Qué
bueno es volver, qué bien se siente. Pero no volver con el rabo
entre las piernas. Volver cabizbaja. Volver masticando odio. O
altanera y superada. Volver abatida, buscando la trinchera a prueba
de vida o la frazada para esconderse a llorar. No. Qué bien se
siente volver después de la incertidumbre, luego de no reconocerse,
de mirarse de reojo, extrañada. Volver después del fastidio, del
llanto por razón ninguna. Se siente bien haber vuelto. Después de
masticar veneno y de elegir callar. Luego de haber pisado con cuidado
y de haber encarado los días de la manera más autómata posible. O
de haber dejado que el perfil bajo camine por una. Después de no
haber tenido nada que decir. Ni de empacharse con distracciones.
Después de la culpa. De la inercia. Qué bueno es volver. Luego de
haberse cargado el cuerpo a la espalda y haberlo obligado a atravesar
el último tramo del calendario. Qué bueno es estar de vuelta. Con
cambios, sí, con bocetos abollados y líneas borroneadas, con
tachones y emparches. Pero una al fin. La que se había perdido en el
camino vaya a saber cuándo. La de ahora. Una al fin. Aunque nunca la
definitiva. Qué bueno es volver. Qué caprichoso el camino de
vuelta. Apelando a la templanza. Alejando la ansiedad. Teniéndose
paciencia. Ocupando el primer lugar. Qué bueno es estar de vuelta.
Ya no igual. Sin saber muy bien demasiado qué. Ni no qué. Sabiendo
lo indispensable como para haber vuelto. Mientras escribo, escucho
ruidos detrás. Miro y veo a la gata luchando con la bandita elástica
que se le fue debajo de la heladera. Me río. Y me digo qué bueno es
estar de vuelta.
me encantó!!!!!!
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