Tal
vez sea porque dejé de fumar hace un tiempo ya, pero la cuestión es
que no resulta tan llevadero ahora. Digo, este temita que me incumbe
por estos días se hacía mucho más fácil con la dosis de tabaco
que así en la abstinencia. Hablo de la espera. Me paro y me doy
cuenta de que la espera ha marcado el transcurso de mi vida de manera
constante, la espera del bondi, la del turno de la ginecóloga, la
espera de la amiga que termina de plancharse el pelo, la del muchacho
que se retrasó unos minutos, la del tramiterío de la mudanza, la
del llamado, la de la respuesta de sms, la del servicio de internet,
del pintor, plomero, confirmación de trabajo, aprobación de
proyecto y creo poder seguir ad eternum. Siempre me molestó un poco
la espera, pero hoy ya no la soporto. Ya está, no la aguanto más.
Entonces, dándole vueltas y vueltas al fastidio algo se encendió,
tal vez la luz de la sabiduría, y reparé en que siempre me
encuentro esperando porque no acciono ante las cosas como se me canta
el reverendo dedo gordo del pie. Creo que la palabra del otro es tan
auténtica como mi palabra, ergo es factible. Si digo a las 17 es a
las 17. Pero, no, chiquita, no es así. La palabra del otro es la
palabra del otro y punto. A las 17 quiere decir a partir de esa hora
vemos. De pronto la luz, la claridad, la tranquilidad y todo se
resignifica. No voy a esperar llamados, respuestas, mensajes,
visitas, confirmaciones. Terminá de plancharte el pelo, yo te espero
tomando un Fernet. Analizá tranquilo mi proyecto de quince páginas,
yo de mientras voy pensando en otro que lo acepte sin tantos
miramientos o, en su defecto, redacto un plan distinto y lo llevo a
cabo por mi cuenta. Reflexioná tranquilo y llamame cuando quieras, pero no te
garantizo tener un turno libre. Es curioso, después la gente me
pregunta por qué hago tantas cosas sola, y ahora puedo explicar que es
porque me cansé de esperar.
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