miércoles, 8 de agosto de 2012

Día que no

Cuando ya se amanece atravesada, es mejor darse vuelta y atrincherarse entre sábanas. Viste esos días en los que no, que mejor no, que mejor lo dejamos ahí. Así, hoy. El gris de la jornada no ayudaba mucho, la llovizna menos y mi pesadez mental restaba toda posibilidad de triunfo. Tratar de acomodarme los pelos era una necedad por mi parte, la humedad ganaba por robo. La ropa se sentía en el cuerpo como si fuera de cartón corrugado. Me molestaba la sisa, las medias, el talón derecho, el cuello y el estómago. Cuando salí a la calle me di cuenta de que tenía una violencia contenida y de que el primer energúmeno que se atreviera a mirarme iba a pagar el precio de mi irracionalidad. (Aclaro: no estoy ovulando ni ovárica ni nada) Era esa sensación de que te tira el cuerpo, de que de repente vas a estallar. Creo que la palabra es fastidio. Estaba fastidiada. El viaje en colectivo fue bastante tolerable, pero me molestaba todo lo que tuviera que ver conmigo: ropa, bolso, pelo, uña, ojos, cervicales. Encima esa humedad detestable que se te frota y frota. Bien, se me sienta al lado un señor importante en tamaño, despliega el diario y me clava su codo en mi brazo. Y encima me mira como diciendo: “Mirá que ocupás espacio, ¿eh?”. Como yo sabía que era un día de culo fruncido, le puse onda, respiré y seguí con la tirantez de columna vertebral. Bajo del colectivo. Espero mi paso ante el semáforo, y cuando éste se coloca en rojo un colectivo que tenía que frenar se estacionó sobre la línea peatonal. La horda de autómatas cruzó como pudo, haciendo de jamón del sándwich que (para ese entonces) formaban el 41 que se había adelantado y el 61 que estaba levantando gente en una parada. Cruzo, levanto mochila sobre la cabeza, y me abro paso entre el pasillo que dejaban los bondis. Ahí me latió el ojo y sin pensarlo me acerqué al siome que había estacionado donde yo debía cruzar, le golpeé la puerta, me miró y ejecuté una performance para hipoacúsicos: índice que lo señala (“vos”), índice y mayor en V señalando mis ojos (“mirá bien”), gesto con la manito abierta (como pidiendo un cortado pero hacia abajo) en vaivén (“dónde estacionás”) y en voz alta: “¡¡¡La puta que te parió!!!”. Desde ese momento supe que mi misión en el día era marcarle a la gente de mierda lo mal que hace las cosas. Sigo caminando, espero para cruzar otra avenida. Semáforo en rojo para los autos. Estoy cruzando y un tachero me tira el taxi encima dado que calculaba que se iba a poner en amarillo pronto y eso le daba derecho a adelantarse. Freno, le golpeo el capó tres veces con la mano abierta, y le planto: “Sos tarado o te hacés”, señalándole el semáforo. En ambos casos, enrostré mi veneno y ni me preocupé en esperar lo que tuvieran para decir. Pasé el día laboral avisando que no estaba en mi eje. Al salir, me paro en la cola del transporte público de pasajeros. Pasan tres bondis, no paran. Uno de ellos no iba lleno. Veo que viene otro, y al mismo tiempo se acerca un vendedor de Hecho en B.A., revista que suelo comprar, sin embargo,no tenía ganas de sacar la billetera, no tenía mucho dinero, y encima la tapa era con Estelares, banda prescindible si las hay. El bondi se acerca, el pibe rasta también: “Hola, doña, perdone que le interrumpa lo que escucha, me compra una revista... 7 pesito nomá”, le oigo la oferta, el aliento y el olor a pelo sucio. Como me percato de mi día, sonrío y le digo: “No gracias... te agradezco”, si está todo bien con el pibe. Pero ete aquí que a él se le ocurre emitir: “Por qué se ríe, nosotros necesitamos comer, no se ría”. Upa la lá. ¿Sabés qué rasta? El speech lastimero de “queremos la copa de leche”, hoy lo tendrías que haber obviado. A lo cual yo, instantáneamente: “No me estoy riendo, trataba de ser amable, ahora tomatelá, rajá porque no te voy a comprar un carajo de nada”. Bien. Subo al bondi y, milagrosamente, todos los asientos estaban libres para mí. Me senté en el lugar que más me gustó, y caí en la cuenta de que hay veces en las que una puede ser recompensada sin tener que agachar la cabeza ni poner la otra mejilla.

3 comentarios:

  1. Impecable. Nunca podría haber esperado menos de vos. Una narración perfecta (desde los puños hasta el cuello palomita) sostenida sobre ese humor cítrico de siempre.
    El blog está para leérselo de un tirón.
    Un beso

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  2. Querida: impecable. Nunca podría haber esperado menos de vos. Una narración perfecta (desde los puños hasta el cuello palomita) sostenida sobre ese humor cítrico de siempre.
    El blog está para leérselo de un tirón.
    Un beso
    (Ibant obscuri sola sub nocte per umbras;)

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