jueves, 29 de diciembre de 2011

Algunas faltamos a esa materia

El universo puede alojar a los mejores prototipos y escupírnoslos en la cara en cuanto momento se le ocurra. ¿En qué planeta suceden esas cosas? ¿Cómo se hacen? Si alguien sabe dónde encontrar la receta, tengo lápiz y papel acá al lado. Me refiero a situaciones totalmente inverosímiles, esas que una mira y dice: “¡Cómo puede ser!”. Como esas escenas norteamericanas: ella se levanta de la cama, divina, peinada, huele perfecta porque lo besa a él, que luce ese despeinado casual que tan bien le queda. Se levanta ella, decíamos (bombacha, camisa de él semiabrochada –siempre es camisa de él–, depilada hasta los codos), pone a hacer café mientras el pan se está tostando y exprime esas naranjas que desbordan su jugo. Hasta hay veces en que fríe tocino, sin que ese perfume adorable del bacon se adhiera a su cabellera húmeda recién lavada, siempre espléndida. Él entra en cuadro, la toma por la cintura y le besa el cuello. 
Y la mañana luce distinta, luce feliz. Bueno, es así, digamos que mientras haya zumo de naranja, o “fresh juice and muffins” la vida encanta, la vida se nos muestra como un universo amigable y favorable.
O como esa otra escena, sexual digo, en que la chica estampada contra la pared y en el aire (sí, en el aire, no hay pared cerca, no es un pasillo, ni hay escalón, ni mesa de luz que le sostenga las piernas) logra esos orgasmos increíbles; no lo digo tanto por el orgasmo no, si no por la capacidad de mantenerse en esa posición y que el tipo pueda, no sólo sujetarla y empujar al ritmo de Roadhouse Blues de los Doors, sino hacerla gozar como si fuera el día del juicio final. No hay un choque de cabeza, un tirón de pelo que haga perder el equilibrio, un movimiento que logre hacer zafar al miembro y tener que volver a colocarlo en su lugar, no… hay pura pasión. Y alguien dirá: “Ah, bueno, ejemplificás con escenas cinematográficas”, no señor, no. Porque están los que ante esa escena, miran con cara de “no sabés las veces que lo hice”, o aquellas que cuentan vivencias similares o ponen esa cara de misterio con un aire de “soy-sexualmente-salvaje-hice-mis-mejores-desnudos-unte-con-aceite-de-rosas-engullí-bucal-bestial-sin-globito-y-lo-dejé de-cama”. O si quieren un ejemplo mucho más realista de “¡Cómo coño hacen!”, nunca les pasó subir al subte-tren-colectivo tipo 18 hs., pico y más, atiborrado de gente y ven allá en el fondo o en el medio (mientras logran abrirse paso cual matorral amazónico), impoluta, con haces multicolores que la iluminan a esa chica que viene de trabajar, sí señor, a esa chica digo que luce espléndida. Su vestimenta impecable, sin arrugas, primer premio al desafío de la blancura, huele estupenda, y logra tener ese peinado prolijo-casual, donde las hebillas están en el mismo lugar que a las 8 am. cuando salió de su casa. Y no vengan con ridiculeces explicativas como “bueno, se arregló antes de salir de la ofi”, a cagar, cómo hace para arreglarse, cómo hace para llevar en una carterita del tamaño de un pan lactal: desodorante, maquillaje, perfume y planchita para el pelo, si queremos ser más estrictas. 
Digo, humildemente,  qué sucede cuando al cortarlas al medio las naranjas (tan coloridas y rebosantes por fuera) muestran ese hollejo triste y solitario, reseco, que te mira como sediento. Y, por más que nos sometamos a la tarea de exprimir, de estrujar, de meter cuchillo y torcer… el jugo brilla por su ausencia, el jugo viene en otro envase, y en otro envase vendrá también la matutina publicidad feliz. Qué desajuste universal se nos presenta cuando el pan tostado nos deja un interminable aroma en el pelo y en la ropa (ni hablar de las empanadas horneadas la noche anterior, o de comer mandarina)… porque claro, algunas sólo tenemos tiempo para: o bien desayunar y hornear panecillos vestidas; o pasear cinco minutos en bombacha y salir sin desayunar. Por qué motivo, yo al salir del trabajo huelo, no digo a búfalo, pero sí a nada que se asemeje a jazmín de los prados, o a Kenzo recién pulverizado. Por qué los invisibles que sujetan mis crenchas –porque a esa hora son crenchas– andan danzando por la nuca. Cuál es el motivo de tener que levantarme 10 minutos antes a lavarme los dientes para besar a mi acompañante en la cama. Por qué, sin ir más lejos, se me cansan las piernas de adquirir posiciones pseudoeróticas que terminan siempre en yo arriba, vos abajo y a terminar que tengo ganas de encender un pucho.
Señoras, señores… es evidente que yo fui al curso equivocado.

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