viernes, 28 de diciembre de 2012

Volver

Qué bueno es volver, qué bien se siente. Pero no volver con el rabo entre las piernas. Volver cabizbaja. Volver masticando odio. O altanera y superada. Volver abatida, buscando la trinchera a prueba de vida o la frazada para esconderse a llorar. No. Qué bien se siente volver después de la incertidumbre, luego de no reconocerse, de mirarse de reojo, extrañada. Volver después del fastidio, del llanto por razón ninguna. Se siente bien haber vuelto. Después de masticar veneno y de elegir callar. Luego de haber pisado con cuidado y de haber encarado los días de la manera más autómata posible. O de haber dejado que el perfil bajo camine por una. Después de no haber tenido nada que decir. Ni de empacharse con distracciones. Después de la culpa. De la inercia. Qué bueno es volver. Luego de haberse cargado el cuerpo a la espalda y haberlo obligado a atravesar el último tramo del calendario. Qué bueno es estar de vuelta. Con cambios, sí, con bocetos abollados y líneas borroneadas, con tachones y emparches. Pero una al fin. La que se había perdido en el camino vaya a saber cuándo. La de ahora. Una al fin. Aunque nunca la definitiva. Qué bueno es volver. Qué caprichoso el camino de vuelta. Apelando a la templanza. Alejando la ansiedad. Teniéndose paciencia. Ocupando el primer lugar. Qué bueno es estar de vuelta. Ya no igual. Sin saber muy bien demasiado qué. Ni no qué. Sabiendo lo indispensable como para haber vuelto. Mientras escribo, escucho ruidos detrás. Miro y veo a la gata luchando con la bandita elástica que se le fue debajo de la heladera. Me río. Y me digo qué bueno es estar de vuelta.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Atravesando el tiempo

"Te juro por los huesos de mi madre y de mi padre
que seguiré a tu lado, vida, hasta la oscuridad final".
                                                       Propercio. Libro II, elegía 20

"Y si el mundo se acaba
yo solo me quiero morir a tu lado".
                                                   Vicentico. Morir a tu lado
  
"Te juro que si al hombre, le hubieran dado alas
iría al fin del mundo, solo con vos".
                                                      Las Pelotas. Cuántas cosas

"Encienden todas las luces, 
y bailemos hasta que alguien cierre el lugar"
                                                Catupecu Machu.  Musas

Distantes en el tiempo, cuatro maneras simples de decir algo tan inmenso.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Drácula

Cada noche se repite la escena. Y ahora que hace calor y el ventanal queda abierto parece aún más romántica. Ella se sienta y mira a la distancia. De espaldas a mí, sus orejas me advierten que lo está escuchando. Un movimiento de cabeza fugaz... y lo ve. Por fin lo ve. Pero es tan veloz que sus gestos demuestran confusión. Sí, el chillido se escucha, y esa silueta oscura y urgente pasa de un lado hacia otro. Supongo que se preguntará por qué no es como los de día, que pasan suspendidos en el aire pero se dejan ver mejor. Noto que se le acelera la respiración cada noche, al asomarse al ventanal. Es como un encuentro amoroso a la distancia. Mira. Mueve la cabeza para un costado. Acomoda las patas delanteras en el lugar como impaciente. El chillido. La fugacidad. De repente, corre debajo de la cama. Se afila las uñas en una de sus patas. Se sube y me mira como diciendo otra vez se fue lejos. Yo le devuelvo la mirada: ya lo sé.

sábado, 20 de octubre de 2012

No seré feliz...

Si hay alguien que me parece carente de todo talento esa es Linda Peretz, sin embargo, me veo forzada a citarla en el título dado que días atrás pude renovar los votos de una verdad casi absoluta. Una vez más comprobé que, mientras se tiene a alguien al lado, no importa cuán feliz se es. No hace mucho fui concurrente a una reunión cuasifamiliar. Y, claro, siempre hay una amiga de la familia lo suficientemente argolluda para regodearse con nuestra soltería. Apenas asomo en el recinto, botella de tinto en mano para colaborar, Argolluda me aborda, toda glamorosa, al grito de ay! mirá tanto tiempo!!! cómo estás lindura!!! Yo me veo sometida al abrazo de Argolluda y lo único que puedo pensar es la concha de su hermana. Argolluda siempre me pareció el prototipo de mina que con el tiempo aprendí a detestar. Básica básica. Noviazgo, casamiento, la casa, el perro, el auto, la nena, el nene, el terrenito en MDQ y una inagotable fuente de aburrimiento en el clítoris. Y no es por la enumeración de logros que la detesto, sino por la falsedad que en ello se esconde. Argolluda me besa, me aparta tomándome de ambos brazos, yo tengo la actitud de un asco políticamente correcto, y me dice qué hacés nena cómo van tus cosas, seguís viviendo allá lejos de todo. Yo me limito a mirarla con una sonrisa muy forzada: Todo bien... Ella, con el megáfono incorporado: “Mirá quién llegó, amor?”. Amor es un señor bien, de doble apellido, al que ya le penden lisos los testículos por los gritos de Argolluda ante cada nuevo invitado. Argolluda insiste: Qué linda estás! Decime una cosa... vení acá, cuándo vas a traer un novio vos. Qué está pasando? Tan difícil sos? (No, lo que pasa es que soy de flujo fuerte, pedazo de boluda) Ya vas a encontrar a alguien, me consuela Argolluda. Y ahí mismo se detiene mi radar. Argolluda siente la necesidad de consolarme, de darme ánimos, de asegurarme que no me preocupe que ya me va a tocar a mí encontrar un Amor mirá quién vino. Ahora, yo razono lo siguiente tratando de no desquiciarme: esta mujer se siente en el deber de darme esperanzas, creyendo que lo que me hace falta es todo lo que ella tiene. Ahora bien, si descorremos un poco el telón, bueno es saber que: su Amor de doble apellido no la miró en toda la reunión, es más, la única que hizo algo para arrimársele y robarle un beso comisura-labio fue Argolluda. Era notorio que Amor doble apellido cuanto más lejos la tuviera, mejor; si yo no supiera que se casaron hace un rato largo ya, creería que nada tienen que ver entre sí. Amor doble apellido no le dirigió la palabra ni la hizo partícipe de ningún comentario. Argolluda ante cada pavada que enunciaba, coreaba: ¿No, amor? Argolluda, en uno de sus perfiles de red social se describe: Plenamente casada con Amor doble apellido, mientras exhibe una foto de los dos, sonriendo. Amor doble apellido, en su perfil de red social tiene la foto de él cuando era pequeño y no la nombra en ningún lado, sólo menciona a su equipo de fútbol. Argolluda plenamente casada ignora (y en eso tengo serias dudas) que no hace mucho, Amor doble apellido estuvo tratando de levantarse a su compañerita de laburo, que -dicho sea de paso- yo conozco. Pero, claaarooo, todo eso no importa porque Argolluda está casada (plenamente), vive en un hogar de dos pisos con un marido, dos hijos y un caniche. Tiene una cadenita con dos dijes de niñitos (el nene y la nena). Tiene un auto cuyo vidrio trasero muestra el calco de la familia de mayor a menor, el papá con el chorizo ensartado en un tenedor, la mamá muy canchera con una canastita, la nena con moño y el nene con pelota, ah, y un perrito también. Tiene “casada” en el perfil del face, y muchas fotos de cumpleaños en familia y vacaciones. También tiene cenas en parejas, muchos obsequios de aniversarios y solicitudes completadas con el rótulo “casada”. Tiene un anillo y frases como “debo consultarlo con mi esposo”. También grupos de pertenencia del estilo. Y está bien, digo, seguir la pantomima a cualquier precio, empastinar la felicidad aunque el revoque se caiga a pedazos, ostentar la plenitud con stickers. No obstante debo advertir que lo que no está bien, Argolluda, es creer que todos estamos dispuestos a firmar el mismo contrato circense para que la apariencia siga engañando.

lunes, 15 de octubre de 2012

Subjuntivo

Es como el "ma sí". Es algo como eso. Tirar la chancleta. Dejar de pensar si tal vez, qué será, a ver si todavía. No buscar la engañosa seguridad. Soltarse del borde sin que importe hacer pie. A lo sumo se flota. Dejarse caer de culo en medio de la pista de hielo. Evitar imaginar la respuesta antes de hacer la pregunta. Decir que sí. Pensar que esta vez se da. Pasarse una parada. Que se dé cuenta. Perder el control. Ser obvia. Hacerlo porque sí. Dejar el cuadro torcido. Largar la cuerda. Abandonar el libro a la mitad. Dar el salto. Asumir el riesgo. Bajar la guardia. Decir "y qué". Pisar el palito. Que sea... y que venga lo que quiera.


Y si te preguntabas
dónde estaba la suerte
después. ¿Dónde estarías,
después?
Danos la forma
después, danos las armas
y así que sea.
 La forma de la pendiente
se mueve igual que vos
si intentas saltar la
piedra mojada, te podrás caer.
Que venga lo que quiera
que sea así. Que venga lo
que quiera, que sea.
Y si te preguntabas
dónde estaba la suerte
después. ¿Dónde estarías?
Teniendo tanto miedo de
hacerlo, siempre habrá  que cargar
el tonel.
La forma de la pendiente
se mueve igual que vos
si intentas saltar la
piedra mojada, te podrás caer.
Que venga lo que quiera
que sea así. Que venga lo
que quiera, que sea.


(clic en el título para escuchar)

miércoles, 10 de octubre de 2012

La palabra ajena

"Es lo que ella una vez deseó, pero difícilmente dos personas quieran lo mismo en un determinado momento de la vida. A veces, esa es la parte más difícil del ser humano".
Claire Keegan. Recorre los campos azules

miércoles, 26 de septiembre de 2012

El proyecto Blair Witch (III. La estadía)

El cuarto era una inmensidad negra. Al entrar presentaba un lugar con dos camas separadas y una ventana gigante que dejaba ver las sombras horripilantes del exterior; y como si esto fuera poco, tenía una lámpara que colgaba del techo confeccionada con ramas, yuyos y piñas de pino que parecía una macumba vudú (y sí, la sugestión ya había echado a rodar); había que tener cuidado con la puta vela, lo único que nos faltaba era prender fuego la hojarasca de tremenda luminaria. Más allá había una puerta con cortinas con cuentas de madera que ocultaba la cama matrimonial. Allí elegimos dormir, dado que no había abertura alguna. Para ir al baño había, obviamente, que atravesar el primer cuarto con la ventana acechante, así que decidimos cubrirla con una frazada a modo de cortina y recurrir al aguantado de vejiga durante la noche. Ni que hablar del baño. Una se sentaba en el inodoro y si miraba para arriba las planchas de Telgopor del techo estaban corridas, dejando a la vista un tenebroso hueco. Angélica me pregunta, descubriendo un armario empotrado: “¿Y acá qué habrá? ¿Frazadas?”. Y yo replico: “Por las dudas no lo abras, a ver si ahí descartaron a los últimos turistas”. La lámpara estuvo encendida hasta la última gota de querosén. Ninguna podía dormir. Los ruidos eran miles de millones. Venían del techo, del piso, de afuera, de adentro. Duras, rígidas, inmóviles y con hambre, así pasamos nuestra noche de relax. El silencio era tan palpable que te enloquecía. Por fin llegó la mañana, y Angélica y yo parecíamos dos zombies. Ojerosas, contracturadas hasta el ojo. Desayunamos en la galería, y claro, a la luz del día todo se veía precioso. “Qué exageradas, qué desconfiadas, no ves que nos tuvieron el desayuno listo”. La mañana transcurrió muy bien, nos extasiamos de sol, me revolqué con los perros, recorrimos cada rincón y sobre todo nos avergonzamos de nuestra actitud infantil. Los ruidos nocturnos provenían de los caballos que andaban sueltos y de las ramitas de los árboles que caían sobre las chapas. Por fin el sol había iluminado la realidad del lugar: todo era inofensivo. A media mañana voy a la cocina para hacer mate y, de paso, devolver el cuchillo defensor; de pronto, siento un ruido detrás de mí, como de cortinas de plástico. Me vuelvo y veo medio cuerpo de Catalina, la yegua domesticada, asomando por la puerta en busca de algún pedazo de pan. La vida del campo puede ser amigable... pero de día. Sin embargo, sucedió que con el solo hecho de saber que debíamos pasar una noche más, inconscientemente, comenzó a trabajar la glándula del miedo. Entonces, cuando nos enteramos de que los dueños de casa iban al pueblo, les encargamos unas botellas de cerveza. Éstas, a partir de las 16 hs. fueron nuestra pócima para anestesiar la proximidad nocturna. Y así seguimos hasta las 23 hs. El estado etílico ayudó a palear la estancia allí. Cenamos y nos dirigimos (pan-queso) a nuestro ya conocido y temido aposento. Todo volvió a ser un horror. Durmiendo en un colchón que parecía una feta de mortadela y rodeadas de oscuridad y silencio. El único consuelo era que al día siguiente apenas desayunadas no íbamos. El micro salía a las 15, pero reservamos un taxi para las 9 con la excusa de que queríamos recorrer el centro. A las 8 tragamos el café con leche, y ya listas y desesperadas nos subimos al auto y fuimos respirando a medida que nos alejábamos. Una vez en el centro, cambiamos los pasajes para las 11. Por fin saldríamos de San Pedro. Hermoso lugar. Precioso, sin duda. Siempre y cuando la estadía sea con electricidad o un buen cuchillo debajo de la almohada.
(fin)

martes, 18 de septiembre de 2012

El proyecto Blair Witch (II. La llegada)

El taxi atraviesa el ingente portón de entrada y notamos que la única fuente de luz del camino hacia la posada son los faroles del auto. Nada más. No hay una gota de luz. Mientras Angélica paga, advierto que alguien nos está esperando en la puerta. Una sombra. Una sombra con una vela. Una sombra que será Gerardo, con una vela en una mano y una copa de vino tinto en la otra. Bajamos. Hola. Hola ¿qué tal? Qué tarde se les hizo. Sí, gracias por esperarnos. Sí, pasen (alumbrando el siguiente movimiento con luz de vela), pasen tranquilas. Y arroja sin anestesia: “Justo se nos cortó la luz y hubo un problemita con el generador, así que estamos a oscuras”. Los quiero anoticiar de que llegar a un lugar desconocido, en medio de la nada, pasando Sauce Pelado, encontrarse con el dueño de la propiedad con vela en mano, vino tinto y nariz sonrojada de chupar no es una bienvenida muy esmerada que se diga. Y hay más, porque al entrar a la casa la primera imagen fue: la negritud total, el hogar a leña ardiendo en el living, y a través de los destellos de luz intermitente de las llamas se percibía una silueta femenina cual Harpía mitológica, con todos los pelos descontrolados en la cara, apoyada en la pared. ¡Mamita querida! Hola, dijo la bruja Blair. Vieron ese cosquilleo en la plaza del que hablé, bueno, ahora se estaba acrecentando y tomando forma de julepe. Gerardo y la bruja Blair nos invitan a ponernos cómodas en el comedor mientras llevan nuestro equipaje a la puerta que señalan como la habitación asignada: “Teníamos preparada la otra pero se nos llenó de abejas” (Escena de película de terror: La profecía). Nos habían mantenido la cena lista para que no nos fuéramos a dormir con el estómago vacío (nos llenan para matarnos con unos kilos de más), así que nos dirigimos hacia allí. Sin ver un ápice, alcanzamos a lavarnos las manos en la bacha de la cocina (todo negro negro negro) y nos sentamos a la mesa del comedor. Era una habitación inmensa, se notaba porque la negrura la invadía. Una mesa de campo larga, con dos bancos y todo servido. “Bueno, chicas, tienen un matambrito de cerdo, con ensalada y papas. De tomar hay vino ahí, y allá agua”, explica Gerardo. Nosotras, cual niñas obedientes, nos sentamos a la mesa que no se veía salvo por la iluminación de una vela y un farol a querosén; las dos así, con la cabeza gacha. “Nosotros nos vamos a acostar, manéjense con el farol. Cuando terminen dejen todo así y vayan directo a la habitación que les señalé. Que duerman bien”. Se retiraron, dejándonos solas... pero no se notaba si se habían ido o estaban en la cocina, puesto que se oía una pequeña charla susurrada. Creo que ni nos miramos con Angélica, sino que jugamos a cenar emitiendo frases en un tono de tranquilidad fingida muy poco creíble. Yo, en ese momento, no podía dejar de mirar de reojo, porque la escena era terrorífica: ¿vieron cuando en una película de terror, una ve que las chicas van a pedir ayuda a una casa en el medio de la nada, donde reside el asesino que ellas desconocen? ¿O cuando la chica baja las escaleras del caserón donde vive sola porque escucha ruidos afuera? Vieron que una grita a la pantalla “Qué hacen ahí, pelotudas, corran por sus vidas”. “Imbécil de mierda, a qué cuernos bajás a planta baja, ¿no ves que está el loco de la bordeadora?”. De esa misma manera me veía yo. Sentía que éramos las improvisadas que habían caído en la casa del terror un viernes de llovizna, sin luz, en el medio del Lejano Harad. Por dentro me decía, “es así como caen estas boludas de las películas. Vinimos al medio de la nada, en San Pedro pasando Sauce Pelado, nadie sabe dónde estamos, nadie escucha nada”. El sinfín de posibilidades carcomía mi cabeza sin piedad. El vino tiene algo. Nos van a dormir y a desmembrar. Nos matan, seguro que nos matan. Le pusieron algo a la comida. Esto es como la película Hostel... se divierten torturando gente. Bueno, toda esta clase de hipótesis surrealistas eran las que mi mente barajaba. Angélica hacía que comía, bien calladita. Estaba más asustada que yo. Pero ninguna decía nada, porque ¡claro! en cuanto lo ponés en palabras se torna más real.  Ya deja de ser una sugestión personal para pasar a ser una certeza de dos. Pero yo sabía que ella sabía, y ella sabía que yo sabía que ella sabía. Obvio que no comimos ni tomamos nada. Dejamos todo así y, lámpara en mano, nos dirigimos a nuestro aposento. Caminábamos sin ver, había una sucesión de muebles y de sombras que se dejaban intuir detrás del vidrio repartido de las puertas. Caminábamos como haciendo pan-queso, de repente, yo me detengo (pan-queso) y le digo a Agélica: “Esperá un toque”. Me vuelvo hacia la mesa (pan-queso) y agarro la cuchilla que había para cortar el matambre. “Por lo menos daremos pelea, caramba”. Pan-queso-pan-queso-pan-queso...
(continuará)

jueves, 13 de septiembre de 2012

El proyecto Blair Witch (I. El viaje)

Existen muchos momentos compartidos con una amiga. Miles, diría. Sin embargo, uno que se consagra como prueba de fuego es aventurarse a emprender un viajecito reparador de fin de semana. De aquí que, hace un par de años ya, con mi amiga Angélica decidiéramos darnos el permiso de pasar unos días juntas para, de esa manera, recuperar el tiempo perdido. Dos días lejos de casa para no pensar en horarios, para dormir a pata suelta, para tomar mate a más no poder (y por qué no un vino), para recordar viejas anécdotas y para –incluso– compartir el silencio. Nos pusimos manos a la obra: primero elegimos un destino cercano, que no demandara más de un par de horas de viaje. Triunfó San Pedro. Segundo, revisamos vía internet cuanto hotel, hostería, hotelucho ofreciera dos días de relax, pero: ¿en qué radicó el error? En mirar demasiadas páginas. Al principio optamos por ir al centro, hospedarnos en el lugar que permitiera ir y venir sin demasiadas complicaciones. Pero, claro, los alojamientos céntricos perdieron por goleada cuando abrimos la página de un casco de estancia, en el mismísimo San Pedro, pero alejadísimo del centro. Era un hospedaje precioso, con hectáreas de campo para recorrer, lleno de plantas, árboles y calles de tierra; pero, emplazado en la zona más remota que una pueda imaginar. Igual, nos encantó: “¿Qué importa que esté alejado si total vamos a descansar?” “Imaginate estar tomando mate debajo de esa galería florecida de Santa Rita”. “Pero mirá ese fueguito en el living... qué acogedor”. Las dos estuvimos plenamente convencidas de que era el locus amoenus sanpedrense. Tercero, sacamos los pasajes. Salimos desde Once en una combi que nos llevaba hasta el centro de San Pedro. Salía a las 20.00. Llegué tipo 19.35, esperando entusiasmada a Angélica. Y allí mismo, en la esquina de Pueyrredón y Corrientes comenzaron los primeros tragos amargos. El transporte de Angélica se atrasó, así que cuando cruzó Corrientes con la cara totalmente desencajada, comenzamos a correr a paso fastspeed para llegar a horario a la combi. Eran las 19.52. Con los pulmones en la mano arribamos, subimos enseguida dado que la gente ya se había acomodado. Era una combi como ya dije, pero de esas que no proporcionan espacio alguno entre piso y techo. Encorvadas cual Nosferatu nos adentramos en la caja de zapatos, no quedaban las mejores butacas, así que nos acomodamos en los asientos posicionados exactamente sobre la rueda trasera izquierda. Y aunque no llevábamos más que una mochila cada una, estuvimos bastante incómodas. Pues bien, a mirar el lado positivo: no habíamos perdido el transporte, y además eran casi dos horitas de nada hasta San Pedro; todo tolerable. El viaje no se pasaba más, las dos horitas se convirtieron en tres horas y media. Pasadas las 23.30, Angélica y yo logramos bajar entumecidas y dar con la plaza principal de San Pedro. Ya estábamos recontra atrasadas, dado que habíamos dicho que llegábamos a más tardar a las 22. En medio de la plaza, un viernes de llovizna, sin presencia alguna de vida, con una oscuridad nebulosa, Angélica llamó a Gerardo (el dueño de la estancia) y le dijo que estábamos en la plaza aptas para tomar un taxi y llegar hasta él. Fumábamos desesperadamente antes de tener que meternos en otro vehículo. En la garita de los taxis solicitamos uno: “¿Hasta dónde?”, pregunta muy lúcidamente el encargado. Y con Angélica emitimos: “Hasta La Candelaria”, dado que eran las palabras mágicas que Gerardo nos había sugerido enunciar (“Digan que vienen a La Candelaria, nos conocen todos”). El taxista nos miró: “¿A dónde?”. “A La Candelaria”. “¿Y eso dónde es?”. “¿Cómo dónde es? Acá en San Pedro, La Candelaria, nos dijeron así... digan vamos a La Candelaria”. “¿Tienen la dirección?”. Ahí mismo –cabe aclarar– ambas empezamos a sentir un cosquilleo en el cuerpo, pero muy imperceptible, sin embargo, ninguna manifestó en voz alta dicha sensación. Angélica: “Nos dijeron que había que ir para el lado del Sauce Pelado”. Cuando escuché esa oración en voz alta me di cuenta de lo disparatado de la situación. Sauce Pelado era como decir Hobbiton, sonaba a joda. "¿A dónde van? Para el lado del Sauce Pelado". Un mamarracho de explicación la nuestra. El taxista algo colaboró, le pasamos a Gerardo por teléfono y éste se encargó de ser su GPS. Ya en camino, nos adentramos por calles de tierra, oscuridad total, ni la puta luna se veía, pajonales y pastizales a los lados cubrían totalmente la visual. El taxista: ¿Ya vinieron por acá? Yo: Nunca. Angélica: En verdad es lejos esta estancia. Taxista: Sí, está muy apartada, hay que cruzar lo que eran las vías y hacer un tramo más. Es un camino... Angélica: Un camino ¿qué? Taxista: Un camino que no se hace mucho. Si les contara... Claro ahí comenzó el abuso de un taxista de la zona, hacia dos paparulas que iban a descansar al lugar menos pensado y conocido. Taxista: Y sí, pasan cosas por acá... Se escuchan distintas historias acerca del camino. Piensen que por acá no hay absolutamente nada. Qué amor que sos, taxista... qué bueno que nos digas todo esto ahora, que no nos queda más que seguir hasta el lugar y fumárnosla en pipa. Cruzamos vías, pasamos el llamado Sauce Pelado... era muy Tolkien todo, pero un Tolkien espeluznante y nada épico.
(continuará...)

martes, 4 de septiembre de 2012

Indiscreciones

¿Qué motivo conduce a una fémina amiga con novio a dejar la prudencia de lado cuando se trata de la intimidad de una? ¿Qué motor se enciende? ¿Qué glándula se le modifica? ¿Qué es lo que hace que una chica amiga nuestra –en quien confiamos– que está en pareja revele todas nuestras vivencias contables y no contables a su compañero vigente? Hay algo que sucede con la mayoría de las mujeres cuando pasan de vestir santos a zurcir ilusiones y sacarse pesos de encima. Pasa una cosa rara, algo que tal vez viene con el combo, no sé, pero de repente un día le conocés al afortunado y en la segunda reunión ante un comentario totalmente sutil de tu parte él te dice (provocando una risita en ella): “Y también, vos elegís cada candidato...”. Epa. ¿Qué te pasó, cachorro? ¿Me estás hablando a mí? ¿Desde cuándo mi vida personal, compartida con la amiga (no así con el fulano), está abierta al público para que el gran novio me la comente? Y otra cosa, nuevo candidato a la panza de casado, ubicate, hacete el sota. Porque mientras masticás el ojo de bife con papas noisette a mí no se me ocurriría nunca preguntarte: “¿Ya encontraste el clítoris de Gaby, o todavía seguís errando?”. Entendés, papi, cómo es la cuestión, aunque yo sepa que vos no podés poseerla de parado porque se te cansa la cabeza del fémur, o que te gusta que te hurguen la baulera con el índice, yo me hago la boluda, no comento nada, no te hago atragantar la comida con un comentario que tiene el tono de un filósofo que todo lo sabe. Así que tal vez puedas ir ahorrándote tus reflexiones acerca de mis elecciones amorosas, mis conflictos laborales o la relación con mi madre, porque no te participé a la ceremonia. Por supuesto que son ellas las que deberían mantener el pico sellado; pensar que, tiempo atrás, cuando eran solteras, demostraban sensatez y equilibrio, pero una vez de la mano, como que les agarró el síndrome “me fusioné contigo”, y pasan a hablar todo en idioma “nosotros”. Esas chicas, las que ahora dicen cosas como “nos encantó esa peli”, “fuimos a la casa de los tíos del gordi”, “no usamos Microsoft, somos Apple”, son las mismas que antes nos escuchaban y compartían nuestras alegrías, comicidades y garrones, teniendo bien en claro que era algo nuestro, de amigas. Ahora que dos son uno, que lo tuyo es mío, que mi vida es tuya, que no tengo vida que no sea con vos, nada de nada queda vedado en el seno premarital. Está permitido contar, comentar, reflexionar y opinar con la impunidad que da la ignorancia. A todos ellos... sigan participando. A todas ellas... cuando se separen del licenciado en protocolo, no-me-lla-men.

jueves, 30 de agosto de 2012

Más negro que amarillo

Día laboral arduo. El cerebro, latiendo y pidiendo misericordia. Es tardísimo ya, pero por suerte mis beneméritos empleadores me mandan uno de sus taxis de siempre para que me acerque a casa. No me puedo quejar. Subo al auto. Saludo. El tachero responde mi buenas noches y comienza a hacer comentarios acerca de mis colegas y del trabajo como para entablar conversación. (Ajá, digo yo). Sí, imaginate que siempre los llevo a ustedes, gente macanuda. A veces pego viajes largos, otras veces viajes acá nomás. El tema es que estoy de acá para allá todo el día yo. (Ah...) Sí, estoy siempre a mil, viste. (Ajá). Y finalmente revela: Yo tengo a mi mamá postrada. (La puta carajo, me tocó otra vez el de la madre postrada. ¡Será de Jesús! ¡Me quiero bajar y correr!) Sí, yo tengo una mamá postrada, viste. Ah, sí... vos ya me llevaste, comento como para enterarlo de que ya sé todo el speech. Sí, pobre y bueh, así postrada y todo ella te mira y entiende. Es así viste. Qué le voy a hacer. Ahora se le escaldó la parte baja de la espalda. (Mmm). Y yo no puedo dejar de laburar viste. Durante el día se queda con una enfermera. Después está mi mujer y los chicos. Qué se le va a hacer. (Ajá). Ahora justo yo me tuve que hacer una sigmoidoscopia. Unos análisis complicados viste. (Ah, mirá). Tengo hemorroides. Lógico, todo el día acá subido y sentado. Pero bueno, si me tengo que operar me operaré. El tema es mamá. El médico me dijo que es como un mes de postoperatorio. Yo no puedo largar el laburo tanto tiempo. Así que no sé. (Y sí, es un tema...) No anda nada bien el laburo viste. El país anda para atrás. Ni vacaciones voy a tener este verano. Los chicos me dicen, papi papi dónde nos vamos a ir. Yo ya les dije que no se hagan ilusiones. No puedo largar el taxi tanto tiempo. Si fuera por riesgo de vida, obvio que me opero... pero si no. Ya les dije, que se vayan ellos con la madre en enero. Aparte qué hago con mamá. Está postrada. Y te mira y entiende todo. No habla viste. (Mmm) Porque primero se quebró la cadera y después le dio un ACV. Así que, se irán ellos viste y yo seguiré laburando. Hace como seis años que no me tomo vacaciones. Pero, nada de operarme. Yo le dije al médico. Un capo el tipo. Conocido mío, y todo. Tres días puedo hacer reposo, pero no puedo estar una semana con el taxi parado. Vivo de esto yo, entendés. (Ajá) Ahora cumple años mi vieja viste. Estamos organizando una cosita de nada. Algo para ponerla contenta viste. (Y sí...) Porque ella entiende todo. Te cabecea y abre los ojos. Como si quisiera comunicarse. Con mi mujer estamos organizando viste. El tema es que mi familia me dio la espalda. Sí, me dejaron solo viste. (Uy, mirá vos...) Dicen que no la pueden ver así, que qué sé yo. A mi hermana no la puedo perdonar viste. Es duro, porque es tu sangre. Tu familia. Yo le dije, Mónica, pasate aunque sea a tomar un mate. Pero nada, che. Dice que le hace mal verla así. Y yo estoy solo para todo. Para más la otra vuelta subió una viejita con esos andadores, viste. Los andadores esos de dos patas con rueditas, viste. (Sí, sí...) Me acerco para ayudarla a subir y hace un movimiento con ese aparato y me pega un golpazo en la cara que me vuela dos dientes. Mirá. Ves. Los dos de adelante. ¿Sabés cuánto me sale el arreglo? Casi mil pesos. Decí que me lo cubre la ART. (Uy, mirá vos...) ¿En qué salida bajamos? ¿En esta de acá? No, no... pasando 200 metros. En aquella del cartel. Ah, sí... yo te llevé ya un par de veces. Sí, puede ser... Bue, en fin así es viste. Ahora voy a ver si llego a casa para la medicación del más chiquito. Un susto el otro día. Se descompensó y le hicieron un recuento de plaquetas. Casi se va para el otro lado. ¿Ahora para dónde giro? A la izquierda (Y acelerá de lleno al paredón, por favor) Ahora a la derecha y es en la próxima esquina, donde está el cartel. Bueno, qué se le va a hacer... hay que seguir tirando. (Y sí... no hay otra) Bueno, gracias por escucharme... hace bien a veces charlar con alguien. Me bajo, casi huyendo, y se me va escribiendo la frase que todos los tacheros osan decir. La que reza que son los grandes psicólogos de todos sus pasajeros. En fin... no pego una.

lunes, 27 de agosto de 2012

Artefacto

A mi entender, el avance tecnológico venía a mejorar y facilitar cuestiones que antaño (o no tanto) resultaban engorrosas e incómodas. De allí que el teléfono celular fuera además de la puerta de ingreso a la constante y eterna conectividad, la salvación a miles de cables, fichas de entrada y salida. Bien, hace un tiempo comprobé hasta dónde llega la pulsión pro consumo. Ahora no sólo hay que poseer el último modelo de celular: ancho, con botonitos ocultos, pantalla táctil, doble airbag, antideslizante y ultrasec. Ahora, además, las chicas tech le incorporan al miniaparato un tubo de colores estilo Entel, para hablar más cómodas. Sí, como leen. En la carterita, junto con el iPhone, iPad, iGarch, iChot, el celu se guarda al lado de un tubo de teléfono tamaño 1990. Pero, clá... yo no entiendo nada. No son tubos tipo Entel, desubicada. Son flúo, animal print, trendy, retroiluminados. Pregunto, ¿qué sigue? ¿Un winco con aplicación Apple? Qué paradoja: el futuro que trae lo nuevo es la clave, pero las cosas no paran de volver del pasado.

sábado, 25 de agosto de 2012

Complicidades

(único acto/sms)

Ella: Oscar, ¿fuiste a sacarme el turno con la podóloga?
Él: Fui temprano a la obra social y cuando llegué a la ventanilla me di cuenta de que me había olvidado la orden, Marga.
Ella: Serás boludo, Oscar. Puede ser posible. Hoy a la mañana te dije que no te olvides toda la papeleta que te había dejado en la mesa de luz. Eso es porque no me escuchás, Oscar.
Él: Sabés que estoy dormido a la mañana, y vos no parás de hablar un minuto. No funciono a gran velocidad, Marga.
Ella: ¡A ver si es cierto! El señor se olvida las cosas y ahora la culpa es mía. Terminala, querés. ¿Qué hago ahora yo con los juanetes?
Él: El vecino del 4to. me dijo que al lado de la carnicería hay un curandero que es bueno. Por qué no probás. Capaz... te sirve.
Ella: ¿Vos me ves cara de Umbanda a mí, Oscar? ¿Me estás cargando?
Él: No empieces, Marga, es un juanete, nada más. ¿Qué tendría que decir yo? ¿Eh?
Ella: Vos preocupate por el colesterol ese que tenés, que no lo bajás nunca.
Él: Eso es por la fritanga que me preparás a la noche, Marga. Hoy ya me estoy muriendo.
Ella: Serás caradura. A vos el colesterol te aumenta por el vermú que te tomás con tus amigos mientras juegan al dominó. ¡Será de Dios!
Él: Bueno, Marga, el médico me recomendó que hiciera alguna actividad.
Ella: Terminala, Oscar, querés. Todo el santo día igual.
Él: Che, Marga...
Ella: ¿Qué pasa?
Él: Me gustás... ¿Lo sabías? 
Ella: Sí, lo sabía.
Él: Beso, Marga.
Ella: Beso, Oscar.

martes, 21 de agosto de 2012

Que sepa abrir la puerta...

A veces nos olvidamos de jugar. Y es lógico porque no siempre encontramos con quién. Es difícil a partir de determinada edad toparse con una persona que nos siga el juego, que esté dispuesta a ser cómplice. Es complicado porque una ya perdió un poco la costumbre, porque se guarda más, se reserva, se acartona. La oportunidad de juego se escapa, se desdibuja, se hace cada vez menos posible. Sin embargo, a veces la vida nos guiña el ojo y nos regala la posibilidad de dar con aquel sujeto que sin explicación mediante entiende el mecanismo de todo. Comprende de qué se trata, y de repente sin miramientos, sin especular, sin tener que leer las instrucciones, se entrega al placer lúdico de compartir ese espacio que el mundo adulto se fuerza por quitarnos.

jueves, 16 de agosto de 2012

Presagio prêt-à-porter

Él luce unos chupines de jean, un poco gastados (sólo un poco), remera rayada de diseño levemente inclinada hacia un hombro, y una camperita tipo canguro que tiene la medida exacta para dejar entrever el cinto con tachas. En la mano lleva una bolsa de tela floreada con carpetas en su interior. Zapatillas rojas y un peinado desmechadé; cierran la estampa unos lentes con marco rojo, muy anchos y grandotes (que por supuesto dialogan con las zapas). Luego la cruzo a ella, pantalón de esos cagados, estilo de trabajo Ombú, camisa escocesa, debajo remera amarilla inconseguible, arriba de todo eso, campera de cuero bordó re top, zapas ramoneras ultracaras, bandolera de cuero de color verde estridente, peinado despeinado que le llevó 5 horas lograr, lleno de invisibles, uñas de color flúo, y una bufanda de 15 kilómetros; también usa lentes con marco carey, cuadrados y como para el tamaño de la cabeza de Hulk. Después viene hacia mí, caminando, un muchacho reloco, pantalón a cuadritos verdes y violetas, camisa de jean, arriba saco de lanita marrón caca, pañuelo con lunares negros, y una mochi de esas estilo skater. Obvio que usa lentes, y un reloj amarillo de plástico re grandote, y pisa unas alpargatas cuadriculadas blancas y negras. El pelo, con un corte muy moderno. Ante tamaña visión, ya me doy cuenta de lo que vendrá. ¿Dónde estoy señores? ¿Saben dónde? Próxima a pasar por una sede de la UP. Y no me refiero a la unión peronista, no. Ahora, bien. ¿Se dan cuenta de que hay gente que gasta una hora cuarenta en arreglarse con dedicación para aparentar que no le da ni cinco de importancia a la estética? Loco, ¿no?

lunes, 13 de agosto de 2012

Relecturas

Hoy me tocó encontrarte por la calle. Fue hoy, no otro día. Recién hoy y después de tanto tiempo. Y claro, parece que la vida se encarga de hacerlo en el momento preciso, en el instante exacto. Ni antes, ni después. No sé si fue bueno o malo. Creo que fue la nada. Caí en la cuenta de que el recuerdo hace trampa, y que el paso del tiempo le juega muy a favor. Juntos pintan las situaciones pasadas de colores gratos, cuando tal vez son sólo simples postales en blanco y negro. La distancia cura lo que en su momento fue insoportable de digerir, y vos en esos flashes parecés inofensivo. Pensar que me quedé con tantas cosas que decirte, con todo por decir, porque nunca te dije nada en realidad. Ese silencio vino más tarde a cobrar intereses, y costó bastante pero la deuda quedó saldada. Claro que nunca pudiste enterarte. Y resulta que hoy te vi, y me dijiste que yo no había cambiado nada, que me mantenía igual y me preguntaste qué era de mi vida. Y yo te miré, y fue llamativo advertir que no teníamos nada en común, y por primera vez vi claramente que nunca lo habíamos tenido. Y volviste a decir que era increíble que yo no había cambiado para nada. Y yo sólo atiné a confirmar cuánto te estabas equivocando. Ahí mismo, cuando me di vuelta para seguir mi camino, sonó en mi mente la canción exacta.



Te extraño en las tardes
quizás no es amor
lo que me hace buscarte.
Las decisiones
siempre llegan tarde,
las piezas que quedan
jamás encajan.
Viajando en la luz,
te quiero abrazar,
un beso perfecto,
envuelto en los sueños
de inútiles noches.
Confusos recuerdos,
colores santos.
Quizás no es amor.
Yo sé muy bien
jamás me entendiste
y no lo pretendo.
Dulce es este viento
sopla en mi corazón,
arrastra olvidos
y no regresan.
Quizás no es amor.
Cambiar las palabras
mejor no jurar
promesas erradas.
Cambiar las palabras,
quizás no es amor.
Colores santos… 
(clic en el título para escuchar)

miércoles, 8 de agosto de 2012

Día que no

Cuando ya se amanece atravesada, es mejor darse vuelta y atrincherarse entre sábanas. Viste esos días en los que no, que mejor no, que mejor lo dejamos ahí. Así, hoy. El gris de la jornada no ayudaba mucho, la llovizna menos y mi pesadez mental restaba toda posibilidad de triunfo. Tratar de acomodarme los pelos era una necedad por mi parte, la humedad ganaba por robo. La ropa se sentía en el cuerpo como si fuera de cartón corrugado. Me molestaba la sisa, las medias, el talón derecho, el cuello y el estómago. Cuando salí a la calle me di cuenta de que tenía una violencia contenida y de que el primer energúmeno que se atreviera a mirarme iba a pagar el precio de mi irracionalidad. (Aclaro: no estoy ovulando ni ovárica ni nada) Era esa sensación de que te tira el cuerpo, de que de repente vas a estallar. Creo que la palabra es fastidio. Estaba fastidiada. El viaje en colectivo fue bastante tolerable, pero me molestaba todo lo que tuviera que ver conmigo: ropa, bolso, pelo, uña, ojos, cervicales. Encima esa humedad detestable que se te frota y frota. Bien, se me sienta al lado un señor importante en tamaño, despliega el diario y me clava su codo en mi brazo. Y encima me mira como diciendo: “Mirá que ocupás espacio, ¿eh?”. Como yo sabía que era un día de culo fruncido, le puse onda, respiré y seguí con la tirantez de columna vertebral. Bajo del colectivo. Espero mi paso ante el semáforo, y cuando éste se coloca en rojo un colectivo que tenía que frenar se estacionó sobre la línea peatonal. La horda de autómatas cruzó como pudo, haciendo de jamón del sándwich que (para ese entonces) formaban el 41 que se había adelantado y el 61 que estaba levantando gente en una parada. Cruzo, levanto mochila sobre la cabeza, y me abro paso entre el pasillo que dejaban los bondis. Ahí me latió el ojo y sin pensarlo me acerqué al siome que había estacionado donde yo debía cruzar, le golpeé la puerta, me miró y ejecuté una performance para hipoacúsicos: índice que lo señala (“vos”), índice y mayor en V señalando mis ojos (“mirá bien”), gesto con la manito abierta (como pidiendo un cortado pero hacia abajo) en vaivén (“dónde estacionás”) y en voz alta: “¡¡¡La puta que te parió!!!”. Desde ese momento supe que mi misión en el día era marcarle a la gente de mierda lo mal que hace las cosas. Sigo caminando, espero para cruzar otra avenida. Semáforo en rojo para los autos. Estoy cruzando y un tachero me tira el taxi encima dado que calculaba que se iba a poner en amarillo pronto y eso le daba derecho a adelantarse. Freno, le golpeo el capó tres veces con la mano abierta, y le planto: “Sos tarado o te hacés”, señalándole el semáforo. En ambos casos, enrostré mi veneno y ni me preocupé en esperar lo que tuvieran para decir. Pasé el día laboral avisando que no estaba en mi eje. Al salir, me paro en la cola del transporte público de pasajeros. Pasan tres bondis, no paran. Uno de ellos no iba lleno. Veo que viene otro, y al mismo tiempo se acerca un vendedor de Hecho en B.A., revista que suelo comprar, sin embargo,no tenía ganas de sacar la billetera, no tenía mucho dinero, y encima la tapa era con Estelares, banda prescindible si las hay. El bondi se acerca, el pibe rasta también: “Hola, doña, perdone que le interrumpa lo que escucha, me compra una revista... 7 pesito nomá”, le oigo la oferta, el aliento y el olor a pelo sucio. Como me percato de mi día, sonrío y le digo: “No gracias... te agradezco”, si está todo bien con el pibe. Pero ete aquí que a él se le ocurre emitir: “Por qué se ríe, nosotros necesitamos comer, no se ría”. Upa la lá. ¿Sabés qué rasta? El speech lastimero de “queremos la copa de leche”, hoy lo tendrías que haber obviado. A lo cual yo, instantáneamente: “No me estoy riendo, trataba de ser amable, ahora tomatelá, rajá porque no te voy a comprar un carajo de nada”. Bien. Subo al bondi y, milagrosamente, todos los asientos estaban libres para mí. Me senté en el lugar que más me gustó, y caí en la cuenta de que hay veces en las que una puede ser recompensada sin tener que agachar la cabeza ni poner la otra mejilla.

viernes, 27 de julio de 2012

Y Dios dijo a Eva

La lucha contra el estado ovárico es una batalla perdida. Estoy ovárica, sí, ¿y? No me digan, no quiero que me digan que no son los ovarios sino el cuello del útero porque me da exactamente igual, sea lo que fuere me cansa de manera sobrenatural. Y lo peor, lo peor es darse cuenta de que ante el desgano, el instinto suicida y la congoja que empieza a tomar todo el tórax, una no puede hacer nada. Es así, el periodo se avecina y debo afrontar estoicamente esta ánima fofa que insiste en enterrarme en los suburbios de la feminidad. Estoy mirando una película re pedorra, él la mira y le dice: “Crucé océanos para encontrarte”, y ¡zas! se asoma la lágrima preciclo. Me voy a dormir a la noche, apoyo la cabeza en la almohada y me sobreviene una angustia que empieza a pucherear, luego la lágrima loca rueda en la sábana y ya abro las compuertas y me arrojo al llanto más falto de motivo que existe. Pienso en la monotonía de mi vida: llanto. Veo un perro dormir en la puerta de un cajero: llanto. Pasa una vieja con andador: llanto. Se rompe la persiana hija de mil putas: llanto. La gata me tira un zarpazo y me hace fu: llanto. Quiero sacar el frasco de berenjenas en escabeche que está al fondo de la heladera y se estrella contra el piso: llanto. Se me va un 132, corro al que viene atrás y que acaba de estacionar, corro corro corro, arranca despacio, corro, me agarro del pasamanos, arranca fuerte y me cierra la puerta en las mismísimas narices: llanto. Pensar que hace tiempo atrás esto no me pasaba, el ciclo venía, se quedaba unos días, se retiraba y eso era todo. En fin... sea ultrafina, con alas, normal, súper o nocturna, voy pateando mi salud anímica hasta que la naturaleza lo decida.

viernes, 13 de julio de 2012

Tres pelos

Hace unas semanas fuimos con mi amiga, la chica dada que te toca y te estremece, a ver una banda musical muy simpática. El lugar, desprolijo adrede, era uno de esos bares que se arman con una estética casual, de rejunte, con onda así-nomás. Una vez ubicadas y provistas de víveres para sobrellevar la velada, advierto mientras conversamos que no puedo sacar mis ojos de los muchachos presentes (estética casual, de rejunte, con onda así-nomás). Miro a los sentados, a los parados, a los acodados, a los apoyados, y no doy abasto. Por supuesto que me pregunto qué es lo que está ocurriendo, porque una cosa es mirar a un sujeto específico y otra muy distinta es esta orgía ocular a la que me encuentro entregada. Primero creo que estoy más necesitada de lo que me parecía. Pero no es eso. Me cuestan varios minutos, hasta que por fin doy con el motivo: las barbas. Ahí está. Es eso. Sólo y tanto como eso. Hay muchos hombres barbados. Es así como me percato de que hacía mucho mucho no veía barbas, así todas juntas. Esto es lo que le explico a la chica dada que te toca y te estremece. La barba. Presencia atractiva si las hay. Las barbas son una especie en extinción, con muy mala prensa. Blanco de comentarios desagradables por parte de muchas damas, del estilo: “¡Qué asco! Comen y se les pegan todos los fideos”“¡Ay, no! ¿Barba? Uácala... lo besás y te pincha toda”. Sin embargo, para mí son un agregado exquisito en el sexo masculino. Me refiero a las barbas posta, no a ese grisáceo que abunda hoy día, o chivita, o candado, o barba de tres días, o recortada con una prolijidad obsesiva, que no están mal pero no son lo mismo. Hablo de la barba, ésa, así, crecida, abundante, desprolija sin ser guaranga. Esa barba. Recuerdo que de chica miraba embelesada a primos, tíos o amigos de padre, altos, grandes y barbados. Era increíble. Luego de adolescente ya no me maravillaba, sino que me enamoraba automáticamente de aquellos que tuvieran barba. Primero, la barba y después vemos. De hecho tengo varias barbas en mi vida amorosa, aunque la mayoría de sus portadores nunca se haya enterado de ello. Una de las tantas perteneció a uno de mis primeros amores (no correspondido por supuesto, sí enterado), él no era nada lindo pero yo estaba perdida. El día que decidió dejarse crecer la barba para mí fue sublime, pese a que le quedara espantosa y asentara más su ridiculez tan falta de glamour. Nunca voy a olvidar la tarde en que me eligió a mí para que lo ayudara a afeitarse, fue como llevar la antorcha olímpica; un momento de sentimientos encontrados: alegre porque era yo y no otra, triste porque se desharía de su bien tan preciado por mí. Más grande ya, se me presenta en la memoria el chico de pelo largo y barba a quien por mucho tiempo le desconocí el nombre. Meses embobada, mirándolo, charlándole, sabiéndole por fin el nombre suyo y el de su novia. Pero nada importaba, tenía barba (y pelo largo, y novia); hasta que, claro, llego una mañana, lo veo y reparo en la fatalidad absoluta: se había afeitado y cortado el pelo. Sí, se había mutilado de una manera extrema por un solo motivo: “A mi novia no le gusta”. Dios le da pan... Tuve revancha después, porque hicimos una linda historia de amor juntos, pero la barba nunca estuvo presente; y eso que yo sí le hubiera hecho honor. Hace poco también encontré una barba en el joven con quien nos entendimos desde el minuto uno, y al verlo así barbado me pudo para siempre. Las barbas. Las barbas dicen mucho de quien las lleva. Las barbas marcan una personalidad inquietante. Las barbas ocultan un secreto agradable. Las barbas... Hoy las reivindico. Hoy las recuerdo. Hoy pido que sigan creciendo. Que se animen a pesar de la ignorancia femenina que las rechaza. Las barbas. Aunque escapen, aunque tengan otra dueña y se me hagan las difíciles, seguiré esperando ir a su encuentro, porque como dije hace muchos años ya: la barba... la barba no se discute.

martes, 10 de julio de 2012

Cuestión de actitud

Cansada de escuchar que soy complicada, que soy muy selectiva, que soy rara, que tengo mucho carácter, que nada me viene bien, aquí un pequeñísimo ejemplo de cómo algunos sí entendieron todo:

Yo: Bueno, llamame un taxi que ya es re tarde.
Él: ¿Eh? No molestes. (Apaga la luz y me abraza) Dale, ponete a dormir.

jueves, 5 de julio de 2012

El caso Dora

Hace unos años que trabaja en el mismo lugar que una. Nadie pero nadie repara en él. No asiste a las reuniones para tomar café o ir al kiosco. No comunica mucho de sí mismo. Sólo se limita a un “sí, claro” o a una sonrisa condescendiente, pero no más que eso. Bien. Un día coincidimos los dos en la parada de colectivo y se entabla una pequeña charla, nada que derrame gran sabiduría, pero un intercambio de palabras al fin. No estuvo mal. Entonces eso es todo lo que le basta, sólo fue necesario vernos hablar al día siguiente o hacernos un chiste de complicidad para que la compañerita nuestra de cada día, esa que nunca puede ser menos, esa que a los 76 años va a seguir izándose las gomas hasta la pera (sin reparar que su añeja juventud está claramente escrita en las arrugas de su escote, por más andamios que use para levantar lo inevitable), se precipite a la caza del gavilán en exhibición. Será posible, che, ¿puede ser que existan minas así? Ella les hace asco a todos, pero igualmente les despliega su cola de pavo real y les pestañetea los párpados; es más, meses atrás se sentía explícitamente fastidiada por este sujeto en particular. Sin embargo, ahora, algo había cambiado: otra muchacha había hecho contacto con el susodicho, otra señorita había descubierto en el Jorobado de Notre Dame un codiciado Brad Pitt en potencia. No sólo nos vio hablar, sino que nos cruzó mientras intercambiábamos celulares. A partir de ese día, la bebotona freudiana le buscó conversación, le preguntó ciertos datos irrelevantes y, por supuesto, tejió la mejor de las excusas para pedirle su número telefónico; todo en mi presencia, porque lógico– es lo único que valida su superioridad femenina: que yo esté presente. En la definición de patetismo seguramente aparece tu foto, encanto. Sos tan obvia, tan plásticamente articulada, que dan ganas de comprarte una casita y un Ken. Si me quedaba alguna duda acerca de tu euforia uterina, esto acaba de sellar la confirmación. Ahora ya entiendo tus sonrisitas orgásmicas ante el ente masculino, tu taconeo frenético y tus ropas tres talles menores by Cris Morena; como también tu pose “ay soy un desastre en esto, no entiendo nada” mientras se te dibujan esos pucherones tan pateables. Asimismo comprendí la esencia de este ejemplar de mujer histeria: su meta no es salir con el colega, dado que no le tocaría ni el ojo; sólo necesita desviar la atención del jovencito cada vez que esté presente la fémina potencialmente peligrosa, engrosando así su voraz e inseguro narcisismo. Entre nos, si llego alguna vez a eso (o por lo menos a levantarme la mampostería hasta el ganglio), propínenme unos buenos azotes en las asentaderas.

sábado, 30 de junio de 2012

Rojo

Creo que voy a dejar de escribir para darles la palabra a aquellos que se expresan de manera tan preciosa y exacta...
Hace tiempo atrás. Lucas Martí
(clic en el título)
Hace tiempo atrás, no quisieras ver toda esa maldad esparciéndose, rojo en las ventanas, rojo del dolor, quién iba a esperar entre tanto el rojo de un amor. No fue en libertad que me sacudió ese amor rapaz que me desveló, cada acción en grupo cada día en vos, no sé si luché si recuerdo que ganó el amor. Recuerdo el puente donde te vi fumar, ya no existe más. Aquel espacio que nos prestó un lugar ya no existe más. Ya ni preguntes por tu amor, todo pudo más que yo, mi alma y mi historia esperan más de un cuerpo, es que creo acordarme la misión, ocultar información, fuimos tan buenos que oculté hasta el sueño de estar unidos. Ya no hay rendición, nueva posición, lo excluido escapa a los dos, puedo ver de nuevo, estar a tiempo, entramos por los puertos del Demonio. Seguí creyendo en esto como un tonto, llegué a matar a otros y olvidarlos. La guerra fue tortura y salvación. Quiero navegar solos vos y yo, sin querer quemar, sin querer traición, cada beso tuyo, mi respiración, no sé si maté si recuerdo que mataste vos. Todo no recuerdo, si recuerdo que mataste vos, poco lo recuerdo, si recuerdo que mataste vos.

miércoles, 27 de junio de 2012

Parada, chofer

Muchas son las maneras que uno tiene de clasificar a la gente, lo revelador es encontrar una nueva. Hoy descubrí algo interesante al respecto: teniendo en cuenta a todas las personas existentes pueden trazarse dos patrones relacionados con el transporte público. Existen quienes, al subir a un colectivo, subte o tren vacíos y a pesar de que su trayecto implique pocas cuadras o estaciones, ocupan un asiento sin más consideraciones. Se sientan, se apropian de su lugar sin importar que ese estado dure cinco minutos. Hay otros que en la misma situación permanecemos de pie y cedemos las butacas a quienes emprendan recorridos más prolongados, con la errada idea de “para qué si ya me bajo”. Y aquí viene el hallazgo: los primeros son los que entendieron el mundo al dedillo y quienes están destinados a la felicidad; los segundos aún estamos intentando poder algún día dar el paso sin importar lo que dure el viaje.

viernes, 22 de junio de 2012

Arriando velas

Hoy te voy a hablar a vos, ser inconveniente, a quien creí extinto, quien pensé había madurado, a vos que te he cruzado por la vida y que me has arruinado más de una noche, ya sea en el mismo envase, ya sea en uno distinto. No te vengo a hablar porque hayas retornado a mi existencia, no; me pronuncio ante tu persona porque has regresado en forma de frustración al umbral de la puerta de una querida amiga, completamente inocente frente a especies como la tuya. Ejemplares que en una despiertan compasión, pero que con el tiempo demuestran ser un fraude. Hoy te lo voy a decir, para reivindicar mis noches para el olvido, y tal vez las de tantas congéneres que cayeron en tu burda melancolía asexuada. Te hablo a vos, lumpen del erotismo, a vos que conquistás a una damisela, la chamullás desde la ternura, le vendés el disfraz de soy-un-ser-sexuado, te la das de te-voy-a-poner-a-gozal y aceptás unirte en cópula con ella. Claro que hasta aquí no hay nada indecoroso, lo descarado de tu parte aparece entre las sábanas, una vez llegado el momento de concretar el accionar anatómico, luego del juego previo, ahí desplegás tu costado más vergonzoso que consiste en poner cara de compungido y evidenciar la obviedad, hacer explícito lo que la señorita ya advirtió: tu mástil sentimental, apenas rozó estribor, abandonó su enhiesta rigidez y no hay drizas ni jarcias que icen el velamen; al instante soltás: “Perdón, no puedo... es que... estem... mmm... nada... viste... ehm...”. La damisela, así en bolas como está y ante tamaña situación, te regala frases de contención que salven el naufragio, hasta que vos expresás: “Sí, perdón... lo que pasa es que... me acordé de mi ex novia... todavía no puedo superarlo”. (Glu, glu, glu, glu) Acá voy a aclarar algo, no necesito explicar (aunque voy a hacerlo) que entiendo que a cualquier hombre puede sucederle algo así, digo, verse impedido de erección, lo entiendo y no me espanta. Puedo creer en que un ser pensante tenga un coágulo amoroso que le impida concretar un acto. Sin embargo, sepan que hay una partida de muchachos que toma esa actitud como pilar para la vida, que busca superar su fracaso conyugal en la cama de alguna muchacha. Entonces, a vos te digo, exterminador de libidos, si no estás en condiciones de tener encuentros sexuales con una, guardate bajo llave. Si el glande no está para fiestas, dale unas vacaciones. No podés ir por la vida haciendo fallida la vida sexual de las féminas. Hay veces en que las chicas queremos fornicar y ya, nada más que eso, garchar y no abrazarnos mientras vos suspirás por la otra y nos acariciás el pelo. Fijate, no sé... tomate un tiempo, salí de putas, hacé karaoke con tus amigos, cascate la chaucha sin piedad, andá al psicólogo, leé a Osho, erotizate con Milla Jovovich, hacete un tatuaje, cambiá el auto, andá a ver el carnaval de Gualeguaychu, pero no vengas a hacer flácidas las noches de aquellas que ya sabemos que Papá Noel son los padres. ¿Dale?

lunes, 18 de junio de 2012

Anotatelón

El pantalón jogging en hombres es una obscenidad,
y si es gris (perla o topo) redobla la apuesta.

martes, 12 de junio de 2012

Es el peor tiempo perdido...

Tal vez sea porque dejé de fumar hace un tiempo ya, pero la cuestión es que no resulta tan llevadero ahora. Digo, este temita que me incumbe por estos días se hacía mucho más fácil con la dosis de tabaco que así en la abstinencia. Hablo de la espera. Me paro y me doy cuenta de que la espera ha marcado el transcurso de mi vida de manera constante, la espera del bondi, la del turno de la ginecóloga, la espera de la amiga que termina de plancharse el pelo, la del muchacho que se retrasó unos minutos, la del tramiterío de la mudanza, la del llamado, la de la respuesta de sms, la del servicio de internet, del pintor, plomero, confirmación de trabajo, aprobación de proyecto y creo poder seguir ad eternum. Siempre me molestó un poco la espera, pero hoy ya no la soporto. Ya está, no la aguanto más. Entonces, dándole vueltas y vueltas al fastidio algo se encendió, tal vez la luz de la sabiduría, y reparé en que siempre me encuentro esperando porque no acciono ante las cosas como se me canta el reverendo dedo gordo del pie. Creo que la palabra del otro es tan auténtica como mi palabra, ergo es factible. Si digo a las 17 es a las 17. Pero, no, chiquita, no es así. La palabra del otro es la palabra del otro y punto. A las 17 quiere decir a partir de esa hora vemos. De pronto la luz, la claridad, la tranquilidad y todo se resignifica. No voy a esperar llamados, respuestas, mensajes, visitas, confirmaciones. Terminá de plancharte el pelo, yo te espero tomando un Fernet. Analizá tranquilo mi proyecto de quince páginas, yo de mientras voy pensando en otro que lo acepte sin tantos miramientos o, en su defecto, redacto un plan distinto y lo llevo a cabo por mi cuenta. Reflexioná tranquilo y llamame cuando quieras, pero no te garantizo tener un turno libre. Es curioso, después la gente me pregunta por qué hago tantas cosas sola, y ahora puedo explicar que es porque me cansé de esperar.

viernes, 8 de junio de 2012

Los hombres de mi vida III

Día: sábado.
Hora: 11 hs.
Desafío: instalar apropiadamente el lavarropas.
Obstáculo: el ferrete del horror.
He pasado muchos años con un sistema de conexión de lavarropas extremadamente precario, dado que en la cocina donde estaba el sector lavado no había rejilla interna de desagüe. La manguera de carga de agua cruzaba todo el ambiente hasta la bacha, así como la de desagote. Cada vez que había que lavar, era la misma historia: saco manguera, conecto canilla, saco la de desagote, la trabo para que no caiga al suelo y escupa toda el agua jabonosa por el piso (me ha pasado más de una vez llegar y encontrar al gato arriba de un escalón, sacudiendo su pata trasera con cara de “me parece que el lavarropas descargó feo”), lavo, saco mangueras e insulto. Pues bien, una vez mudada, observo en el lavadero un orificio en la pared que sirve exclusivamente para depositar la manguera de desagote, y lo más excitante aún es que existe una canilla just for de lavarrop. Increíble, la vida me sonríe (lo que es el primer mundo). No voy a empañar la anécdota feliz con que el orificio estaba obstruido y vino el encargado a hacer lo suyo, porque es totalmente secundario. Acá el tema no es el encargado, acá la vedette es otro sujeto. ¿Qué reflexiono? Si tengo un lavadero tan bien provisto, lo menos que puedo hacer es una conexión deluxe, y si algo aprendí de mamá y su devoción por las máquinas lavadoras es que la manguera de desagote debe extenderse 60 cm aprox. en posición vertical antes de meterse en el canal encargado de llevarse el agua de descarte. Bien, tomo medidas del caño a utilizar, del diámetro del orificio, calculo los elementos necesarios y me dirijo a la ferretería más cercana con el fin de abastecerme. Es allí donde reside uno de los enemigos más despreciables del género femenino, un titán que no se deja doblegar tan fácilmente, una especie de ente corrosivo: el Ferrete del Horror. Entro al negocio y ya me atiende con cara de ésta-me-va-a-pedir-un-pituto-para-hacer-découpage, prejuzgando y viéndome como una precámbrica inepta que nunca cambió una bombita de luz. “Buen día”, digo yo, así tan simpática. “Hola, ¿qué necesitás?” (Tres kilos de papas, imbécil). “Estoy buscando un caño de PVC de 60 cm” (tomá, culo empastado, no tuviste que preguntarme “de cuál”, haciendo notar la obviedad de que no todos los caños son iguales, si no fijate tu hijo menor). San tornillo raya al medio me trae el caño cortado. “Algo más”, pregunta macho alfa. “Sí, un codo de 3 mm de diámetro” (duele, ¿eh?, fisher de mazapán, te molesta tanta precisión en polleras). Y ahí mismo, como no puede con su genio de perno aceitado, como no tolera que una señorita sepa de qué la va un oring de agua o un precinto de seguridad, el muy turro manda: "¿Para qué es el codo?" (Para sentarme encima y practicar Tantra, tá que te re-tiró; ¡qué carajo te importa para qué es!). “Para la conexión de desagüe del lavarropas”, explico sonriente sin perder la calma. Cabeza de biela comienza a experimentar un tic en el párpado y, desalentándome, manifiesta: “Y para qué vas a usar todo esto, meté la manguera directamente en la rejilla”. Replico: “El tema es que se recomienda que esté vertical, entonces necesito el codo para poder afirmarlo en el orificio de la pared”. Así comienza la guerra con el ferrete, él desgarrándose de a poco por la sapiencia femenina en un área puramente masculina; yo, con mi mejor sonrisa de cómo-te-la-estoy-mandando-a-guardar, sin retroceder ni un milímetro. Filtro oxidado, echando espuma por la boca, redobla la furia: “Bue, vas a hacer todo eso y no es necesario, ¿estás segura de que son 3 mm?”. “Sí, estoy segura. Lo medí con un... (y le disparo con munición pesada) ¡calibre!” (con el mismo que te debés medir las pelotas que te cuelgan de la bisagra). Lija al agua está que explota me explota me expló. Acto seguido, cual yegua herida, mete todo en una bolsa, y arroja la frase matadora: “Y todo esto ¿con qué lo vas a pegar?”; todavía no se convence, no se deja domeñar, no cede. Y yo, airosa, aún sonriente, con jazmines en el pelo y rosas en la cara, le doy la estocada final: “Tengo sellador de silicona en casa, gracias”. Arandela de goma cae vencido, su hígado se retuerce ante la impudicia de la fémina que entiende lo que va a hacer a una ferretería; se ahoga en su propia ponzoña generada por todo aquello que no tenga pantalón Ombú, manos engrasadas y raya de upite al aire, queda noqueado sin entender el descaro que acabo de tener ante él, justo él que es la eminencia del bulón. Luego de pagar, salgo bolsa en mano, jurando no volver a pisar ese antro infernal, y convencida de una cosa: vos podrás tener el taladro macho más pulenta de la cuadra, con doble percutor untado en gel íntimo, pero yo... yo, clavo con bucles, soy una tenaza hembra muy difícil de enroscar.

martes, 5 de junio de 2012

The Babel torre o La tower Babel

Tras una seguidilla de malentendidos, explicaciones inútiles y pulsión asesina cual personaje de Michael Douglas en Un día de furia, he decidido hacer voto de silencio. Me pronuncio ausente de ciertas situaciones de diálogo, y me limito a manifestar un “aha”, “mmh”, “mirá vos”, “sí, claro”, como una siome que está coreando al rapero de moda. Pero no tengo otra opción: comunicarse en estos tiempos modernos es una tarea casi titánica. No hay manera de entenderse con el prójimo; estamos atravesando lo que se llamaría crisis entre alocutor y alocutario. Es así que, gracias a mi nuevo mutismo, puedo apreciar cómo dos o más personas están hablando de lo mismo y no logran ponerse de acuerdo, ni siquiera se enteran de las ideas del otro, simplemente, porque no se escuchan. Están más atentas a su opinión, que a oír lo que el otro tiene para decir y responder en consecuencia. Lamento reconocerme un poco así, tiempo atrás, cuando sí opinaba y cuando sí intervenía en tertulias que creía interesantes. 
No hace mucho se presentó una escena laboral donde alguien estaba contando algo que nos incumbía a todos (llamémosla persona A), y otro sujeto que estaba “escuchando” interrumpió, enunciando una frase de disconformidad con un tono muy poco amable (persona B); ahí advertí que la persona B tenía un preconcepto armado acerca del tema desarrollado por persona A, con lo cual sin permitir la finalización del discurso de A y, por ende, sin saber la conclusión de A, a la persona B le saltó la térmica y comenzó a enmarañarse en una respuesta que expresó diferencias, bronca, saturación, negligencia y no sé cuántas negativas más. El resultado: esa interrupción fue ramificando justificaciones aclaratorias a partir de la intervención de B, sin dejar en claro lo expuesto por A, y alejándonos cada vez más del asunto que a todos competía que era el relato de apertura de A. O sea, B con su opinión anticipada, con su ira masticada vaya a saber uno por qué, y sus ganas locas de discutir y manifestar odio, forzó el discurso de A para el lado que más le convino, y allí explotó el globo. Si A no hubiera sido embestida por B, A habría terminado su exposición, B habría comprendido, habría podido manifestar su opinión y habríamos llegado a una conclusión más coherente. Escena:

A: (Tono explicativo) Ayer tuvimos una reunión con el vendedor de huevos y ofreció vendernos cada maple a $ 35, con la condición de que compremos durante todo el segundo semestre. Nosotros dijimos que nos parecía un precio razonable, siempre y cuando mantuviera fijo el monto. Y ahí, el señor Vázquez nos respondió que si los huevos aumentaban no podía prometernos un congelamiento de precios, pero sí un porcentaje de aumento mensual. A lo que nosotros respondimos...
B: –(Interrumpiendo a A y mirándolo fijamente, índice en alto) Escuchame una cosa, hace 15 días dijimos que los huevos son partidarios del colesterol, entonces si ya otros años nos arreglamos sin huevos, me parece que este años tranquilamente podemos prescindir de los mismos...
A: Sí, claro. Pero esta reunión fue por el precio de los huevos, no por sus propiedades nutritivas.
B: –(Mirando hacia abajo con el ceño fruncido) Bueno, pero si daña la salud ya no hay nada más que hablar. El año pasado en lugar de tortillas cocinamos berenjenas al horno.
A: Está bien, sí, lo recuerdo, pero la semana pasada en la charla que tuvimos los aquí presentes para preparar flanes con huevo, acordamos volver a hablar con el señor Vázquez. Aparte las berenjenas están carísimas.
B: (Con tono crispado) ¡¿Y los huevos no?! Vos estás diciendo que se habló del precio de los huevos, y de nuestro compromiso para comprarle durante todo el semestre. No puede monopolizar el mercado del huevo, ¿se entiende?
A: No, no lo está monopolizando, estamos hablando de una puesta en común. Nadie determinó comprarle los huevos a él...
B: –(Sin escuchar) Porque el mismísimo Colón les paró un huevo a los reyes de España, y acordate cómo terminó el asunto, ¿eh? Con espejitos de colores y genocidio por doquier. ¿Acaso vos estás a favor del genocidio?
A: –No, yo no estoy a favor del genocidio, sólo pretendo llegar a un acuerdo con los huevos. Esperame un poco que termine de contar así saben en qué quedó la propuesta...
B: –Sí, claro, ahora me venís con si primero fue el huevo o la gallina. ¿Te parece bien cómo crían a los pollos ahora? ¿Eh? Si el año pasado trabajamos con Greenpeace, qué te hace un año más seguir con la misma postura.
A: –(Estupefacto) ¿Quién dijo algo de Greenpeace?
(Se mete C, en la charla, totalmente desubicado)
C: –A mí el flan con huevo no me gusta...

Algo así son las conversaciones que rodean mi ser día a día; alguien dice, el otro no escucha, ese mismo opina, luego repite lo que creyó que el otro dijo pero que nunca coincide con lo verdaderamente expresado, y así las cosas... Y ojo que no estoy hablando de política, ¿eh? Estoy hablando de asuntos inofensivos, pero con una afectación descomunal. Mientras tanto... yo miro, callo y aplaudo con fervor el gran teatro del absurdo.  Definitivamente, el silencio es salud.

(Telón)