Hace unas semanas fuimos con mi amiga, la chica dada que te toca
y te estremece, a ver una banda musical muy simpática. El lugar,
desprolijo adrede, era uno de esos bares que se arman con una
estética casual, de rejunte, con onda así-nomás. Una vez ubicadas
y provistas de víveres para sobrellevar la velada, advierto mientras
conversamos que no puedo sacar mis ojos de los muchachos presentes
(estética casual, de rejunte, con onda así-nomás). Miro a los
sentados, a los parados, a los acodados, a los apoyados, y no doy
abasto. Por supuesto que me pregunto qué es lo que está ocurriendo,
porque una cosa es mirar a un sujeto específico y otra muy distinta
es esta orgía ocular a la que me encuentro entregada. Primero creo
que estoy más necesitada de lo que me parecía. Pero no es eso. Me
cuestan varios minutos, hasta que por fin doy con el motivo: las
barbas. Ahí está. Es eso. Sólo y tanto como eso. Hay muchos
hombres barbados. Es así como me percato de que hacía mucho mucho
no veía barbas, así todas juntas. Esto es lo que le explico a la
chica dada que te toca y te estremece. La barba. Presencia atractiva
si las hay. Las barbas son una especie en extinción, con muy mala
prensa. Blanco de comentarios desagradables por parte de muchas
damas, del estilo: “¡Qué asco! Comen y se les pegan todos
los fideos”, “¡Ay, no! ¿Barba? Uácala... lo besás y te
pincha toda”. Sin embargo, para mí son un agregado exquisito en el
sexo masculino. Me refiero a las barbas posta, no a ese grisáceo que
abunda hoy día, o chivita, o candado, o barba de tres días, o
recortada con una prolijidad obsesiva, que no están mal pero no son
lo mismo. Hablo de la barba, ésa, así, crecida, abundante,
desprolija sin ser guaranga. Esa barba. Recuerdo que de chica miraba
embelesada a primos, tíos o amigos de padre, altos, grandes y
barbados. Era increíble. Luego de adolescente ya no me maravillaba,
sino que me enamoraba automáticamente de aquellos que tuvieran
barba. Primero, la barba y después vemos. De hecho tengo varias
barbas en mi vida amorosa, aunque la mayoría de sus portadores nunca
se haya enterado de ello. Una de las tantas perteneció a uno de mis
primeros amores (no correspondido por supuesto, sí enterado), él no
era nada lindo pero yo estaba perdida. El día que decidió dejarse
crecer la barba para mí fue sublime, pese a que le quedara espantosa
y asentara más su ridiculez tan falta de glamour. Nunca voy a
olvidar la tarde en que me eligió a mí para que lo ayudara a
afeitarse, fue como llevar la antorcha olímpica; un momento de
sentimientos encontrados: alegre porque era yo y no otra, triste
porque se desharía de su bien tan preciado por mí. Más grande ya,
se me presenta en la memoria el chico de pelo largo y barba a quien
por mucho tiempo le desconocí el nombre. Meses embobada, mirándolo,
charlándole, sabiéndole por fin el nombre suyo y el de su novia.
Pero nada importaba, tenía barba (y pelo largo, y novia); hasta que,
claro, llego una mañana, lo veo y reparo en la fatalidad absoluta:
se había afeitado y cortado el pelo. Sí, se había mutilado de una
manera extrema por un solo motivo: “A mi novia no le gusta”.
Dios le da pan... Tuve revancha después, porque hicimos una linda
historia de amor juntos, pero la barba nunca estuvo presente; y eso
que yo sí le hubiera hecho honor. Hace poco también encontré una
barba en el joven con quien nos entendimos desde el minuto uno, y al verlo así barbado me pudo para siempre. Las barbas.
Las barbas dicen mucho de quien las lleva. Las barbas marcan una
personalidad inquietante. Las barbas ocultan un secreto agradable.
Las barbas... Hoy las reivindico. Hoy las recuerdo. Hoy pido que
sigan creciendo. Que se animen a pesar de la ignorancia femenina que
las rechaza. Las barbas. Aunque escapen, aunque tengan otra dueña y
se me hagan las difíciles, seguiré esperando ir a su encuentro,
porque como dije hace muchos años ya: la barba... la barba no se
discute.
Mirá, yo me vine a Tailandia. En general en todo Asia, la barba y todo otro pelo desubicado se considera signo de mugre, poca dedicación y desinterés. Así que tuve que acostumbrarme a dos afeitadas por día.
ResponderEliminarDesde acá uno imagina al tipo de mina a la que le puede gustar una barba. Y son muy distintas. Me quedo con mi china.
no debería existir un fenotipo argentino por que hace muy poco que somos país como para que el mestizaje haya hecho lo suyo, sin embargo creo que el argentino es propenso a llevar barba, es algo que siempre me llamo la atención , pero nunca lo había pensado por el lado de que llevamos barba por que les gusta a las mujeres argentinas. Muy interesante deberías profundizar tu investigación/obsesion jajajajajajaja
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