Nunca les
di importancia a las ceremonias, por lo menos a las que me han
involucrado. Sin embargo, cuando alguien que se esforzó, se peló el
espíritu, pasó noches sin dormir, roscándose el cerebro a fuerza
de llanto y frustraciones; se cuestionó, se negó su capacidad,
abandonó, amagó con plantar todo y dar un portazo con el pecho
atiborrado de angustia, llegó al límite, disfrutó menos de lo que
hubiera debido, y aún así siguió remando y remando, digo cuando
alguien así llega a la meta tanto tiempo anhelada y recibe el reconocimiento sellado y certificado,
enrollado y sujeto con una cintita blanquiceleste, el único gesto
posible es subirme a una silla y, henchida de orgullo, aplaudir hasta
que se me rompan las palmas de las manos.
Nunca dejás de sorprenderme... te quiero :)
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