Es
sábado. Estoy profundamente dormida. A lo lejos, allá en otra
galaxia, oigo el dejo del timbre de la puerta. Ahora con un ojo
semiabierto lo escucho más real. Me incorporo bruscamente en la
cama, los pelos en la cara y me obligo a sacudirme el sueño. Timbre.
Definitivamente están tocando el timbre. Aún es de noche, me
levanto sin entender absolutamente nada, dormida. Sabiendo que es el
de la puerta, voy al portero. Nada. Timbre. Efectivamente es el de la
puerta. ¿Será el chico del agua? Miro reloj. Son las 5 am. ¿Quién
puede estar tocando el timbre a esa hora? Miro por la mirilla y
veo a un sujeto masculino con la cabeza gacha, apoyando cada brazo en
el quicio de la puerta. La puta que lo parió. En un segundo, miles
de conjeturas. Si no lo atiendo va a seguir tocando el timbre. Si lo
atiendo sabe que hay alguien. Timbre. Yo, con voz de travesti
ahogado: ¿quién es? Sujeto: soy yo Moni, Ángel. En segundos
pienso: espero que entre Moni y Ángel esté todo bien. Espero que
Ángel no esté borracho. Espero que Ángel me crea cuando le diga
que no soy Moni. Espero que Moni no le haya negado antes la entrada a
Ángel. Espero que Ángel no me cague a patadas la puerta. Yo, por
fin, le aviso: equivocado. Ángel de Moni: ah, perdón. Así fue la
madrugada del sábado que se hizo para descansar. Ángel se fue con
Moni. Yo hice un pis y, mientras la gata me miraba desde los pies de
la cama, patiné en medias hacia mi almohada tratando de convocar al
sueño que Ángel había interrumpido.
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