La
ginecología, gremio variopinto si los hay. Qué ardua y dedicada
tarea la de encontrar al profesional apto que logre captar nuestra
confianza al punto de depositar esa enorme maquinaria llamada mujer.
Cuando era adolescente mi primer profesional visitado fue un señor
grande que no bien me senté comenzó a charlarme acerca de lo
aberrante del sexo anal: Acá vienen mujeres mayores ya, que me
confiesan que el marido les pide secso anal... ¡Y claro! Si ven esas
publicidades donde hay chicas en cola todo el tiempo. Mis ojos se
abrían como dos platos, decidiendo al instante que yo no me iba a
atender ahí, no me arriesgaría a que en lugar de una colpo el susodicho me
exorcizara el útero. En ese punto entendí que mi búsqueda recién
comenzaba y no sería nada fácil. Luego de distintos intentos que me
llevaron desde lecciones de moral hasta descripciones fatales acerca
del uso de pastillas anticonceptivas di con el hombre ideal: no
espamentaba, no exageraba, no moralizaba. El tema era que amaba lo
que hacía y era curiosa su forma de demostrarlo. Por ejemplo, cuando
daba con la imagen requerida en el colposcopio articulaba: ¡Ahí
está! ¡Perfecta! ¡Se ve per-fec-ta! Está divina. Y yo ahí
mirando el techo, respirando hondo, con cara de asco a todo eso que
estaba haciendo. Y, ante esos gestos, él argumentaba un: Yo he visto
cada cosa que mejor ni te digo. Si no se le daba por contarte su fin
de semana mientras extraía todo tipo de muestras: El sábado tuve un
evento de tus pastillas... espectacular, una charla muy interesante y
una comida riquísima. El tipo así, con guantes, viscosidad y
aerosoles, se ponía de pie y al costado de la camilla te contaba
todo, mirándote; yo ahí con el espéculo hasta el hígado tratando
de adaptarme al contraste. El día que se recibió de hombre de mi
vida fue aquél en el que yo hacía la pose de la cérvix manifiesta
esperando un nuevo PAP:
Virtuoso
del útero: Sí, esta vez te voy a hacer la biopsia.
Cérvix
manifiesta: Mh, bue.
V.D.U:
Pero no te alarmes que es por control nomás, para estar tranquilos.
C.M:
Tá bien... por control... entiendo...
V.D.U:
(buscando entre sus utensilios) ¡Uy! ¡Qué salame! Me dejé la
pinza en el auto.
C.M:
(ojos expresivos significando no sé qué decirte, estoy inmovilizada
y sin posibilidad de darte una solución)
V.D.U:
¿Sabés qué?
C.M:
(Ponele que no)
V.D.U:
Voy a ir al auto que lo estacioné acá enfrente nomás, un minuto,
así no lo dejamos otra vez para la próxima... vos, tranquila (me
toca el brazo para darme confianza y sale del consultorio)
Yo
quedo ahí, en esa posición tan poco feliz y con el silencio de
consultorio. Agudizo el oído.... El tipo se fue a la calle, al auto,
a buscar la pinza y yo ahí totalmente incapacitada. Escucho a la
gente en la sala de espera. Qué hago si pasa algo, ¡cómo camina
una con el espéculo encajado! Yo le tengo confianza al hombre
pero... ¿si se olvida que estoy ahí? ¿si entra alguien? ¿si lo
secuestran? Por fin vuelve y me muestra la pinza para biopsias, como
si el hecho de conocer las herramientas fuera a darme más
tranquilidad... era un dedo y medio de Wolverine la pinza famosa. Por qué todo lo
que involucra a la salud femenina es tan atroz, me cacho en Satán.
En fin, todo resultó un éxito, todo lo que hizo (como siempre) lo
fue relatando en voz alta: Ahora ingreso la pinza, vas a sentir una
leve molestia, corto un pedacito de muestra del tejido involucrado...
ahora te pongo cicatrizante... bla bla bla bla. Este sujeto hoy ya es
parte del recuerdo, las mudanzas y los horarios inaccesibles se
encargaron de ello, sin embargo ocupa un lugar más que merecido
dentro del ranking de hombres de mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario