Sentada
en el 44, miro por la ventanilla, el colectivo se detiene para
levantar pasajeros. Oigo una voz muy particular, que habla fuerte, se
escucha hasta el fondo: “Dos hasta 6 paradas, acá nomás... ¿qué
te doy? ¿las dos tarjetas o saco los dos boletos con una?”. La
emisora era una señora mayor ya, alta, flaca, desgarbada, vestía un
pantalón jogging azul marino, una blusita de señora grande, saco de
lana y tenía puestas unas zapatillas negras deportivas dos números
más grandes. La miro. El cabello hasta el comienzo del hombro, bien
canoso, agarrado al costado con una hebilla, muy desprolijo. Ella era
muy desprolija, o simplemente torpe. Y no paraba de hablar. Le
mostraba al chofer las dos tarjetas Sube, porque quería sacar dos
boletos. Uno para ella, y otro para su marido que subió detrás. Él
era alto, pantalón jogging también, remera metida adentro del pantalón y campera deportiva, las
zapatillas eran su número. Todo prolijo él, inmutable, erguidito,
mayor también y con cara de no hablar nada. Ahí caí en la cuenta,
estaba frente a una pareja Marga y Oscar auténtica. Y morí de
amor. Ella trataba de hacer equilibrio mientras ponía la tarjeta
en la máquina: ¿Ya está o pongo otra vez? A los gritos
hablaba. Tenía una cartera colgada del brazo derecho, en la cara
interna del codo. El colectivo la zamarreaba para un lado y para el
otro, ella se agarraba de donde podía y la cartera se bamboleaba con
ella. Oscar la seguía. Ella se paró en el pasillito donde está la
máquina de las monedas: Vení acá, Oscar -le decía-, quedate al
lado mío. Oscar, con cara de pocos amigos, pasó por detrás de ella
y se sentó en el primer asiento de espaldas al chofer: No te
sientes, no ves que ya bajamos. Y como Oscar no le daba bola, ella
bamboléo hasta el asiento al lado de Oscar: Ay, cómo se mueve,
madre santa. Pero acá no me ubico para nada yo, Oscar, así sentada
de espaldas... cómo querés que vea dónde bajar. Oscar, inmutable,
serio, terminante responde: Yo me ubico perfectamente, Marga. Y no la
mira, sino que mira para el costado, con la mano apoyada en la
rodilla y el brazo en forma de asa de tetera. Marga cabecea por sobre
el chofer y se retuerce con su cartera. Es tan graciosa: No veo nada,
Oscar, dejame pasar, son tres paradas nomás. A ver... correte...
corré la pierna, me vas a hacer caer. Yo miraba todo y trataba de no
largar la carcajada. Era esas viejas insoportables pero simpáticas.
Y él era extraordinariamente gracioso, sólo por el contraste.
Hubiera estado mirándolos por horas. Marga logra sostenerse en el
pasillo y se acerca al chofer, hablando por supuesto: ¿La próxima
es la calle X? Ah, ¿falta una parada más? Mirando a Oscar y en voz
fuerte fuerte: Falta una parada más, Oscar, y bajamos. Acomodate,
dale, así no nos pasamos. Oscar encara para la puerta del medio, y
Marga está en la de adelante. Grita: Oscar, vení para acá, bajá
conmigo. Oscar medio que bufa haciendo revoleo de ojos: Bajo por acá
que es lo mismo. Ella: Pero falta una parada, vení acá (gestito con
la mano, llamándolo), bajá conmigo así me sostenés y no me caigo.
Después te sostengo yo. Y como si esto fuera poco, mirá a unas
chicas sentadas adelante y arroja: Si no nos sostenemos entre
nosotros (larga una risita)... Ah, ¿esta no es la parada? ¿Es la
otra? Nos bajamos en la otra, chicas... Uds, ¿bajan acá? Las chicas
niegan con un movimiento de cabeza. Oscar se acerca y se pone detrás
de Marga. Ella al chofer, fuerte siempre: Pará bien en el cordón
que si no nos cuesta un Perú. Ah, ah... mse... claro, sí, es por
eso... está bien. Se da vuelta hacia Oscar: No puede estacionar
cerca del cordón porque la gente estaciona los coches ahí justo....
… … Y bue.... qué se le va a hacer.... El bondi para, yo miro su
figura tan desgalichada y muero por dentro. Lo más gracioso eran las
zapatillas... tan tan grandes. Y el silencio de Oscar era único,
porque demostraba fastidio pero la miraba con ternura. Por fin bajan,
ella lo hace primero sosteniéndose del pasamanos y de Oscar. Y esa
cartera bamboleante tan suya. Luego le da la mano a Oscar para que
baje, éste no se hace cargo y baja solo, demostrando agilidad. Ella
igual apoya su mano en la espalda de Oscar. Los dos alcanzan el
cordón y por fin la vereda. Y ahí sucede algo maravilloso: él la
espera a ella que quedó un poquito atrás. La espera. No sigue
caminando. La espera hasta que están uno al lado del otro. Ahí
recién los dos emprenden el paso. Ella sigue hablando, obvio, y
gesticula con la cartera colgada, pero los dos caminan juntos. Yo los
sigo desde el bondi, y miro ese cosmos formado entre ambos. Ellos ni
lo saben, pero yo me siento testigo de eso que tal vez ya ni ellos
perciban, por ser justamente tan suyo.
Marga y Oscar...me encantan!
ResponderEliminarTe digo que empecé a la risa loca por el relato, pero terminé con medio lagrimón, carajo.
ResponderEliminar