miércoles, 4 de enero de 2012

Cosas simples

Las historias de amor no tienen que ser como las de las películas. Creo equivocada la costumbre de pensar que debo ganarme al otro emulando a Conan el Bárbaro. Esa idea de luchar contra viento y marea, esa postura épica de pasar pruebas y pruebas, de demostrar a ultranza que somos dignos del otro, que ese otro nos merece. Ese trabajo constante que de alguna manera –creemos– nos redime. Hay la tozudez de golpear nuestras narices contra la misma puerta, una y otra vez; hay el convencimiento de que una palabra mágica no pronunciada pudo haber abierto corazones; ese eco de “si hubiera hecho o dicho” que rebota, como si una única frase fuera la responsable de meses de indecisiones ajenas. Hay esa propensión a esperar a quien nos da la espalda, a intentar comprender –cual acertijos válidos– los desaires de quien nos evita, a alimentar la autoestima de quien tiene por costumbre disfrutar con nuestra dependencia. ¿Es así? ¿Será ésa la condición para ser un poco más feliz? Y me digo: no. Porque si desde el primer día todo es escollo, desesperación y lágrimas, ¿qué queda para después? ¿qué se pretenderá una vez emprendido el viaje? 
Tal vez es hora de dejar portazos, lamentos y ruegos para las grandes novelas literarias. Tal vez, los desencuentros y los arrepentimientos, el esperar cada noche debajo de la ventana de la amada sea mejor para el mundo ficcional. Tal vez la clave reside en ir por quien abre la puerta y no se hace esperar. Por dejar entrar a quien quiere hacerlo. 
Es momento de no insistir en vano. De convencernos de que si es tan dificultoso será porque no nos corresponde. Es tiempo ya de no intentar abrir con barretas lo que no nos fue abierto con amabilidad. Es hora de no obligar a cada pequeña historia a ser LA historia. Quizá ya debamos comprender que el sabor de los primeros momentos, esa adrenalina tan buscada, nada tiene que ver con el sadismo. Ese vértigo nace del ida y vuelta, del encuentro y desencuentro, del sí y el no de dos personas que se buscan y se saben. De dos personas que, de común acuerdo, aceptan el riesgo. 
Creo, con gran satisfacción, que a veces es mejor irse a tiempo. Creo en guardar las energías para quien –por fin– nos invite a jugar. Para quien tenga ganas de hacernos la vida más fácil.

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