viernes, 5 de julio de 2013

Viernes 4 pm

Nunca les di importancia a las ceremonias, por lo menos a las que me han involucrado. Sin embargo, cuando alguien que se esforzó, se peló el espíritu, pasó noches sin dormir, roscándose el cerebro a fuerza de llanto y frustraciones; se cuestionó, se negó su capacidad, abandonó, amagó con plantar todo y dar un portazo con el pecho atiborrado de angustia, llegó al límite, disfrutó menos de lo que hubiera debido, y aún así siguió remando y remando, digo cuando alguien así llega a la meta tanto tiempo anhelada y recibe el reconocimiento sellado y certificado, enrollado y sujeto con una cintita blanquiceleste, el único gesto posible es subirme a una silla y, henchida de orgullo, aplaudir hasta que se me rompan las palmas de las manos.

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