lunes, 14 de mayo de 2012

Equeco 2.0

Uy, qué cuelgue tengo, flaca. Stoy flasheando con tu pañuelo de colores”. Así, empezó la noche del sábado. El autor de la frase: un muchacho de treinti que se quedó sin jugar a Montaña rusa de chico. Ojo, el flash no era porque se había colado dos pepas y una pastillita con forma de hipocampo, era porque le había dado tres secas a un cigarrillo con estupefacientes. Lo miré, me miró –exagerando el entrecerrado de ojos, miré hacia la luna con la intención no-te-la-puedo-creer y me levanté para ir a buscar otra cerveza. Así venía la mano. En ese momento recordé que, cuando era adolescente y más luego, asistí a varias reuniones y fiestas, y en ellas siempre aparecían los que fumaban hierbas cultivadas. Una estaba tomando algo, llegaba uno de los pibes con otros más, saludaban, conversábamos un poco, algunos se iban al fondo (si había) o a la terraza (si había), y todo resultaba natural. El Chino no necesitaba bajar de la terraza, pararse al lado tuyo y especificarte que estaba de cuelgue. Martita volvía del fondo y no sentía la urgencia de subirse en un escenario a contarnos a todos los presentes que se estaba pegando un viaje al Imperio Galáctico. Todo era natural, así como que sucedía sin más. No había manteles especiales para el picado de piedra, o recipientes art déco para el guardado de utensilios maconieros –a lo sumo una tuquera o pinza de depilar–, no existía el marketing fumaporro, ¿se entiende? Los pibes hacían todo con la espontaneidad lisa y llana de quien toma un café, y encima guardaban cierto pudor de no herir susceptibilidades moralistas. No encajaba el exhibicionismo. Ahora es como que todo hay que hacerlo bien en el medio, bien a la vista, bien para que todos sepan lo open mind que se es por fumar pasto. Hay que montar el decorado de Utilísima y explicar paso a paso cómo se arma un cohete vegetal. Y, luego del consumo, lo justo es acercarse a quien no está “viajado” y reírsele por idioteces para seguir afirmando el estado air friendly. O bien, juntarse con otro fumón de cartón y expeler risotadas o frases con tono gamuzado para que ya todos sepan que pegó, que llegó la maconia al neurocircuito del pelotudo. Ahí viene el gil a decirme: “Pegale una seca, son unas hojas que mi maestro de Jiu Jitsu trajo de Birmania”, o “Ayer fumé unas flores que tengo en casa, en una maceta, en el balcón, ¿viste? Me las trajo mi chica de su viaje al Himalaya”. Y así las cosas. Ese fingido viaje relajado, tan mal actuado, saca lo peor de mí. Le puedo soportar la ostentación a un pibe de 16, 18 años, ahora si tenés más de 25 no sientas la imperiosa necesidad de mostrarme que sos grosso porque curtís cultura cannabis. Por mí, podés saquear la aldea de los pitufos y fumártelos de a uno. Agarrar un cactus y fumártelo. Irte hasta Alaska, picarte un iglú y quemártelo por el ojo. Podés tragarte un troncho extralarge, no me jode. Lo que me rompe soberanamente la ingle es que debas acreditarlo haciéndome a mí testigo de tu farsa.
Me es muy difícil socializar hoy en día, donde la gente gasta más tiempo en explicar y exhibir lo que es, en lugar de ser y ya. A dejarse ser, amigo mío, que el perfil prefigurado por defecto (recomendado) te está haciendo cada vez más careta.

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