sábado, 11 de febrero de 2012

Cibercitas o la batalla de los clones

Era una época en la que la internet, vio, no abundaba en los hogares de clase trabajadora. Para poder pavear como es debido, una tenía sí o sí que acercarse a esos antros calurosos y llenos de humo de pucho llamados cibers. Hasta allí, acompañaba a mi querida amiga, la chica de pelo largo, que navegaba por la red y chateaba –con una destreza digna de mecanógrafa– con sus amigos virtuales. Yo pedía una máquina junto a la suya, fumaba, conversaba por el flamante msn e intentaba (como todos los pelotudos que nos vimos atrapados por esa ventanita de colores) adivinar las intrincadas frases que mis contactos (léase el chico por quien estaba interesada) adosaban a su nick (“Pero dos que se quieren se dicen cualquier cosa”; “Te amo, bichi!!!”; “Lo mejor que hizo la vieja es el pibe que maneja” y la gran puta a esa costumbre de poner oraciones alusivas en lugar de decir las cosas de frente). Cierta vez, la chica de pelo largo me comenta que estaba hablando con un señor interesante, que se hacía un poco el misterioso. Por favor, no pensemos en Norman Bates, ni en Charles Manson. La chica de pelo largo se me acerca y me hace el ademán de leer cómo el Neo de Villa del Parque se describe: “Soy parecido a Nicolas Cage”. Imagínense mi reacción. Yo, que creo que Nicolas Cage y su altura son dignos motivos de sesiones privadas, miré inmediatamente la webcam y allí aparecía ÉL. Sombra leve, una pérdida de cabello digna, rasgos totalmente indescifrables, y la cinematográfica luz del encendedor que daba vida a su cigarrillo. Era muy de publicidad. Debo decir que para ese entonces si el tipo hubiera escrito soy parecido al Dalai Lama, le creíamos. No se veía un soto. Pero el entusiasmo de las nuevas tecnologías y la soledad de los veintilargos no nos jugaban muy a favor. Además, yo –en ese entonces– estaba enamoradísima y hoy me doy cuenta de que no era la jueza indicada para guiar el accionar de mi querida chica de pelo largo. Hasta era capaz de ver la imagen de Gilda inmaculada en una mancha de humedad. En fin, los cibertórtolos se contaron un poco más sobre sus vidas, sus gustos, sus proyectos y se pasaron sus números telefónicos. Fue así que nos enteramos de que era separado, tenía un bepi y sabía decir. Sobre todo, sabía decir. De mil temas hablaban. Un día tocó el turno de la mascota. La chica de pelo largo confiesa haber tenido alguna vez un pez tuerto –sí, y como corresponde lo llamábamos El Tuerto–, y que lo había elegido por eso, por tuerto. Había convertido en mascota al único pez que nadie hubiera cobijado. Ante dicho comentario, el avatar de Nicolas encuentra el pie perfecto para declarar que él era algo así como su pez. “¿Qué? ¿Sos tuerto?”, long hair lady says. “No, pero nadie me quiere”, enigmatic avatar answers. (Ah buo, ¿estudiaste marketing con el Hombre Elefante, pibe?, is me who is talking now). Nadie me quiere, dijo el muchacho, y ante la repregunta de la chica de pelo largo confesó: “Se puede decir que soy un poco tuerto, pero de la boca”. ("Un poco" tuerto). Momento de conjeturas: era tuerto, le faltaba un diente, tartamudeaba, era manco, tenía un muñón, un ojo de vidrio, pero sin lugar a dudas, algún problema físico tenía. Obviamente que para mi dulce long hair lady eso no fue impedimento, dado que las charlas eran una especie de bálsamo para su averiada autoestima. La cuestión fue que Nicolas Cage y mi chica de pelo largo acordaron, finalmente, conocerse.
Ella lo citó a unas cuadras de su casa. Él la esperaría en el lugar acordado y la llevaría a comer. Ella elegiría el restaurante. Ellos conversarían face to face, sin ningún cibermédium. Ella le contaría lo bien que se sentía charlando con él. Él le hablaría del gran secreto que lo acomplejaba. Seguirían hasta entrada la noche. Tal vez se darían un beso. Quedarían para una nueva cita. La velada sería exitosa... Ella llegó al lugar del encuentro y reconoció a quien la esperaba. Él vestía un traje beige, bien a lo cantante de salsa. Ella, estupefacta, no podía dejar de mirarlo. Él usaba el saco arremangado. Ella, estupefacta, no podía dejar de mirarlo. Él era el avatar de Don Jonnson. Ella semisonreía porque era imposible no mirar su look gestado en Chemea. Él semisonreía porque no tenía dientes. En plural, sí. Dientes. No tenía. De pronto, la vestimenta era lo de menos. Así de simple, así de rápido, sin suspenso. El tipo no tenía dientes. No, ni uno. Nada. Pura encía. Avatar dice: “Hola, ¿qué te parece? Me puse lindo para vos”. (Mmm… redefinamos “ponerse lindo” con ese traje clarito clarito que tenés).
Obvio que la chica de pelo largo se comportó como una reina, asumió responsabilidades y caminó con él hasta un restaurante. Total ya estaba, lo más difícil había pasado. Sin embargo, se encontró en una situación aún peor: hacerle el pedido al mozo. Avatar de Nicolas: “Pedite lo que vos quieras, no te hagas problema”. (¡Puré!) Long hair lady desde luego que se fijó entre las comidas blandas. (¿Qué iba a hacer? ¿Pedir un pollo con papas y otro igual pero licuado?). Comieron, conversaron, se explicó el siniestro, quedaron en verse, hubo alguna charla telefónica y, por fin, ella prefirió arreglarse la autoestima sola. La cuestión fue que la carencia de comedor era lo de menos. Con el tiempo salieron a la luz algunos detalles esquizoides que ya no tiene sentido enumerar, pero que hicieron de Nicolas Cage un alma no conveniente.
Pasaron un puñado de años, todavía la anécdota sobrevive –algo desdibujada– como una de las más bizarras. Sin embargo, hay una frase (no tan antigua) que no logro olvidar. Una frase que se me quedó como grabada en la memoria… una frase que me tapa la boca a la hora de juzgar… que tira abajo toda crítica a la ciberbúsqueda… que le gana por afano a “Soy parecido a Nicolas Cage”… una frase que me dijo la chica de pelo largo cuando recordó la historia. Una frase que se desnuda de sinceridad: “Me hace reír mirar para atrás en el tiempo y ver cuánto quería a alguien que me quisiera”… Después de todo, ¿quién puede decir qué?

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