Hace
unos años que trabaja en el mismo lugar que una. Nadie pero nadie
repara en él. No asiste a las reuniones para tomar café o ir al
kiosco. No comunica mucho de sí mismo. Sólo se limita a un “sí,
claro” o a una sonrisa condescendiente, pero no más que eso. Bien.
Un día coincidimos los dos en la parada de colectivo y se entabla
una pequeña charla, nada que derrame gran sabiduría, pero un
intercambio de palabras al fin. No estuvo mal. Entonces eso es todo
lo que le basta, sólo fue necesario vernos hablar al día siguiente
o hacernos un chiste de complicidad para que la compañerita nuestra
de cada día, esa que nunca puede ser menos, esa que a los 76 años
va a seguir izándose las gomas hasta la pera (sin reparar que su
añeja juventud está claramente escrita en las arrugas de su escote,
por más andamios que use para levantar lo inevitable), se precipite
a la caza del gavilán en exhibición. Será posible, che, ¿puede
ser que existan minas así? Ella les hace asco a todos, pero
igualmente les despliega su cola de pavo real y les pestañetea los
párpados; es más, meses atrás se sentía explícitamente fastidiada por este
sujeto en particular. Sin embargo, ahora, algo había cambiado: otra
muchacha había hecho contacto con el susodicho, otra señorita había
descubierto en el Jorobado de Notre Dame un codiciado Brad Pitt en
potencia. No sólo nos vio hablar, sino que nos cruzó mientras
intercambiábamos celulares. A partir de ese día, la bebotona
freudiana le buscó conversación, le preguntó ciertos datos
irrelevantes y, por supuesto, tejió la mejor de las excusas para
pedirle su número telefónico; todo en mi presencia, porque –lógico–
es lo único que valida su superioridad femenina: que yo esté
presente.
En la definición de patetismo seguramente aparece tu foto, encanto.
Sos tan obvia, tan plásticamente articulada, que dan ganas de
comprarte una casita y un Ken. Si me quedaba alguna duda acerca de tu
euforia uterina, esto acaba de sellar la confirmación. Ahora ya
entiendo tus sonrisitas orgásmicas ante el ente masculino, tu
taconeo frenético y tus ropas tres talles menores by Cris Morena;
como también tu pose “ay soy un desastre en esto, no entiendo
nada” mientras se te dibujan esos pucherones tan pateables.
Asimismo comprendí la esencia de este ejemplar de mujer
histeria: su meta no es salir con el colega, dado que no le tocaría
ni el ojo; sólo necesita desviar la atención del jovencito cada vez
que esté presente la fémina potencialmente peligrosa, engrosando
así su voraz e inseguro narcisismo. Entre nos, si llego alguna vez a
eso (o por lo menos a levantarme la mampostería hasta el ganglio),
propínenme unos buenos azotes en las asentaderas.
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