domingo, 28 de abril de 2013

Localidades conurbanas

Me querés decir adónde
adónde se fue y se esconde
me querés decir adónde
va la sombra de lo que era.
(clic en el enlace para escuchar)

Sólo aquella persona que nació en un barrio con calles de tierra y lotes baldíos puede realmente saber cómo se palpa el sol de verano en plena siesta, mientras las chicharras cooperan con el aumento del calor. La soledad a esa hora, allá lejos y hace tiempo. El silencio de las calles. Obvio que para las que no dormíamos siesta era la desolación total, un tiempo muerto donde –creo– aprendí a intimar con mi soledad. Mis vecinas dormían siesta, y a mí eso me parecía una idea mortuoria. Yo jugaba en el silencio de la vereda. En el patio. En el jardín de adelante. Recuerdo pisar la tierra cuarteada por falta de lluvia, y jugar a desarmar con el pie esas piezas de rompecabezas que se formaban en el suelo. Y ya al atardecer, sentir el picor de haber estado revolcada en el pasto todo el día, con las rodillas llenas de mugre, y ese pegote del calor que pedía una ducha. Recuerdo los golpes de los pedales de la bici en los talones. Esos sí tardaban en curarse, al igual que los raspones de brazos y piernas por haber corrido entre las cañas. Y haber practicado en el fondo sin rueditas... “no me sueltes, pá, ¿eh?”, para luego salir a andar y romperse el traste con las piedras de la calle. No sé por qué, hoy recordé al barrio. Debe ser que lo extraño, o que escuché esa canción bajando del bondi hoy de madrugada, o que alguien hace mucho la asoció conmigo. Fue escucharla y aparecer las imágenes. El ruido del tren. El carro del botellero tellero tellero. Los miércoles el del pescado fresco. Y los veranos el de la “sándia calá y colorá”. Subir al paraíso para atacar con las bolitas de sus ramas. ¿Qué niño no las peló e inspeccionó su interior? Quién no trepó la pared medianera para estar solo en el techo, sin que nadie molestara. Sólo una persona de barrio sabe lo que es pasar por entre los alambres de púa para buscar la pelota que se fue al lote vecino. Ponerse un pasto entre los dedos para hacerlo sonar con los labios. Oler el frío en las tardecitas de invierno. Hay un olor ácido en el aire, un olor que está solo, como de humo pero no. Caminar a la madrugada y saludar a los perros de la calle acurrucados mientras mueven la punta de la cola y largan vaporcito por el hocico. Pisar las hojas secas en invierno y escuchar el ruido, aplastar una caca escondida en medio y putear. Saludar al zorzal las madrugadas de resaca llegando a casa sin chistar. Crecer y rajarse a los caños que sirven para entubar zanjas a fumar antes de que caiga la noche. Extraño mi barrio, con el almacén y sus latas de anillitos, y con la piedra pisa papeles del fiambre. Conozco mucha gente que se fue, se mudó y aún reniega de él, o no recuerda nada, o lo menosprecia. Yo lo tengo incorporado. Piedra angular. Es parte de mí, y cuando voy sigo sintiéndome parte de él. Tal vez no parte del barrio de ahora, con nuevas casas y vecinos. Sigo sintiéndome parte del barrio que subyace, el que me vio correr con primos y hermanos. El que me regaló potreros para jugar al fulbito con vecinos. El que fue testigo de mi adolescencia. Quien me vio llorar por primera vez, o me contuvo cuando me di cuenta de que el amor podía terminar, mientras me caía la helada sobre los hombros. Los barrios nos marcan a fuego. Algunos se olvidan y se dejan fagocitar por las nuevas ciudades, llenas de ruidos que enceguecen el recuerdo. Otros, en cambio, por más que durmamos en sitios lejanos, aún soñamos con sus calles y su luna. Tal vez nos fuimos una mañana, así como de vacaciones a ver de qué la iba el mundo, pero quién sabe si un día no llegamos de vuelta, buscando sólo ese rincón que haya quedado intacto, esa porción de tierra que nos brinde el olor del sol, del invierno, del perro y su hocico. Ese recodo que se guarde para mí, ancho de orgullo por haberme esperado todo este tiempo. Quién sabe si no es eso lo que buscábamos, después de todo.

* no es Palomar del que hablo aquí, 
pero esta canción vale para cualquier barrio que haya marcado nuestra ruta. 
El mío, en lugar de aviones tiene trenes.

2 comentarios:

  1. Se me cayeron las lagrimas....gracias por éste hermoso viaje en el tiempo...Angélica...

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  2. ¡La pucha!...
    (qué felicidad leerte nuevamente!)

    ♥ iuuuu :)

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