Hora:
11 hs.
Desafío:
instalar apropiadamente el lavarropas.
Obstáculo:
el ferrete del horror.
He
pasado muchos años con un sistema de conexión de lavarropas
extremadamente precario, dado que en la cocina donde estaba el sector
lavado no había rejilla interna de desagüe. La manguera de carga de
agua cruzaba todo el ambiente hasta la bacha, así como la de
desagote. Cada vez que había que lavar, era la misma historia: saco
manguera, conecto canilla, saco la de desagote, la trabo para que no
caiga al suelo y escupa toda el agua jabonosa por el piso (me ha
pasado más de una vez llegar y encontrar al gato arriba de un
escalón, sacudiendo su pata trasera con cara de “me
parece que el lavarropas descargó feo”),
lavo, saco mangueras e insulto. Pues bien, una vez mudada, observo en el lavadero un orificio en la pared que sirve exclusivamente para
depositar la manguera de desagote, y lo más excitante aún es que
existe una canilla just for de lavarrop. Increíble, la vida me sonríe (lo que es el primer mundo). No voy a empañar la anécdota
feliz con que el orificio estaba obstruido y vino el encargado a
hacer lo suyo, porque es totalmente secundario. Acá el tema no es el
encargado, acá la vedette
es otro sujeto. ¿Qué reflexiono? Si tengo un lavadero tan bien
provisto, lo menos que puedo hacer es una conexión deluxe,
y si algo aprendí de mamá y su devoción por las máquinas
lavadoras es que la manguera de desagote debe extenderse 60 cm aprox.
en posición vertical antes de meterse en el canal encargado de
llevarse el agua de descarte. Bien, tomo medidas del caño a
utilizar, del diámetro del orificio, calculo los elementos
necesarios y me dirijo a la ferretería más cercana con el fin de
abastecerme. Es allí donde reside uno de los enemigos más
despreciables del género femenino, un titán que no se deja doblegar
tan fácilmente, una especie de ente corrosivo: el Ferrete del
Horror. Entro al negocio y ya me atiende con cara de
ésta-me-va-a-pedir-un-pituto-para-hacer-découpage,
prejuzgando y viéndome como una precámbrica inepta que nunca cambió
una bombita de luz. “Buen
día”, digo yo, así
tan simpática. “Hola,
¿qué necesitás?”
(Tres kilos de papas, imbécil). “Estoy
buscando un caño de PVC de 60 cm”
(tomá, culo empastado, no tuviste que preguntarme “de cuál”,
haciendo notar la obviedad de que no todos los caños son iguales, si
no fijate tu hijo menor). San tornillo raya al medio me trae el caño
cortado. “Algo más”,
pregunta macho alfa. “Sí,
un codo de 3 mm de diámetro”
(duele, ¿eh?, fisher de mazapán, te molesta tanta precisión en
polleras). Y ahí mismo, como no puede con su genio de perno
aceitado, como no tolera que una señorita sepa de qué la va un
oring de agua o un precinto de seguridad, el muy turro manda: "¿Para
qué es el codo?"
(Para sentarme encima y practicar Tantra, tá que te re-tiró; ¡qué
carajo te importa para qué es!). “Para
la conexión de desagüe del lavarropas”,
explico sonriente sin perder la calma. Cabeza de biela comienza a
experimentar un tic en el párpado y, desalentándome, manifiesta: “Y
para qué vas a usar todo esto, meté la manguera directamente en la
rejilla”.
Replico: “El
tema es que se recomienda que esté vertical, entonces necesito el
codo para poder afirmarlo en el orificio de la pared”.
Así comienza la guerra con el ferrete, él desgarrándose de a poco
por la sapiencia femenina en un área puramente masculina; yo, con mi
mejor sonrisa de cómo-te-la-estoy-mandando-a-guardar, sin
retroceder ni un milímetro. Filtro oxidado, echando espuma por la
boca, redobla la furia: “Bue,
vas a hacer todo eso y no es necesario, ¿estás segura de que son 3
mm?”. “Sí, estoy segura. Lo medí con un... (y
le disparo con munición pesada)
¡calibre!” (con
el mismo que te debés medir las pelotas que te cuelgan de la
bisagra). Lija al agua está que explota me explota me expló. Acto
seguido, cual yegua herida, mete todo en una bolsa, y arroja la frase
matadora: “Y
todo esto ¿con qué lo vas a pegar?”;
todavía no se convence, no se deja domeñar, no cede. Y yo, airosa,
aún sonriente, con jazmines en el pelo y rosas en la cara, le doy la
estocada final: “Tengo
sellador de silicona en casa, gracias”. Arandela
de goma cae vencido, su hígado se retuerce ante la impudicia de la
fémina que entiende lo que va a hacer a una ferretería; se ahoga en
su propia ponzoña generada por todo aquello que no tenga pantalón
Ombú, manos engrasadas y raya de upite al aire, queda noqueado sin
entender el descaro que acabo de tener ante él, justo él que es la
eminencia del bulón. Luego de pagar, salgo bolsa en mano, jurando no
volver a pisar ese antro infernal, y convencida de una cosa: vos
podrás tener el taladro macho más pulenta de la cuadra, con doble
percutor untado en gel íntimo, pero yo... yo, clavo con bucles, soy
una tenaza hembra muy difícil de enroscar.
Genia jajajaa
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