martes, 10 de abril de 2012

Bienes raíces

Conocer la casa del señor con el que una está saliendo es un momento revelador, es la apertura a un mundo de certezas. Mi sucinta experiencia me ha demostrado que el inmueble puede ser el gran oráculo que nos prepare para el fatal destino rumbo al que nos dirigimos.
1. Deslumbres postadolescentes.
Las primeras situaciones amorosas siempre tienen como bautismo la casa del tipo bohemio. Sí, ese que se comió que Rayuela existe y por ello deja en el suelo ceniceros repletos de colillas, junto a almohadones y vasos usados. Siempre garpa la botella de ginebra Bols que rememora a Luca y un estante con libros. No cualquier libro: Walsh, Arlt, la biografía de Gramsci y una foto del Che agarrada con una chinche. En una esquina es fija que hay una criolla apoyada. Sin embargo, el detalle que no puede faltar es ese colchón de dos plazas en el piso, cual Patrick Swayze en Dirty Dancing, que sólo tiene y tendrá una dueña auténtica, una Maga: la ex que le rompió el corazón. Pues bien, esa casa te está hablando: no hay que dejarse engañar con la imagen del muchacho gris antisistema porque, con el tiempo, este joven marginado adrede que te enroscó la cabeza durante años, te deja por una púber que irradia la simpleza del prototipo chica-espontánea. Al tiempo la púber lo casa, lo engorda, lo hace papá, él se olvida de la palabra “excluido social”, cumple las 10 horas de trabajo y su único plusvalor es el zapping de la noche.
2. Quiebre del patrón.
Luego de escarmentar con la seguidilla de muchachos conflictuados, le damos chance al tipo caballero y de buena charla. Al entrar a su casa, tenemos la sensación de que es más femenina que la nuestra. La exactitud con que cada mueble se dispone en su preciso lugar es abrumadora. Abunda el espacio compacto, el puf de mil colores junto a la ratona color wengue, que a su vez equipara en centimetraje al sofá dos cuerpos que tiene enfrente. Las dos sillas súper modernosas parecen sacadas de una película de George Lucas, y encima son color índigo. Hasta el aire parece estar medido. Se asemeja a uno de esos departamentos ya amueblados. Como que el sujeto que lo habita no tuvo ninguna participación en su armado, como que tampoco tiene mucho que ver con él. Como que todo es muy prefabricado. Y claro, el depto nos habla: el pibe en sí mismo es un prefabricado. Nos vendió el gran buzón gran. Muñeco de torta que construye la vida con la parla, pero sus actos jamás acompañan al discurso que minuciosamente eligió creerse.
3. En tiempos de sequía, veamos qué onda.
La situación está difícil, no hay stock de príncipes azules, entonces nos entregamos al conformismo. La vida nos grita: ¡Es lo que hay!, y allí vamos a seguir desgranando los días. Estamos viéndonos con el chico buena onda, el pibe que tiene calle, el despreocupado, pero también el que carece de toda noción del código social. El tipo va en la suya y que el mundo se acomode a su paso. ¿Con qué hogar nos encontramos? Con el típico que fue decorado y amueblado por la mamá de su habitante. Así es, mami dispuso el mobiliario que se le antojó: sillas del tío, mesita ratona del abuelo, sillón individual que pertenecía a madre; lo único propio que aportó el benemérito en la mudanza fueron las dos banquetas plásticas, la playstation y la plancha para el paty. ¿Qué se lee en una casa así? Que hay sólo tres cosas que le interesan a ese señor: una, la madre; dos, los amigos; tres, Banfield. Vos, sí... estás para superar el Edipo, osea, para ser garchada sólo cuando la libido se le despierte en un arrojo de instinto de supervivencia. Un manto de piedad me lleva a decir que este tercer sujeto es el más inofensivo, no intenta ser otra cosa de lo que es y lo deja claro, clarísimo, desde el primer día.
Sin embargo, luego de tanta visita, una da con aquella casa que se sale del catálogo, esa que no da letra al facilismo de ser inventariada con tres chistes obvios, que nada tiene de cortazariano. Siempre se encuentra la casa que no llama la atención por su extrañeza, sino que integra un todo con aquel que día a día fue dejando su marca en ella. Una casa que guarda la esencia misma del que nos abrió la puerta para franquearla y hacernos parte.

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