domingo, 14 de julio de 2013

Terapia de grupo didáctica

"Señor, dame la serenidad de aceptar
las cosas que no puedo cambiar;
valor para cambiar las cosas que puedo;
y sabiduría para conocer la diferencia." 

Vamos a sentarnos en círculo así nos vemos las caras un poco. Mmm, bien, ahora verán lo que tengo entre las manos, ¿sí?, un tucán de cerámica... es un adornito, ¿sí? Bien, este tucán es simbólico, y nos servirá para la actividad de hoy, ¿sí? Bien... la persona que tenga el tucán en la mano es la que tiene la palabra, es decir, la tenencia del tucán nos dará el permiso para hablar y manifestar aquello que necesitemos, y si tenemos que decírselo a alguien aquí presente, miramos a la persona y expresamos eso que nos inquieta. Ahora bien, como yo tengo el tucán en la mano y necesito decir algo, voy a hablar primero, y te voy a mirar directamente a vos y te lo voy a decir, ¿sí? Bien, te quiero explicar una cosa importante que tal vez no sepas: no todo lo que una mujer dice es un planteo o un sermón, ¿sí? A ver, no todo aquello que una expresa es una prédica obcecada con el fin de destruirte. Por ejemplo, si te pregunto un jueves si te parece que el sábado vayamos a X lugar, no te estoy haciendo un planteo... ¿comprendés? Es sólo una pregunta, no te estoy coartando la libertad, ni organizando tu vida, ni decidiendo por vos, ni ninguna de esas cosas. Yo, sujeto A, te hago una pregunta a vos, sujeto B. ¿Sí? Y vos podés contestarla con un sí o con un no. Una pregunta que busca respuesta concreta no es un planteo profundo sobre nada que deba preocuparte. Si yo te pregunto por qué te enojaste ante tal o cual comentario, y te explico que lo entendiste mal, que fue un malentendido, eso es una explicación, no un sermón, ¿sí? No es motivo para que comiences a hiperventilar, y a experimentar una taquicardia que anuncia un ACV prematuro. ¿Sí? O si te pido que dejes la toalla mojada sobre otro lado que no sea la cama, otro lado, ni siquiera te reduzco las posibilidades a una, sólo te solicito que no la dejes en un lugar, que podés dejarla en otros siete lugares pero no en ése; dicho pedido no es un sermón, no es la castración de tu masculinidad, ni un juego de roles donde yo emulo a tu madre y vos tenés una regresión a tu traumada adolescencia, ¿sí? Yo te explico esto, primero porque tengo el tucán en la mano, y segundo porque me tiene un poco seca que siempre ante cualquier comentario vos tengas que bufar como si te estuviera tocando el timbre y trayendo la palabra de Jehová. Si vos tenés una capacidad de resolución limitada, no es problema mío, ¿sí?, si todo lo que te requiere una decisión básica básica te pone los cimientos del cerebro en conmoción, fijate, hacete ver, te lo digo con el tucán en la mano, ¿sí? Yo entiendo que hay minas que te perforan el cerebro hablando, que responden por vos cuando alguien te pregunta algo, que te eligen la ropa que tenés que vestir. Sin embargo, ése no es mi caso, ¿sí? Porque pasa lo siguiente, tu acotado espacio para la conversación de ciertas cuestiones luego hace que te sorprendas cuando yo agarro mis cosas y me mando a mudar. Cuando pego el portazo vos me maldecís, y te convencés de que “de un día para el otro, sin avisarte” te dejé, con el corazón roto. Si te hubieras molestado en bufar menos e interactuar un poco más, tal vez este tucán que tengo ahora en la mano se lo podría haber cedido al adicto al crack que tenés sentado al lado, quien seguramente lo necesita de verdad.

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