jueves, 30 de agosto de 2012

Más negro que amarillo

Día laboral arduo. El cerebro, latiendo y pidiendo misericordia. Es tardísimo ya, pero por suerte mis beneméritos empleadores me mandan uno de sus taxis de siempre para que me acerque a casa. No me puedo quejar. Subo al auto. Saludo. El tachero responde mi buenas noches y comienza a hacer comentarios acerca de mis colegas y del trabajo como para entablar conversación. (Ajá, digo yo). Sí, imaginate que siempre los llevo a ustedes, gente macanuda. A veces pego viajes largos, otras veces viajes acá nomás. El tema es que estoy de acá para allá todo el día yo. (Ah...) Sí, estoy siempre a mil, viste. (Ajá). Y finalmente revela: Yo tengo a mi mamá postrada. (La puta carajo, me tocó otra vez el de la madre postrada. ¡Será de Jesús! ¡Me quiero bajar y correr!) Sí, yo tengo una mamá postrada, viste. Ah, sí... vos ya me llevaste, comento como para enterarlo de que ya sé todo el speech. Sí, pobre y bueh, así postrada y todo ella te mira y entiende. Es así viste. Qué le voy a hacer. Ahora se le escaldó la parte baja de la espalda. (Mmm). Y yo no puedo dejar de laburar viste. Durante el día se queda con una enfermera. Después está mi mujer y los chicos. Qué se le va a hacer. (Ajá). Ahora justo yo me tuve que hacer una sigmoidoscopia. Unos análisis complicados viste. (Ah, mirá). Tengo hemorroides. Lógico, todo el día acá subido y sentado. Pero bueno, si me tengo que operar me operaré. El tema es mamá. El médico me dijo que es como un mes de postoperatorio. Yo no puedo largar el laburo tanto tiempo. Así que no sé. (Y sí, es un tema...) No anda nada bien el laburo viste. El país anda para atrás. Ni vacaciones voy a tener este verano. Los chicos me dicen, papi papi dónde nos vamos a ir. Yo ya les dije que no se hagan ilusiones. No puedo largar el taxi tanto tiempo. Si fuera por riesgo de vida, obvio que me opero... pero si no. Ya les dije, que se vayan ellos con la madre en enero. Aparte qué hago con mamá. Está postrada. Y te mira y entiende todo. No habla viste. (Mmm) Porque primero se quebró la cadera y después le dio un ACV. Así que, se irán ellos viste y yo seguiré laburando. Hace como seis años que no me tomo vacaciones. Pero, nada de operarme. Yo le dije al médico. Un capo el tipo. Conocido mío, y todo. Tres días puedo hacer reposo, pero no puedo estar una semana con el taxi parado. Vivo de esto yo, entendés. (Ajá) Ahora cumple años mi vieja viste. Estamos organizando una cosita de nada. Algo para ponerla contenta viste. (Y sí...) Porque ella entiende todo. Te cabecea y abre los ojos. Como si quisiera comunicarse. Con mi mujer estamos organizando viste. El tema es que mi familia me dio la espalda. Sí, me dejaron solo viste. (Uy, mirá vos...) Dicen que no la pueden ver así, que qué sé yo. A mi hermana no la puedo perdonar viste. Es duro, porque es tu sangre. Tu familia. Yo le dije, Mónica, pasate aunque sea a tomar un mate. Pero nada, che. Dice que le hace mal verla así. Y yo estoy solo para todo. Para más la otra vuelta subió una viejita con esos andadores, viste. Los andadores esos de dos patas con rueditas, viste. (Sí, sí...) Me acerco para ayudarla a subir y hace un movimiento con ese aparato y me pega un golpazo en la cara que me vuela dos dientes. Mirá. Ves. Los dos de adelante. ¿Sabés cuánto me sale el arreglo? Casi mil pesos. Decí que me lo cubre la ART. (Uy, mirá vos...) ¿En qué salida bajamos? ¿En esta de acá? No, no... pasando 200 metros. En aquella del cartel. Ah, sí... yo te llevé ya un par de veces. Sí, puede ser... Bue, en fin así es viste. Ahora voy a ver si llego a casa para la medicación del más chiquito. Un susto el otro día. Se descompensó y le hicieron un recuento de plaquetas. Casi se va para el otro lado. ¿Ahora para dónde giro? A la izquierda (Y acelerá de lleno al paredón, por favor) Ahora a la derecha y es en la próxima esquina, donde está el cartel. Bueno, qué se le va a hacer... hay que seguir tirando. (Y sí... no hay otra) Bueno, gracias por escucharme... hace bien a veces charlar con alguien. Me bajo, casi huyendo, y se me va escribiendo la frase que todos los tacheros osan decir. La que reza que son los grandes psicólogos de todos sus pasajeros. En fin... no pego una.

lunes, 27 de agosto de 2012

Artefacto

A mi entender, el avance tecnológico venía a mejorar y facilitar cuestiones que antaño (o no tanto) resultaban engorrosas e incómodas. De allí que el teléfono celular fuera además de la puerta de ingreso a la constante y eterna conectividad, la salvación a miles de cables, fichas de entrada y salida. Bien, hace un tiempo comprobé hasta dónde llega la pulsión pro consumo. Ahora no sólo hay que poseer el último modelo de celular: ancho, con botonitos ocultos, pantalla táctil, doble airbag, antideslizante y ultrasec. Ahora, además, las chicas tech le incorporan al miniaparato un tubo de colores estilo Entel, para hablar más cómodas. Sí, como leen. En la carterita, junto con el iPhone, iPad, iGarch, iChot, el celu se guarda al lado de un tubo de teléfono tamaño 1990. Pero, clá... yo no entiendo nada. No son tubos tipo Entel, desubicada. Son flúo, animal print, trendy, retroiluminados. Pregunto, ¿qué sigue? ¿Un winco con aplicación Apple? Qué paradoja: el futuro que trae lo nuevo es la clave, pero las cosas no paran de volver del pasado.

sábado, 25 de agosto de 2012

Complicidades

(único acto/sms)

Ella: Oscar, ¿fuiste a sacarme el turno con la podóloga?
Él: Fui temprano a la obra social y cuando llegué a la ventanilla me di cuenta de que me había olvidado la orden, Marga.
Ella: Serás boludo, Oscar. Puede ser posible. Hoy a la mañana te dije que no te olvides toda la papeleta que te había dejado en la mesa de luz. Eso es porque no me escuchás, Oscar.
Él: Sabés que estoy dormido a la mañana, y vos no parás de hablar un minuto. No funciono a gran velocidad, Marga.
Ella: ¡A ver si es cierto! El señor se olvida las cosas y ahora la culpa es mía. Terminala, querés. ¿Qué hago ahora yo con los juanetes?
Él: El vecino del 4to. me dijo que al lado de la carnicería hay un curandero que es bueno. Por qué no probás. Capaz... te sirve.
Ella: ¿Vos me ves cara de Umbanda a mí, Oscar? ¿Me estás cargando?
Él: No empieces, Marga, es un juanete, nada más. ¿Qué tendría que decir yo? ¿Eh?
Ella: Vos preocupate por el colesterol ese que tenés, que no lo bajás nunca.
Él: Eso es por la fritanga que me preparás a la noche, Marga. Hoy ya me estoy muriendo.
Ella: Serás caradura. A vos el colesterol te aumenta por el vermú que te tomás con tus amigos mientras juegan al dominó. ¡Será de Dios!
Él: Bueno, Marga, el médico me recomendó que hiciera alguna actividad.
Ella: Terminala, Oscar, querés. Todo el santo día igual.
Él: Che, Marga...
Ella: ¿Qué pasa?
Él: Me gustás... ¿Lo sabías? 
Ella: Sí, lo sabía.
Él: Beso, Marga.
Ella: Beso, Oscar.

martes, 21 de agosto de 2012

Que sepa abrir la puerta...

A veces nos olvidamos de jugar. Y es lógico porque no siempre encontramos con quién. Es difícil a partir de determinada edad toparse con una persona que nos siga el juego, que esté dispuesta a ser cómplice. Es complicado porque una ya perdió un poco la costumbre, porque se guarda más, se reserva, se acartona. La oportunidad de juego se escapa, se desdibuja, se hace cada vez menos posible. Sin embargo, a veces la vida nos guiña el ojo y nos regala la posibilidad de dar con aquel sujeto que sin explicación mediante entiende el mecanismo de todo. Comprende de qué se trata, y de repente sin miramientos, sin especular, sin tener que leer las instrucciones, se entrega al placer lúdico de compartir ese espacio que el mundo adulto se fuerza por quitarnos.

jueves, 16 de agosto de 2012

Presagio prêt-à-porter

Él luce unos chupines de jean, un poco gastados (sólo un poco), remera rayada de diseño levemente inclinada hacia un hombro, y una camperita tipo canguro que tiene la medida exacta para dejar entrever el cinto con tachas. En la mano lleva una bolsa de tela floreada con carpetas en su interior. Zapatillas rojas y un peinado desmechadé; cierran la estampa unos lentes con marco rojo, muy anchos y grandotes (que por supuesto dialogan con las zapas). Luego la cruzo a ella, pantalón de esos cagados, estilo de trabajo Ombú, camisa escocesa, debajo remera amarilla inconseguible, arriba de todo eso, campera de cuero bordó re top, zapas ramoneras ultracaras, bandolera de cuero de color verde estridente, peinado despeinado que le llevó 5 horas lograr, lleno de invisibles, uñas de color flúo, y una bufanda de 15 kilómetros; también usa lentes con marco carey, cuadrados y como para el tamaño de la cabeza de Hulk. Después viene hacia mí, caminando, un muchacho reloco, pantalón a cuadritos verdes y violetas, camisa de jean, arriba saco de lanita marrón caca, pañuelo con lunares negros, y una mochi de esas estilo skater. Obvio que usa lentes, y un reloj amarillo de plástico re grandote, y pisa unas alpargatas cuadriculadas blancas y negras. El pelo, con un corte muy moderno. Ante tamaña visión, ya me doy cuenta de lo que vendrá. ¿Dónde estoy señores? ¿Saben dónde? Próxima a pasar por una sede de la UP. Y no me refiero a la unión peronista, no. Ahora, bien. ¿Se dan cuenta de que hay gente que gasta una hora cuarenta en arreglarse con dedicación para aparentar que no le da ni cinco de importancia a la estética? Loco, ¿no?

lunes, 13 de agosto de 2012

Relecturas

Hoy me tocó encontrarte por la calle. Fue hoy, no otro día. Recién hoy y después de tanto tiempo. Y claro, parece que la vida se encarga de hacerlo en el momento preciso, en el instante exacto. Ni antes, ni después. No sé si fue bueno o malo. Creo que fue la nada. Caí en la cuenta de que el recuerdo hace trampa, y que el paso del tiempo le juega muy a favor. Juntos pintan las situaciones pasadas de colores gratos, cuando tal vez son sólo simples postales en blanco y negro. La distancia cura lo que en su momento fue insoportable de digerir, y vos en esos flashes parecés inofensivo. Pensar que me quedé con tantas cosas que decirte, con todo por decir, porque nunca te dije nada en realidad. Ese silencio vino más tarde a cobrar intereses, y costó bastante pero la deuda quedó saldada. Claro que nunca pudiste enterarte. Y resulta que hoy te vi, y me dijiste que yo no había cambiado nada, que me mantenía igual y me preguntaste qué era de mi vida. Y yo te miré, y fue llamativo advertir que no teníamos nada en común, y por primera vez vi claramente que nunca lo habíamos tenido. Y volviste a decir que era increíble que yo no había cambiado para nada. Y yo sólo atiné a confirmar cuánto te estabas equivocando. Ahí mismo, cuando me di vuelta para seguir mi camino, sonó en mi mente la canción exacta.



Te extraño en las tardes
quizás no es amor
lo que me hace buscarte.
Las decisiones
siempre llegan tarde,
las piezas que quedan
jamás encajan.
Viajando en la luz,
te quiero abrazar,
un beso perfecto,
envuelto en los sueños
de inútiles noches.
Confusos recuerdos,
colores santos.
Quizás no es amor.
Yo sé muy bien
jamás me entendiste
y no lo pretendo.
Dulce es este viento
sopla en mi corazón,
arrastra olvidos
y no regresan.
Quizás no es amor.
Cambiar las palabras
mejor no jurar
promesas erradas.
Cambiar las palabras,
quizás no es amor.
Colores santos… 
(clic en el título para escuchar)

miércoles, 8 de agosto de 2012

Día que no

Cuando ya se amanece atravesada, es mejor darse vuelta y atrincherarse entre sábanas. Viste esos días en los que no, que mejor no, que mejor lo dejamos ahí. Así, hoy. El gris de la jornada no ayudaba mucho, la llovizna menos y mi pesadez mental restaba toda posibilidad de triunfo. Tratar de acomodarme los pelos era una necedad por mi parte, la humedad ganaba por robo. La ropa se sentía en el cuerpo como si fuera de cartón corrugado. Me molestaba la sisa, las medias, el talón derecho, el cuello y el estómago. Cuando salí a la calle me di cuenta de que tenía una violencia contenida y de que el primer energúmeno que se atreviera a mirarme iba a pagar el precio de mi irracionalidad. (Aclaro: no estoy ovulando ni ovárica ni nada) Era esa sensación de que te tira el cuerpo, de que de repente vas a estallar. Creo que la palabra es fastidio. Estaba fastidiada. El viaje en colectivo fue bastante tolerable, pero me molestaba todo lo que tuviera que ver conmigo: ropa, bolso, pelo, uña, ojos, cervicales. Encima esa humedad detestable que se te frota y frota. Bien, se me sienta al lado un señor importante en tamaño, despliega el diario y me clava su codo en mi brazo. Y encima me mira como diciendo: “Mirá que ocupás espacio, ¿eh?”. Como yo sabía que era un día de culo fruncido, le puse onda, respiré y seguí con la tirantez de columna vertebral. Bajo del colectivo. Espero mi paso ante el semáforo, y cuando éste se coloca en rojo un colectivo que tenía que frenar se estacionó sobre la línea peatonal. La horda de autómatas cruzó como pudo, haciendo de jamón del sándwich que (para ese entonces) formaban el 41 que se había adelantado y el 61 que estaba levantando gente en una parada. Cruzo, levanto mochila sobre la cabeza, y me abro paso entre el pasillo que dejaban los bondis. Ahí me latió el ojo y sin pensarlo me acerqué al siome que había estacionado donde yo debía cruzar, le golpeé la puerta, me miró y ejecuté una performance para hipoacúsicos: índice que lo señala (“vos”), índice y mayor en V señalando mis ojos (“mirá bien”), gesto con la manito abierta (como pidiendo un cortado pero hacia abajo) en vaivén (“dónde estacionás”) y en voz alta: “¡¡¡La puta que te parió!!!”. Desde ese momento supe que mi misión en el día era marcarle a la gente de mierda lo mal que hace las cosas. Sigo caminando, espero para cruzar otra avenida. Semáforo en rojo para los autos. Estoy cruzando y un tachero me tira el taxi encima dado que calculaba que se iba a poner en amarillo pronto y eso le daba derecho a adelantarse. Freno, le golpeo el capó tres veces con la mano abierta, y le planto: “Sos tarado o te hacés”, señalándole el semáforo. En ambos casos, enrostré mi veneno y ni me preocupé en esperar lo que tuvieran para decir. Pasé el día laboral avisando que no estaba en mi eje. Al salir, me paro en la cola del transporte público de pasajeros. Pasan tres bondis, no paran. Uno de ellos no iba lleno. Veo que viene otro, y al mismo tiempo se acerca un vendedor de Hecho en B.A., revista que suelo comprar, sin embargo,no tenía ganas de sacar la billetera, no tenía mucho dinero, y encima la tapa era con Estelares, banda prescindible si las hay. El bondi se acerca, el pibe rasta también: “Hola, doña, perdone que le interrumpa lo que escucha, me compra una revista... 7 pesito nomá”, le oigo la oferta, el aliento y el olor a pelo sucio. Como me percato de mi día, sonrío y le digo: “No gracias... te agradezco”, si está todo bien con el pibe. Pero ete aquí que a él se le ocurre emitir: “Por qué se ríe, nosotros necesitamos comer, no se ría”. Upa la lá. ¿Sabés qué rasta? El speech lastimero de “queremos la copa de leche”, hoy lo tendrías que haber obviado. A lo cual yo, instantáneamente: “No me estoy riendo, trataba de ser amable, ahora tomatelá, rajá porque no te voy a comprar un carajo de nada”. Bien. Subo al bondi y, milagrosamente, todos los asientos estaban libres para mí. Me senté en el lugar que más me gustó, y caí en la cuenta de que hay veces en las que una puede ser recompensada sin tener que agachar la cabeza ni poner la otra mejilla.