viernes, 17 de febrero de 2012

Guía turística del recién llegado

Durante algún tiempo creí que lo más insufrible en el ámbito laboral (exceptuando el tema “hijos”) era fin de año. No hablo del cansancio, ni de la locura, ni del vitel toné, sino que me refiero a la temida pregunta: “¿Con quién pasás las fiestas?” (tema que trataré otro día). Sin embargo, he descubierto un tópico más fascinante aún como lo es la vuelta de las vacaciones. Cuando en el trabajo la gente retorna del ocio veraniego es algo insoportable, porque se arma un despliegue de locaciones y aventuras que se transforma en una competencia para ver quién es el empleado más audaz del verano. No se conforman con haber estado en otro lugar, sino que se ven obligados a exhibirlo, describirlo y así marcar bien la diferencia con el fulano que alcanzó la módica Costa Atlántica durante el período estival. Lo top top top, primero, es vacacionar afuera, obvio. Nada de la República, no. Siempre importado y exótico. Y dado que irse a Europa ya no es tan cool, la respuesta que se lleva el podio, la namber uan, el cous cous del turismo es: “Recorrí los Emiratos Árabes”; obvio que es sólo para privilegiados: sabés qué, emirato árabe, la próxima vez decí que visitaste Ajmán, Abu Dabi, Fujaira (ésta te sale capaz porque parece un lugar de Brasil) y Um el Kaiwain, a ver si los podés pronunciar. Vos, sí, vos, Julio Verne, que lo único árabe que conocías en tu vida era el tostado de crudo y queso, ¡zapato! Una alternativa al mundo terrorista es el segundo puesto de la topetitud: “Me fui a Sudáfrica”, sí, cavernícola, y te creíste Angelina Jolie, ¿no? Seguro te compraste el sombrerito de Meryl Streep y te sacaste 117 fotos con esas bermuditas de safari color caqui que dan ganas de cortarse las rodillas en fetas. Éste sería el ejemplar de la primera fase. Además, existe un segundo tipo de turista al que la realidad no le permite rozar otros continentes, pero –aún así– no se resigna a ser menos. Sería el sushi del turismo. Éste no se va a Colombia, ¡no!, sino a Cartagena. Decir Colombia da muy berreta (como si no fuera el mismo lugar, como decir “boricua” en lugar de “puertorriqueño”). No le alcanzó para visitar Cuba y sacarse una foto progre con el Che, tampoco le dio para Hawai, lógico… pero, Cartagena suena óptimo al oído. Otra es: “Estuve en el norte de Brasil, fui a Praia da Pipa”. Imaginate, ya Brasil da negro, Florianópolis da menemista… ahora sólo queda machacar la diferencia con el impoluto y esterilizado norte. Y acá esperá una chorrera de expresiones como: “morro” “¡bom dia!” “¡muito bom!” “obrigado”, y pelotudeces del estilo que se le encajan al trotamundos de turno en diez días. Che, vos, praia da garcha, sentate a estudiar geografía, inútil, en lugar de venir a explicarme cómo se compone la barrera de coral de la pelopincho donde hiciste buceo. Hacé una cosa, macaco, andá al Mato Grosso y pedite un suco de papaya. Claro que también existe: “Viajé a Uruguay”, como si fuera irse a Yugoslavia; boludo, queda acá cruzando nomás (pero, ¡qué nivel decir pasé unos días en la Paloma!). Y por fin queda el choripanero turístico que también se resiste a ser confundido con un proletario de la Bristol. Este tercer tipo no se va a Córdoba de vacaciones, a ver si me entienden, se va a Traslasierra o en su defecto a Nono. ¿Entendés? Se va al norte, a Purmamarca, a hacerse el autóctono y viene conmovido por la historia nuestra, por la patria, vuelve conmocionado con los colores que sacó con la última cámara que se fue a comprar a Mayami; a Tafí del Valle se va, a regatearle a las cholas una manta tejida en pleno sol y aridez, aunque después se pegue una escapada a París y gaste € 12 en un llavero de la Torre Eiffel. 
Audaces recorredores de kilómetros, vayan de vacaciones, viajen, visiten, saquen fotos, siéntanse felices, pero que sea una experiencia personal y gratificante para ustedes. No compitan, no quieran tenerla más grande que el de al lado, no me rompan más el ojo con el bronceado for export. No hace falta. No armen su verano pensando en la estética Facebook. Hagan. Embárrense. Métanse en el charco. Vivan en directo, y no virtualmente. Por más que se adornen la vida con palabras bonitas y exclusivas, cada uno es lo que es y ya está. Amíguense con la idea. Vivan con la autenticidad propia y no a la sombra del otro. Relajen... y así el ocio tendrá mejor sabor.

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