domingo, 25 de diciembre de 2011

Teddy o pánico a Chucky el muñeco maldito

Hace muchos años ya, estuve saliendo con un chico. Sí, digo saliendo porque para mí era eso, salir, verse, pasarla. Recuerdo que un día estaba en mi casa y golpearon las manos (cuestiones de barrios y casas con poca impronta hospitalaria). Era él que había vuelto de un pequeño viaje de fin de semana. A decir verdad, y no hace falta que se lo explique a la persona leyente, yo como que no estaba del todo entusiasmada con el sujeto. A ver, sí… me caía bien, me parecía un chico vivaz pero no era para publicarlo en el número de octubre del diario barrial. La cuestión es que el muchacho se presenta en casa. ¡Horror! Cómo explicar mi sensación, era un temblor sí, pero no esos de mariposas en la panza, o flojedad de piernas por nervios al verlo. Era más bien un bajón de presión que dejaba entender lo insufrible de la situación. Ojo, reconozco la buena voluntad y buen gesto del mancebo, pero en lo que a mí respecta me parecía una película de terror. Ahora bien, recurriendo a las buenas costumbres lo hice pasar y lo recibí en el patio. Sí, en el patio, tremendo, pero fue lo poco que atiné a hacer. Necesito explicar en este punto del relato que soy una persona que escapa a toda escena típica, que no resiste lugares comunes, que le avergüenzan ciertos momentos, que no le fluyen, que no sabe manejarse ante la puntilla y el raso rosa. No es mala voluntad, postura intelectual o convicción neonazi. Simplemente no me hallo ante situaciones novelescas en las que cualquier otra mujer se desenvuelve como pez en el agua. No nací con el gen ramo de flores-bombones-te agarro la mano para caminar. No me molesta ver a los demás así, me parece más que tierno. Pero, yo en lugar de intolerancia lactosa, tengo espíritu anti-cliché. Bien, el muchacho ya había quebrado una barrera impensable como era la de presentarse en mi casa, así como así. Pero, no fue tanto esto sino que lo realmente duro fue cuando él sentado frente a mí (en el patio de casa, padre y madre en el interior de la misma) sacó un paquete y dijo lo inevitable “Tomá, es para vos”. Tomo aire, miro paquete y agarro. ¿Recuerdan la cara del protagonista que recibe una caja-bomba y se queda estático unos segundos? Así yo, él frente a mí, el paquete, blando (descartemos un libro, portarretratos, cajita de alfajores). Al abrir el obsequio, que cedía a mis dedos mientras el papel era desgarrado, entreví como un plush marrón; sí, algo al mejor estilo Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón”. Sí, era eso… sí, lo inevitable: un peluche. Un oso pequeño, hoy creo que con moño, pero no era un oso a secas, solito, maleable; no, venía inserto en una estructura de mimbre al mejor estilo canastita. Mi presión para ese instante no encontraba un marcador que la pudiera sostener. Es terrible, son momentos tortuosos. Esos en los que te viene la náusea. Esos en los que millones de ideas atiborran la mente: que no salga papá; que mamá no ofrezca nada de tomar; uy, está esperando que le diga algo lindo; tengo que agradecer; qué asco me dan los peluches; que escena merenguenesca; ¿qué hago?;  este oso es un pelotudo; hasta que sale el preciado: “Gracias” a la vez que te inclinás para darle un beso comisura-labio y con esa posición evitás tener que disimular la sonrisa que no convence y acallás un poco la idea que a gritos dice: “Por favor que se vaya”. La tensión es demasiada, una transpira por lo que inevitablemente debe dejar que suceda. Una, para no quedar como una yegua desalmada, no sabe qué otra morisqueta simpática hacer. Es tremendo, es él, el peluche, es él que ni siquiera se dio cuenta de que no soy chica-peluche, es el desparpajo de venir a mi casa cuando nunca antes se había barajado como pensable. Suena desalmado de mi parte, sí… pero, fue horrible. Y ojo, que no reside sólo en el hecho de que el muchacho no sea el que nos hace palpitar los poros, ¿eh? Hay ciertas situaciones, muy de cine, muy trilladas, muy canción lenta del Puma Rodríguez, que no tolero aunque el coprotagonista sea aquel por quien me desviva.

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