidad inquietante. Las barbas ocultan un secreto agradable.
Las barbas... Hoy las reivindico. Hoy las recuerdo. Hoy pido que
sigan creciendo. Que se animen a pesar de la ignorancia femenina que
las rechaza. Las barbas. Aunque escapen, aunque tengan otra dueña y
se me hagan las difíciles, seguiré esperando ir a su encuentro,
porque como dije hace muchos años ya: la barba... la barba no se
discute.
martes, 10 de julio de 2012
Cuestión de actitud
Cansada de escuchar que
soy complicada, que soy muy selectiva, que soy rara, que tengo mucho
carácter, que nada me viene bien, aquí un pequeñísimo ejemplo de
cómo algunos sí entendieron todo:
Yo: Bueno, llamame un
taxi que ya es re tarde.
Él: ¿Eh? No molestes.
(Apaga la luz y me abraza) Dale, ponete a dormir.
jueves, 5 de julio de 2012
El caso Dora
Hace
unos años que trabaja en el mismo lugar que una. Nadie pero nadie
repara en él. No asiste a las reuniones para tomar café o ir al
kiosco. No comunica mucho de sí mismo. Sólo se limita a un “sí,
claro” o a una sonrisa condescendiente, pero no más que eso. Bien.
Un día coincidimos los dos en la parada de colectivo y se entabla
una pequeña charla, nada que derrame gran sabiduría, pero un
intercambio de palabras al fin. No estuvo mal. Entonces eso es todo
lo que le basta, sólo fue necesario vernos hablar al día siguiente
o hacernos un chiste de complicidad para que la compañerita nuestra
de cada día, esa que nunca puede ser menos, esa que a los 76 años
va a seguir izándose las gomas hasta la pera (sin reparar que su
añeja juventud está claramente escrita en las arrugas de su escote,
por más andamios que use para levantar lo inevitable), se precipite
a la caza del gavilán en exhibición. Será posible, che, ¿puede
ser que existan minas así? Ella les hace asco a todos, pero
igualmente les despliega su cola de pavo real y les pestañetea los
párpados; es más, meses atrás se sentía explícitamente fastidiada por este
sujeto en particular. Sin embargo, ahora, algo había cambiado: otra
muchacha había hecho contacto con el susodicho, otra señorita había
descubierto en el Jorobado de Notre Dame un codiciado Brad Pitt en
potencia. No sólo nos vio hablar, sino que nos cruzó mientras
intercambiábamos celulares. A partir de ese día, la bebotona
freudiana le buscó conversación, le preguntó ciertos datos
irrelevantes y, por supuesto, tejió la mejor de las excusas para
pedirle su número telefónico; todo en mi presencia, porque –lógico–
es lo único que valida su superioridad femenina: que yo esté
presente.
En la definición de patetismo seguramente aparece tu foto, encanto.
Sos tan obvia, tan plásticamente articulada, que dan ganas de
comprarte una casita y un Ken. Si me quedaba alguna duda acerca de tu
euforia uterina, esto acaba de sellar la confirmación. Ahora ya
entiendo tus sonrisitas orgásmicas ante el ente masculino, tu
taconeo frenético y tus ropas tres talles menores by Cris Morena;
como también tu pose “ay soy un desastre en esto, no entiendo
nada” mientras se te dibujan esos pucherones tan pateables.
Asimismo comprendí la esencia de este ejemplar de mujer
histeria: su meta no es salir con el colega, dado que no le tocaría
ni el ojo; sólo necesita desviar la atención del jovencito cada vez
que esté presente la fémina potencialmente peligrosa, engrosando
así su voraz e inseguro narcisismo. Entre nos, si llego alguna vez a
eso (o por lo menos a levantarme la mampostería hasta el ganglio),
propínenme unos buenos azotes en las asentaderas.
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