martes, 12 de junio de 2012

Es el peor tiempo perdido...

Tal vez sea porque dejé de fumar hace un tiempo ya, pero la cuestión es que no resulta tan llevadero ahora. Digo, este temita que me incumbe por estos días se hacía mucho más fácil con la dosis de tabaco que así en la abstinencia. Hablo de la espera. Me paro y me doy cuenta de que la espera ha marcado el transcurso de mi vida de manera constante, la espera del bondi, la del turno de la ginecóloga, la espera de la amiga que termina de plancharse el pelo, la del muchacho que se retrasó unos minutos, la del tramiterío de la mudanza, la del llamado, la de la respuesta de sms, la del servicio de internet, del pintor, plomero, confirmación de trabajo, aprobación de proyecto y creo poder seguir ad eternum. Siempre me molestó un poco la espera, pero hoy ya no la soporto. Ya está, no la aguanto más. Entonces, dándole vueltas y vueltas al fastidio algo se encendió, tal vez la luz de la sabiduría, y reparé en que siempre me encuentro esperando porque no acciono ante las cosas como se me canta el reverendo dedo gordo del pie. Creo que la palabra del otro es tan auténtica como mi palabra, ergo es factible. Si digo a las 17 es a las 17. Pero, no, chiquita, no es así. La palabra del otro es la palabra del otro y punto. A las 17 quiere decir a partir de esa hora vemos. De pronto la luz, la claridad, la tranquilidad y todo se resignifica. No voy a esperar llamados, respuestas, mensajes, visitas, confirmaciones. Terminá de plancharte el pelo, yo te espero tomando un Fernet. Analizá tranquilo mi proyecto de quince páginas, yo de mientras voy pensando en otro que lo acepte sin tantos miramientos o, en su defecto, redacto un plan distinto y lo llevo a cabo por mi cuenta. Reflexioná tranquilo y llamame cuando quieras, pero no te garantizo tener un turno libre. Es curioso, después la gente me pregunta por qué hago tantas cosas sola, y ahora puedo explicar que es porque me cansé de esperar.

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