martes, 5 de junio de 2012

The Babel torre o La tower Babel

Tras una seguidilla de malentendidos, explicaciones inútiles y pulsión asesina cual personaje de Michael Douglas en Un día de furia, he decidido hacer voto de silencio. Me pronuncio ausente de ciertas situaciones de diálogo, y me limito a manifestar un “aha”, “mmh”, “mirá vos”, “sí, claro”, como una siome que está coreando al rapero de moda. Pero no tengo otra opción: comunicarse en estos tiempos modernos es una tarea casi titánica. No hay manera de entenderse con el prójimo; estamos atravesando lo que se llamaría crisis entre alocutor y alocutario. Es así que, gracias a mi nuevo mutismo, puedo apreciar cómo dos o más personas están hablando de lo mismo y no logran ponerse de acuerdo, ni siquiera se enteran de las ideas del otro, simplemente, porque no se escuchan. Están más atentas a su opinión, que a oír lo que el otro tiene para decir y responder en consecuencia. Lamento reconocerme un poco así, tiempo atrás, cuando sí opinaba y cuando sí intervenía en tertulias que creía interesantes. 
No hace mucho se presentó una escena laboral donde alguien estaba contando algo que nos incumbía a todos (llamémosla persona A), y otro sujeto que estaba “escuchando” interrumpió, enunciando una frase de disconformidad con un tono muy poco amable (persona B); ahí advertí que la persona B tenía un preconcepto armado acerca del tema desarrollado por persona A, con lo cual sin permitir la finalización del discurso de A y, por ende, sin saber la conclusión de A, a la persona B le saltó la térmica y comenzó a enmarañarse en una respuesta que expresó diferencias, bronca, saturación, negligencia y no sé cuántas negativas más. El resultado: esa interrupción fue ramificando justificaciones aclaratorias a partir de la intervención de B, sin dejar en claro lo expuesto por A, y alejándonos cada vez más del asunto que a todos competía que era el relato de apertura de A. O sea, B con su opinión anticipada, con su ira masticada vaya a saber uno por qué, y sus ganas locas de discutir y manifestar odio, forzó el discurso de A para el lado que más le convino, y allí explotó el globo. Si A no hubiera sido embestida por B, A habría terminado su exposición, B habría comprendido, habría podido manifestar su opinión y habríamos llegado a una conclusión más coherente. Escena:

A: (Tono explicativo) Ayer tuvimos una reunión con el vendedor de huevos y ofreció vendernos cada maple a $ 35, con la condición de que compremos durante todo el segundo semestre. Nosotros dijimos que nos parecía un precio razonable, siempre y cuando mantuviera fijo el monto. Y ahí, el señor Vázquez nos respondió que si los huevos aumentaban no podía prometernos un congelamiento de precios, pero sí un porcentaje de aumento mensual. A lo que nosotros respondimos...
B: –(Interrumpiendo a A y mirándolo fijamente, índice en alto) Escuchame una cosa, hace 15 días dijimos que los huevos son partidarios del colesterol, entonces si ya otros años nos arreglamos sin huevos, me parece que este años tranquilamente podemos prescindir de los mismos...
A: Sí, claro. Pero esta reunión fue por el precio de los huevos, no por sus propiedades nutritivas.
B: –(Mirando hacia abajo con el ceño fruncido) Bueno, pero si daña la salud ya no hay nada más que hablar. El año pasado en lugar de tortillas cocinamos berenjenas al horno.
A: Está bien, sí, lo recuerdo, pero la semana pasada en la charla que tuvimos los aquí presentes para preparar flanes con huevo, acordamos volver a hablar con el señor Vázquez. Aparte las berenjenas están carísimas.
B: (Con tono crispado) ¡¿Y los huevos no?! Vos estás diciendo que se habló del precio de los huevos, y de nuestro compromiso para comprarle durante todo el semestre. No puede monopolizar el mercado del huevo, ¿se entiende?
A: No, no lo está monopolizando, estamos hablando de una puesta en común. Nadie determinó comprarle los huevos a él...
B: –(Sin escuchar) Porque el mismísimo Colón les paró un huevo a los reyes de España, y acordate cómo terminó el asunto, ¿eh? Con espejitos de colores y genocidio por doquier. ¿Acaso vos estás a favor del genocidio?
A: –No, yo no estoy a favor del genocidio, sólo pretendo llegar a un acuerdo con los huevos. Esperame un poco que termine de contar así saben en qué quedó la propuesta...
B: –Sí, claro, ahora me venís con si primero fue el huevo o la gallina. ¿Te parece bien cómo crían a los pollos ahora? ¿Eh? Si el año pasado trabajamos con Greenpeace, qué te hace un año más seguir con la misma postura.
A: –(Estupefacto) ¿Quién dijo algo de Greenpeace?
(Se mete C, en la charla, totalmente desubicado)
C: –A mí el flan con huevo no me gusta...

Algo así son las conversaciones que rodean mi ser día a día; alguien dice, el otro no escucha, ese mismo opina, luego repite lo que creyó que el otro dijo pero que nunca coincide con lo verdaderamente expresado, y así las cosas... Y ojo que no estoy hablando de política, ¿eh? Estoy hablando de asuntos inofensivos, pero con una afectación descomunal. Mientras tanto... yo miro, callo y aplaudo con fervor el gran teatro del absurdo.  Definitivamente, el silencio es salud.

(Telón)

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