Muchas
son las maneras que uno tiene de clasificar a la gente, lo revelador
es encontrar una nueva. Hoy descubrí algo interesante al respecto:
teniendo en cuenta a todas las personas existentes pueden trazarse
dos patrones relacionados con el transporte público. Existen
quienes, al subir a un colectivo, subte o tren vacíos y a pesar de
que su trayecto implique pocas cuadras o estaciones, ocupan un
asiento sin más consideraciones. Se sientan, se apropian de su lugar
sin importar que ese estado dure cinco minutos. Hay otros que en la
misma situación permanecemos de pie y cedemos las butacas a quienes
emprendan recorridos más prolongados, con la errada idea de “para
qué si ya me bajo”. Y aquí viene el hallazgo: los primeros son
los que entendieron el mundo al dedillo y quienes están destinados a
la felicidad; los segundos aún estamos intentando poder –algún
día–
dar el paso sin importar lo que dure el viaje.
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