Sí, sí, sí. Es oficial, señoras y señores, luego de tanto tiempo de tumbos, después de tentarme mucho la idea, al fin me decidí. Sí, sí, sí. Como no podía ser de otra manera, buenos leyentes, gente presente, ente decente, gran oponente. Sí, claro que sí, he tomado una decisión trascendental: llamarme a celibato. No fue fácil, pero estoy convencida de que el absentismo sexual va a colaborar en mi psiquis y me va a hacer una persona más sana y centrada. A ver, tampoco es que me empacho de testosterona con asiduidad, pero lo poco que hay ya no descose colchones. No, no, no y no... pero no de los noes, no tolero nunca jamás de los jamases otra situación que haga del mundo pasional un acto falto de gusto. Y acá me tengo que sincerar, yo siempre fui de las bellas féminas que pensaba que el carnal era un accionar dado, que dependía del momento, de las ganas, de sábanas limpias y depilación al día. Odié con vehemencia a las que creían que sucumbir a los placeres carnales era un pecado en la primera cita. ¿Saben qué? Resulta que el mundo me golpeó a la puerta, pidió hablar conmigo y me comentó que aunque estemos en el siglo XXI, y a pesar de que nos vendan sexo hasta por los callos, parece que resulta que, de repente, garchotear cuando nos da la gana no garpa mucho. Parece que el potro domado de las pampas medio que te mira de reojo si le manoteás el pingo. Como que la onda “soy difícil” está dolarizada. Entonces, a vos te hablo, Johnny Tolengo de la zunga de leopardo, me ganaste. Voy a guardarme para el matrimonio. Voy a obligarme a ser la invitada. Voy a disfrutar de que me pasen a buscar, y no caminando. Voy a agendar citas nocturnas en acogedores bistrós y con velitas de las que flotan. Voy a cerrar la noche con un beso cercano a la boca, seguido del cerrado de puerta. Voy a esperar el mensaje o llamado, y retardar la respuesta. Voy a decir que estoy complicadísima de trabajo. Voy a vestir el look me importás muy poco. Voy a empezar a tener problemas porque no me llamaste. Voy a hacerte una escena porque llegaste tarde. Voy a hacerte esperar veinte minutos. Voy a dejar de ser yo por un momento para jugar a la chica Cosmo, esa que en lugar de chota, dice "el amiguito de tu chico". La que en vez de testículos dice "gemelos masculinos". En suma, voy a empezar a especular. Dado que el arrojo instintivo no lleva a buen puerto (a ninguno, diría), acá me planto, no juego más. Nada de falta envido, nada de quiero vale cuatro. Tachame la doble y despiértenme en primavera, ahí cuando brota Cupido en tarjetas importadas de USA.
lunes, 28 de mayo de 2012
miércoles, 23 de mayo de 2012
domingo, 20 de mayo de 2012
jueves, 17 de mayo de 2012
El amor hecho canción
6.30 am. Alarma. Despierto. Me estiro. Me levanto. Enciendo radio. Cepillo de dientes en mano y suena esto... Ahí mismo, a las 6.35 am y aún adormilada, tengo la certeza de que el amor existe (suspiros)...
Come
sail your ships around me
and
burn your bridges down

every time you come around
Come loose your dogs upon me
and let your hair hang down
You are a little mystery to me
every time you come around
We talk about it all night long
we define our moral ground
But when I crawl into your arms
everything comes tumbling down
Come sail your ships around me
and burn your bridges down
We make a little history baby
every time you come around
Your face has fallen sad now
for you know the time is nigh
When I must remove your wings
and you, you must try to fly
Come sail your ships around me
and burn your bridges down
We make a little history baby
every time you come around
Come loose your dogs upon me
and let your hair hang down
You are a little mystery to me
every time you come around
(clic en el título para escuchar)
lunes, 14 de mayo de 2012
Equeco 2.0
“Uy,
qué cuelgue tengo, flaca. Stoy flasheando con tu pañuelo de
colores”.
Así, empezó la noche del sábado. El autor de la frase: un
muchacho de treinti que se quedó sin jugar a Montaña
rusa
de chico. Ojo, el flash no era porque se había colado dos pepas y
una pastillita con forma de hipocampo, era porque le había dado tres
secas a un cigarrillo con estupefacientes. Lo miré, me miró
–exagerando
el entrecerrado de ojos–,
miré hacia la luna con la intención no-te-la-puedo-creer y me
levanté para ir a buscar otra cerveza. Así venía la mano. En ese
momento recordé que, cuando era adolescente y más luego, asistí a
varias reuniones y fiestas, y en ellas siempre aparecían los que
fumaban hierbas cultivadas. Una estaba tomando algo, llegaba uno de
los pibes con otros más, saludaban, conversábamos un poco, algunos
se iban al fondo (si había) o a la terraza (si había), y todo
resultaba natural. El Chino no necesitaba bajar de la terraza,
pararse al lado tuyo y especificarte que estaba de cuelgue. Martita
volvía del fondo y no sentía la urgencia
de subirse en un escenario a contarnos a todos los presentes que se
estaba pegando un viaje al Imperio Galáctico. Todo era natural, así
como que sucedía sin más. No había manteles especiales para el
picado de piedra, o recipientes art
déco
para el guardado de utensilios maconieros –a
lo sumo una tuquera o pinza de depilar–, no
existía el marketing
fumaporro, ¿se entiende? Los pibes hacían todo con la espontaneidad
lisa y llana de quien toma un café, y encima guardaban cierto pudor
de no herir susceptibilidades moralistas. No encajaba el
exhibicionismo. Ahora es como que todo hay que hacerlo bien en el
medio, bien a la vista, bien para que todos sepan lo open
mind
que se es por fumar pasto. Hay que montar el decorado de Utilísima y
explicar paso a paso cómo se arma un cohete vegetal. Y, luego del
consumo, lo justo es acercarse a quien no está “viajado” y
reírsele por idioteces para seguir afirmando el estado air
friendly.
O bien, juntarse con otro fumón de cartón y expeler risotadas o
frases con tono gamuzado para que ya todos sepan que pegó, que llegó
la maconia al neurocircuito del pelotudo. Ahí viene el gil a
decirme: “Pegale
una seca, son unas hojas que mi maestro de Jiu Jitsu trajo
de Birmania”,
o “Ayer
fumé unas flores que tengo en casa, en una maceta, en el balcón,
¿viste? Me las trajo mi chica de su viaje al Himalaya”.
Y así las cosas. Ese fingido viaje relajado, tan mal actuado, saca
lo peor de mí. Le puedo soportar la ostentación a un pibe de 16, 18
años, ahora si tenés más de 25 no sientas la imperiosa necesidad
de mostrarme que sos grosso porque curtís cultura cannabis. Por mí,
podés saquear la aldea de los pitufos y fumártelos de a uno.
Agarrar un cactus y fumártelo. Irte hasta Alaska, picarte un iglú y
quemártelo por el ojo. Podés tragarte un troncho extralarge, no me
jode. Lo que me rompe soberanamente la ingle es que debas acreditarlo
haciéndome a mí testigo de tu farsa.
Me
es muy difícil socializar hoy en día, donde la gente gasta más
tiempo en explicar y exhibir lo que es, en lugar de ser y ya. A
dejarse ser, amigo mío, que el perfil prefigurado por defecto (recomendado) te
está haciendo cada vez más careta.
domingo, 6 de mayo de 2012
De madrastras y brujas
Para
aquellas Clarices, Ideas, Saras, Simones, Anas, Elfriedes,
Silvinas,
Alices, Sor Juanas, Angélicas, Siris,
que
me reconciliaron con esa otra forma
de
ser mujer.
Hay
diferencia cuando una mujer escribe. No es lo mismo. Las palabras se
paladean distinto. Caen y patean en lo más profundo del cuerpo. No
se corresponden en lo más mínimo con el pucherito y el caprichito.
No hay diminutivos en los libros escritos por mujeres. No hay color
rosa, ni príncipe encantado. Hay dolor, ironía, hay derroche de
puntos de vista... nunca se mira desde un solo lugar. Es verdad que
existe otra sensibilidad. Hay altos y bajos. Cariño, y también
crueldad, y de la buena, no la del chimento y la envidia; una aún
más corrosiva, la crueldad para con una misma. Ésa, la más
tremenda. Hay masoquismo en las frases que una mujer escribe, y hay
deseo. El que duele y marca, aquel que desgarra carnes y humilla. Hay
el goce en el dolor. No hay zapatos caros en lo que una mujer
escribe, ni adicción al shopping.
Hay, sin embargo, una dependencia a lo infinito. Hay ternura cuando
una mujer escribe y, a veces, sólo eso. Hay la nada. Ganas de hacer
daño. Enfermedad, muerte y sanación. Escatología, ingenuidad y
premeditación. No hay nosotros y nosotras, en las frases escritas
por una mujer. La mujer escribe y basta. Se planta. Se para. Existe.
No hay desinencias buenas y malas. Las palabras pueden ser escupidas
por una mujer que escribe. No hay veneno contra el hombre, hay más
bien el eterno trabajo de entenderse a sí misma. A la una que se es,
y a las miles que se asoman al mismo tiempo. Hay sexo en los escritos
de una mujer, y genitales. Nombrados con todas las letras, abiertos,
hambrientos, erectos, turgentes, asibles. Y el pudor pasa por otro
lado. No hay certezas ni sentimentalismos. No hay desengaños y
victimizaciones. También hay hastío y secretos. Amores fugaces y
clandestinos. Hay culpa y desafío. Hay orgullo y hay duda. Hay
masculinidad cuando una mujer escribe. Y hay amor. Y admiración. Hay
humor y encanto. No hay 90-60-90 y diamantes de ningún quilate.
Cuando una mujer escribe hay miles de preguntas ansiosas de
respuestas, pero también deseosas de incertidumbres. Hay silencios y
calma. No hay grito histérico y reclamo 24 hs. Hay palabras cuando
una mujer escribe, negras, densas, putrefactas, fláccidas,
quebradas, agolpadas, magulladas, regurgitadas. Hay descreimiento,
ceguera y equivocación. Burla y ridículo. Hay bigamia, infidelidad
y olvido. A veces, hay llanto sin razón. Otras, un tragar de
lágrimas áspero. Hay caretas e hipocresía, pero para con una misma. No hay maquillaje cuando una mujer escribe, aunque puede haber
artificio. No hay vueltas y revueltas, complicaciones y medias
tintas, hay la frase concisa y clara. Hay diferencia cuando una mujer
escribe. Cuando hay una mujer diferente que escribe.
miércoles, 2 de mayo de 2012
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