sábado, 31 de marzo de 2012

Entre Clarice y Abelardo (entrega última)

La luz entró por la ventana sin persianas y él se levantó al fin. Nunca hubiera podido ser responsable de la mujer. Nunca hubiera podido equipararla, lo dijo al fin. Ella también lo miró esa vez, él se justificó con frases hechas, y ella siguió mirándolo. 
A la distancia, ella salió a la galería y la respiración profunda trajo para sí la mañana que se despertaba. No lograba dormir más de las ocho, el día la llamaba a nacer junto con él. Recordó la historia que alguien había contado una vez, la historia de Miguel Ángel ante un bloque de mármol informe. La historia contaba que él vislumbraba la figura escondida en la roca, escudriñaba el bloque para redescubrir y liberar al arte. Ella ansiaba a alguien que la cincelara, que encontrara esa esencia perdida tan dentro de su cuerpo... ella sólo ansiaba... ella, más que nunca, ansía.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Chuchuá chuchuá

Descubrí una cosa alucinante, si una se saca el traje de payaso por hora, la gente se altera. Sí, nos pusimos el atuendo durante largos laaaarrrgos años ya, y por mucho tiempo sirvió. Era como re copado el comentario acertado, el chistín ocasional, la acidez y la recalcada predisposición. Pero, un día te empieza a tironear la sisa, y el tiro del pantalón ya jode, y llega por fin el momento en que con mucho –muchísimo– esfuerzo una se deshace del equipo. Ya no hay maquillaje ni colores, ya no hay servilismo, ni simpatía, sólo queda una, crudamente frente al otro, diciendo: “Sí, así soy yo... ¿y ahora?”. Y es automático, ¿eh? En cuanto te estás quitando el último fragmento de la mascarita tira serpentina, la gente empieza como loca a preguntarse cosas: ¿Qué te pasa?; ¿Estás bien?; ¿Todo bien vos? Algunos ni siquiera preguntan, sino que sacan conclusiones increíbles, o le comentan a otro su inquietud, porque tal vez ése sí sepa algo. Sin embargo, por más que una conteste que sí, que está todo bien, sin adosar palabra... viene la mirada de recelo. Y cada uno cree que te pasa algo más grave de lo que realmente te sucede. No pasa nada grave, señora, estoy bien, señor, tan sólo que así soy yo. No soy nada copada. Y capaz que un día te cansás de ser la que siempre se acuerda. Y tal vez un día también te soba el codo ser la que siempre está atenta. Y seguramente un día dejás de levantar la mano para ofrecerte a hacer lo que “te cuesta casi nada”. Y por fin, un día, te liberás y sentís el bienestar de desabotonarte el jean después de una parrillada completa. ¿Sabés cuándo te das cuenta de que te estás liberando? Fácil... Basta reparar en quienes te rodean, en quienes ahora que vos hacés la plancha creen visceralmente que atravesás tu peor momento, en quienes están convencidos de que cambiaste un montón y para mal, en quienes a partir de ese momento van a tener que buscar otra muleta donde apoyarse. ¿Sabés cómo te das cuenta de que vas por buen camino? Cuando, por fin, podés caminar erguida sin que te duela la espalda.

lunes, 19 de marzo de 2012

Entre Clarice y Abelardo (segunda entrega)

La recordó nuevamente, etérea. Ella decía siempre que él se escondía, que ponía una pared ilusoria, infranqueable entre ambos. No lo decía como queja, él lo sabía, lo decía con ternura casi pidiendo disculpas. Lo decía como si expresándolo él fuera a confiar un poco más, como si él sabiendo que ella sabía fuera a dar un paso adelante, como los perros callejeros a los que uno tiende una mano inmóvil hasta que se acercan desconfiados y al final, la cola moviéndose como señal de rendición. Ella decía eso y muchas otras cosas, y a veces callaba, y lo miraba, y esa mirada era la que cualquiera espera, esa mirada que invita, que desarma, que descomprime. Ella era una y él la odiaba por eso. El encuentro con la mujer era inabarcable, era ese momento donde todo se iba de cauce, él no era él y ella ejercía ese poder. La mujer solamente sucedía, no hacía esfuerzo alguno, y él la odiaba por eso. Se sentía engañado, esa era la sensación, lo habían llevado a ella las suposiciones de una pasión sin límites ni riesgos; pero no había sido así. Lo supo el primer día, la primera noche, al primer contacto, que no había sido así, y por eso, la odiaba. Y era capaz de negarla, era muy capaz, fue capaz. Negación natural, advertencia, y él sabía que ella lo notaba, aunque no supiera que la hería. Y que ella, la mujer, se regocijaba en eso, se saciaba. Él decidía los instantes, ella se dejaba, ella sucedía. La mujer también lo había mencionado, que se daba cuenta. Él mantenía la distancia, sujeto arisco, distante, al acecho, en guardia. Pero, sentía más allá del odio que la mujer era como una magia inevitable, él resistía pero sucumbía como el insecto a la luz. Él quería quedarse pero se iba, y ella lo miraba, no lo detenía. Él necesitaba que ella se entregara, ella necesitaba entregarse. Ella necesitaba saberlo ahí, él no quería saberse. Él se diluyó en su monotonía, y ella lo supo.

sábado, 10 de marzo de 2012

viernes, 9 de marzo de 2012

Entre Clarice y Abelardo (primera entrega)

Por un momento se preguntó cómo estaría, y la figura revivió en un instante, contorneándose, limitada por la sombra de la tarde. Siguió mirando la pantalla, moviendo teclas y presionándolas. ¿Cómo estaría? ¿Realmente le importaba o sólo era una preocupación egoísta? Era esa falta, esa sensación de sentirse único en el mundo, eso que se había ido junto con la mujer. Él era. Tan simple como eso, ser y serlo de manera exclusiva, casi grosera, pararse, construirse a partir de la mirada, de esos ojos que lo colmaban. No era ella, no. Era él desde ella. Encendió un cigarrillo aplacando el recuerdo. Era un hábito, un mecanismo: la justificación inmediata, la razón lógica para el arrebato. Cuando se levantó, una sonrisa se dibujó en su cara y la satisfacción se hizo presente. Iría hasta la cocina, haría café, luego de un par de cigarrillos, y de otro par de líneas finales a su artículo, se sentaría a comer algo que saciara la languidez del momento. Se tendería en la cama, miraría quién sabe qué canal de turno y enfrentaría la madrugada desvelado por la razón justa. Dormiría para encarar un día más en la monotonía controlada de su especie. Tenía mil argumentos, mil, para que nada quebrara esa grilla esquemática de las semanas. Tendría mil razones más para seguir haciendo lo mismo durante años, y utilizaría las mismas y trilladas conclusiones ilusorias para que nada, absolutamente nada, lo hiciera correr riesgos.

sábado, 3 de marzo de 2012

The dark side of the punk

A mí Morfeo me musicaliza los sueños. 
Anoche eligió esta canción.
Sublime...


She's a little lost girl in her own little world
She looks so happy but she seems so sad
ah ah oh yea oh oh oh yea
She's a little lost girl in her own little world
I'd like to help her I'd like to try
ah ah oh yea oh oh oh yea
She talks to birds she talks to angels
she talks to trees she talks to bees
She don't talk to me
Talks to the rainbows and to the seas
she talks to the trees
She don't talk to me
Don't talk to me
You know she drives me outta my mind
You know she drives me outta my head
She talks to birds ...
She's a little lost girl...


(clic en el título para escuchar)