sábado, 29 de marzo de 2014

17 de octubre

Conocimos al general allá por fines de los noventa. Éramos unos adolescentes tardíos y nos divertíamos infinitamente. El general era una bola negra pequeña que jugaba con las bufandas cuando se las movíamos por el suelo. Una vez que frenaba el movimiento, él se quedaba asombrado, mirando la lana queda en las baldosas. El general tenía unos bibotes (diría mi sobrino) larguísimos y blancos, y unas pestañas exageradas también. Rompía todo el general, además de la paciencia. Jugaba, corría y perseguía la luz y hasta la sombra de las manos. Recuerdo al general enardecido. Siempre que me quedaba a dormir me tiraba un fu aterrador. Una noche nos obligó a todos (los dueños de casa y las visitas) a dormir en el comedor, porque estaba tan sacado de furia que el dueño de casa lo tuvo que dejar encerrado en el cuarto. Fue inevitable la decisión de castrarlo, y todos preocupados por cómo reaccionaría el general cuando despertara de la anestesia solo en su casa. Y claro, reaccionó como lo que era: un descontrol. Pasado el adormecimiento, él ya se colgaba de todos lados. Se fue amansando con el tiempo, y ya cuando me quedaba a dormir, pasaba caminando hacia el cuarto de sus dueños y de reojo me hacía un fu, pero como para justificar su rol de mascota guardiana. El general afianzó su amor para conmigo cuando lo cuidé luego de que le destaparan las vías urinarias. Recuerdo a su dueño llevándolo en un canasto de mimbre de 90 cm de profundidad, y al general enojadísimo en el fondo y quejándose lastimeramente. Hacía conejito el general, para pedir comida. Tenía una pose llamada "chupame un huevo", a la que logramos fotografiar luego de tres meses de intentos. Rascaba la puerta del baño y entraba mientras uno estaba ahí. Pedía agua del bidet, teniendo un plato enorme con agua recién cambiada. El general me ha marcado como propiedad suya en un acto absolutamente irreverente. Con los años, la dueña de casa lo fue malcriando cada vez más. Hasta que el general devino una mariconada absoluta. Mañoso, insistente, haragán y adorable. Cuando sus dueños volvían de vacaciones, los castigaba unos días con la indiferencia. Tuvo meses de bola gorda adicta al balanceado, y otros de peso recuperado. El general posó aproximadamente para 89431 fotos, en todas las poses pensadas. El general estuvo al borde varias veces y fue agotando todas sus vidas. Lo lloraron mucho, anticipando lo inevitable. Pero el tipo acomodó la cadera y siguió pidiendo Tolem. Tal vez para compensar tantos amagues y líos de niño, el general tuvo un acto de nobleza: decidió seguir durmiendo a los 89 años humanos. Hoy, le dedicamos este pequeño homenaje a él, a quien tras tanta travesura felina se ganó el nombre de Juan Domingo Pesadilla, el gato nacional y popular, carajo. (aplausos)

2 comentarios:

  1. :'( Una lágrimilla más que marcha, agradeciendo haberlo conocido. Merecido post.

    ResponderEliminar
  2. Sos una ternura hermosa, te quiero, gracias.

    ResponderEliminar