lunes, 10 de febrero de 2014

Lenon

Era de noche en el barrio. Habíamos terminado de comer y yo de llorar por otra pena amorosa. De repente, algo trepó a la ventana y se quedó mirándonos. Los tres nos sorprendimos. Era pequeño y gris y nos miraba un montón. Bajé la persiana, apagué las luces, creyendo que volvería a su casa. Me equivocaba, porque comenzó a maullar avisando que no tenía una casa adonde regresar. Por fin salí y vino corriendo. Me agaché y se me arrimó a los pies, ronroneando como nunca escuché. Era precioso. Pero precioso de verdad. Era chiquito aunque no bebé. Yo miré a mis dos cómplices y la menos amante de los gatos me devolvió una mirada que lo decía todo. Hasta a ella la había comprado. El resto no sé si importa describirlo. Lo custodié hasta el día siguiente. Enfrentó al perro de la casa como si fuera un león africano. Por fin la menos amante de los gatos vino a buscarlo con su marido para darle un hogar al que sí poder regresar. Al minino le costó adaptarse, porque no sabía controlar el amor, los mimos, dos perros nuevos y otros tantos gatos. Con el tiempo todo se armonizó. Sólo hizo falta paciencia y amor. Por eso, hoy reafirmo mi creencia de que las mascotas no deberían morir. Nunca. Ni en la realidad ni en la ficción. Simplemente debería suceder otra cosa, no sé muy bien qué. Tal vez la eternidad.

2 comentarios:

  1. Gracias por éste hermoso homenaje a Lenon, entro en nuestras vidas y dejo su huella...se lo extraña y mucho...Angélica

    ResponderEliminar