Tras
una seguidilla de malentendidos, explicaciones inútiles y pulsión
asesina cual personaje de Michael Douglas en Un
día de furia,
he decidido hacer voto de silencio. Me pronuncio ausente de ciertas
situaciones de diálogo, y me limito a manifestar un “aha”,
“mmh”, “mirá vos”, “sí, claro”, como una siome que está
coreando al rapero de moda. Pero no tengo otra opción: comunicarse
en estos tiempos modernos es una tarea casi titánica. No hay manera
de entenderse con el prójimo; estamos atravesando lo que se llamaría
crisis entre alocutor y alocutario. Es así que, gracias a mi nuevo
mutismo, puedo apreciar cómo dos o más personas están hablando de
lo mismo y no logran ponerse de acuerdo, ni siquiera se enteran de
las ideas del otro, simplemente, porque no se escuchan. Están más
atentas a su opinión, que a oír lo que el otro tiene para decir y
responder en consecuencia. Lamento reconocerme un poco así, tiempo
atrás, cuando sí opinaba y cuando sí intervenía en tertulias que
creía interesantes.
No hace mucho se presentó una escena laboral
donde alguien estaba contando algo que nos incumbía a todos
(llamémosla persona A), y otro sujeto que estaba “escuchando”
interrumpió, enunciando una frase de disconformidad con un tono muy
poco amable (persona B); ahí advertí que la persona B tenía un
preconcepto armado acerca del tema desarrollado por persona A, con lo
cual sin permitir la finalización del discurso de A y, por ende, sin
saber la conclusión de A, a la persona B le saltó la térmica y
comenzó a enmarañarse en una respuesta que expresó diferencias,
bronca, saturación, negligencia y no sé cuántas negativas más. El
resultado: esa interrupción fue ramificando justificaciones
aclaratorias a partir de la intervención de B, sin dejar en claro lo
expuesto por A, y alejándonos cada vez más del asunto que a todos
competía que era el relato de apertura de A. O sea, B con su opinión
anticipada, con su ira masticada vaya a saber uno por qué, y sus
ganas locas de discutir y manifestar odio, forzó el discurso de A
para el lado que más le convino, y allí explotó el globo. Si A no
hubiera sido embestida por B, A habría terminado su exposición, B
habría comprendido, habría podido manifestar su opinión y
habríamos llegado a una conclusión más coherente. Escena:
A:
–(Tono
explicativo)
Ayer tuvimos una reunión con el vendedor de huevos y ofreció
vendernos cada maple a $ 35, con la condición de que compremos
durante todo el segundo semestre. Nosotros dijimos que nos parecía
un precio razonable, siempre y cuando mantuviera fijo el monto. Y
ahí, el señor Vázquez nos respondió que si los huevos aumentaban
no podía prometernos un congelamiento de precios, pero sí un
porcentaje de aumento mensual. A lo que nosotros respondimos...
B:
–(Interrumpiendo
a A y mirándolo fijamente, índice en alto)
Escuchame
una cosa, hace 15 días dijimos que los huevos son partidarios del
colesterol, entonces si ya otros años nos arreglamos sin huevos, me
parece que este años tranquilamente podemos prescindir de los
mismos...
A:
–Sí,
claro. Pero esta reunión fue por el precio de los huevos, no por sus
propiedades nutritivas.
B:
–(Mirando
hacia abajo con el ceño fruncido)
Bueno,
pero si daña la salud ya no hay nada más que hablar. El año pasado
en lugar de tortillas cocinamos berenjenas al horno.
A:
–Está
bien, sí, lo recuerdo, pero la semana pasada en la charla que
tuvimos los aquí presentes para preparar flanes con huevo, acordamos
volver a hablar con el señor Vázquez. Aparte las berenjenas están
carísimas.
B:
–(Con
tono crispado)
¡¿Y los huevos no?! Vos
estás diciendo que se habló del precio de los huevos, y de nuestro
compromiso para comprarle durante todo el semestre. No puede monopolizar
el mercado del huevo, ¿se entiende?
A:
–No,
no lo está monopolizando, estamos hablando de una puesta en común.
Nadie determinó comprarle los huevos a él...
B:
–(Sin
escuchar)
Porque
el mismísimo Colón les paró un huevo a los reyes de España, y
acordate cómo terminó el asunto, ¿eh? Con espejitos de colores y
genocidio por doquier. ¿Acaso vos estás a favor del genocidio?
A:
–No,
yo no estoy a favor del genocidio, sólo pretendo llegar a un acuerdo
con los huevos. Esperame un poco que termine de contar así saben en
qué quedó la propuesta...
B:
–Sí, claro, ahora me venís con si primero fue el huevo o la
gallina. ¿Te parece bien cómo crían a los pollos ahora? ¿Eh? Si
el año pasado trabajamos con Greenpeace,
qué te hace un año más seguir con la misma postura.
A:
–(Estupefacto) ¿Quién dijo algo de Greenpeace?
(Se
mete C, en la charla, totalmente desubicado)
C:
–A mí el flan con huevo no me gusta...
Algo
así son las conversaciones que rodean mi ser día a día; alguien
dice, el otro no escucha, ese mismo opina, luego repite lo que creyó
que el otro dijo pero que nunca coincide con lo verdaderamente
expresado, y así las cosas... Y ojo que no estoy hablando de
política, ¿eh? Estoy hablando de asuntos inofensivos, pero con una
afectación descomunal. Mientras tanto... yo miro, callo y aplaudo
con fervor el gran teatro del absurdo. Definitivamente, el silencio es salud.
(Telón)