Qué
bueno es volver, qué bien se siente. Pero no volver con el rabo
entre las piernas. Volver cabizbaja. Volver masticando odio. O
altanera y superada. Volver abatida, buscando la trinchera a prueba
de vida o la frazada para esconderse a llorar. No. Qué bien se
siente volver después de la incertidumbre, luego de no reconocerse,
de mirarse de reojo, extrañada. Volver después del fastidio, del
llanto por razón ninguna. Se siente bien haber vuelto. Después de
masticar veneno y de elegir callar. Luego de haber pisado con cuidado
y de haber encarado los días de la manera más autómata posible. O
de haber dejado que el perfil bajo camine por una. Después de no
haber tenido nada que decir. Ni de empacharse con distracciones.
Después de la culpa. De la inercia. Qué bueno es volver. Luego de
haberse cargado el cuerpo a la espalda y haberlo obligado a atravesar
el último tramo del calendario. Qué bueno es estar de vuelta. Con
cambios, sí, con bocetos abollados y líneas borroneadas, con
tachones y emparches. Pero una al fin. La que se había perdido en el
camino vaya a saber cuándo. La de ahora. Una al fin. Aunque nunca la
definitiva. Qué bueno es volver. Qué caprichoso el camino de
vuelta. Apelando a la templanza. Alejando la ansiedad. Teniéndose
paciencia. Ocupando el primer lugar. Qué bueno es estar de vuelta.
Ya no igual. Sin saber muy bien demasiado qué. Ni no qué. Sabiendo
lo indispensable como para haber vuelto. Mientras escribo, escucho
ruidos detrás. Miro y veo a la gata luchando con la bandita elástica
que se le fue debajo de la heladera. Me río. Y me digo qué bueno es
estar de vuelta.
viernes, 28 de diciembre de 2012
lunes, 26 de noviembre de 2012
Atravesando el tiempo
"Te juro por los huesos de mi madre y de mi padre
que seguiré a tu lado, vida, hasta la oscuridad final".
Propercio. Libro II, elegía 20
"Y si el mundo se acaba
yo solo me quiero morir a tu lado".
yo solo me quiero morir a tu lado".
Vicentico. Morir a tu lado
"Te juro que si al hombre, le hubieran dado alas
iría al fin del mundo, solo con vos".
iría al fin del mundo, solo con vos".
Las Pelotas. Cuántas cosas
"Encienden todas las luces,
y bailemos hasta que alguien cierre el lugar"
Catupecu Machu. Musas
Distantes en el tiempo, cuatro maneras simples de decir algo tan inmenso.
jueves, 15 de noviembre de 2012
domingo, 4 de noviembre de 2012
Drácula
Cada
noche se repite la escena. Y ahora que hace calor y el ventanal queda
abierto parece aún más romántica. Ella se sienta y mira a la
distancia. De espaldas a mí, sus orejas me advierten que lo está
escuchando. Un movimiento de cabeza fugaz... y lo ve. Por fin lo ve.
Pero es tan veloz que sus gestos demuestran confusión. Sí, el
chillido se escucha, y esa silueta oscura y urgente pasa de un
lado hacia otro. Supongo que se preguntará por qué no es como
los de día, que pasan suspendidos en el aire pero se dejan ver
mejor. Noto que se le acelera la respiración cada noche, al asomarse
al ventanal. Es como un encuentro amoroso a la distancia. Mira. Mueve
la cabeza para un costado. Acomoda las patas delanteras en el lugar
como impaciente. El chillido. La fugacidad. De repente, corre debajo
de la cama. Se afila las uñas en una de sus patas. Se sube y me mira como diciendo otra vez se fue lejos. Yo le devuelvo la
mirada: ya lo sé.
sábado, 27 de octubre de 2012
sábado, 20 de octubre de 2012
No seré feliz...
Si
hay alguien que me parece carente de todo talento esa es Linda
Peretz, sin embargo, me veo forzada a citarla en el título dado que
días atrás pude renovar los votos de una verdad casi absoluta. Una
vez más comprobé que, mientras se tiene a alguien al lado, no
importa cuán feliz se es. No hace mucho fui concurrente a una
reunión cuasifamiliar. Y, claro, siempre hay una amiga de la familia
lo suficientemente argolluda para regodearse con nuestra soltería.
Apenas asomo en el recinto, botella de tinto en mano para colaborar,
Argolluda me aborda, toda glamorosa, al grito de ay! mirá tanto
tiempo!!! cómo estás lindura!!! Yo me veo sometida al abrazo de
Argolluda y lo único que puedo pensar es la concha de su hermana.
Argolluda siempre me pareció el prototipo de mina que con el tiempo
aprendí a detestar. Básica básica. Noviazgo, casamiento, la casa,
el perro, el auto, la nena, el nene, el terrenito en MDQ y una
inagotable fuente de aburrimiento en el clítoris. Y no es por la
enumeración de logros que la detesto, sino por la falsedad que en
ello se esconde. Argolluda me besa, me aparta tomándome de ambos
brazos, yo tengo la actitud de un asco políticamente correcto, y me
dice qué hacés nena cómo van tus cosas, seguís viviendo allá
lejos de todo. Yo me limito a mirarla con una sonrisa muy forzada:
Todo bien... Ella, con el megáfono incorporado: “Mirá quién
llegó, amor?”. Amor es un señor bien, de doble apellido, al que
ya le penden lisos los testículos por los gritos de Argolluda ante
cada nuevo invitado. Argolluda insiste: Qué linda estás! Decime una
cosa... vení acá, cuándo vas a traer un novio vos. Qué está
pasando? Tan difícil sos? (No, lo que pasa es que soy de flujo
fuerte, pedazo de boluda) Ya vas a encontrar a alguien, me consuela
Argolluda. Y ahí mismo se detiene mi radar. Argolluda siente la
necesidad de consolarme, de darme ánimos, de asegurarme que no me
preocupe que ya me va a tocar a mí encontrar un Amor mirá quién
vino. Ahora, yo razono lo siguiente tratando de no desquiciarme: esta
mujer se siente en el deber de darme esperanzas, creyendo que lo que
me hace falta es todo lo que ella tiene. Ahora bien, si descorremos
un poco el telón, bueno es saber que: su Amor de doble apellido no
la miró en toda la reunión, es más, la única que hizo algo para
arrimársele y robarle un beso comisura-labio fue Argolluda. Era
notorio que Amor doble apellido cuanto más lejos la tuviera, mejor;
si yo no supiera que se casaron hace un rato largo ya, creería que
nada tienen que ver entre sí. Amor doble apellido no le dirigió la
palabra ni la hizo partícipe de ningún comentario. Argolluda ante
cada pavada que enunciaba, coreaba: ¿No, amor? Argolluda, en uno de
sus perfiles de red social se describe: Plenamente
casada con Amor doble apellido,
mientras exhibe una foto de los dos, sonriendo. Amor doble apellido,
en su perfil de red social tiene la foto de él cuando era pequeño y
no la nombra en ningún lado, sólo menciona a su equipo de fútbol.
Argolluda plenamente casada ignora (y en eso tengo serias dudas) que
no hace mucho, Amor doble apellido estuvo tratando de levantarse a su
compañerita de laburo, que -dicho sea de paso- yo conozco. Pero,
claaarooo, todo eso no importa porque Argolluda está casada
(plenamente), vive en un hogar de dos pisos con un marido, dos hijos
y un caniche. Tiene una cadenita con dos dijes de niñitos (el nene y
la nena). Tiene un auto cuyo vidrio trasero muestra el calco de la
familia de mayor a menor, el papá con el chorizo ensartado en un
tenedor, la mamá muy canchera con una canastita, la nena con moño y
el nene con pelota, ah, y un perrito también. Tiene “casada” en
el perfil del face, y muchas fotos de cumpleaños en familia y
vacaciones. También tiene cenas en parejas, muchos obsequios de
aniversarios y solicitudes completadas con el rótulo “casada”.
Tiene un anillo y frases como “debo consultarlo con mi esposo”.
También grupos de pertenencia del estilo. Y está bien, digo, seguir
la pantomima a cualquier precio, empastinar la felicidad aunque el
revoque se caiga a pedazos, ostentar la plenitud con stickers. No
obstante debo advertir que lo que no está bien, Argolluda, es creer
que todos estamos dispuestos a firmar el mismo contrato circense para
que la apariencia siga engañando.
lunes, 15 de octubre de 2012
Subjuntivo
Es como el "ma sí". Es algo como eso. Tirar la chancleta. Dejar de pensar si tal vez, qué será, a ver si todavía. No buscar la engañosa seguridad. Soltarse del borde sin que importe hacer pie. A lo sumo se flota. Dejarse caer de culo en medio de la pista de hielo. Evitar imaginar la respuesta antes de hacer la pregunta. Decir que sí. Pensar que esta vez se da. Pasarse una parada. Que se dé cuenta. Perder el control. Ser obvia. Hacerlo porque sí. Dejar el cuadro torcido. Largar la cuerda. Abandonar el libro a la mitad. Dar el salto. Asumir el riesgo. Bajar la guardia. Decir "y qué". Pisar el palito. Que sea... y que venga lo que quiera.
Y si te preguntabas
dónde estaba la suerte
después. ¿Dónde estarías,
Danos la forma
después, danos las armas
y así que sea.
La forma de la pendiente
se mueve igual que vos
si intentas saltar la
piedra mojada, te podrás caer.
Que venga lo que quiera
que sea así. Que venga lo
que quiera, que sea.
Y si te preguntabas
dónde estaba la suerte
después. ¿Dónde estarías?
Teniendo tanto miedo de
hacerlo, siempre habrá que cargar
el tonel.
el tonel.
La forma de la pendiente
se mueve igual que vos
si intentas saltar la
piedra mojada, te podrás caer.
Que venga lo que quiera
que sea así. Que venga lo
que quiera, que sea.
(clic en el título para escuchar)
miércoles, 10 de octubre de 2012
La palabra ajena
"Es lo que ella una vez deseó, pero difícilmente dos personas quieran lo mismo en un determinado momento de la vida. A veces, esa es la parte más difícil del ser humano".
Claire Keegan. Recorre los campos azules
miércoles, 3 de octubre de 2012
miércoles, 26 de septiembre de 2012
El proyecto Blair Witch (III. La estadía)
El
cuarto era una inmensidad negra. Al entrar presentaba un lugar con
dos camas separadas y una ventana gigante que dejaba ver las sombras
horripilantes del exterior; y como si esto fuera poco, tenía una
lámpara que colgaba del techo confeccionada con ramas, yuyos y piñas
de pino que parecía una macumba vudú (y sí, la sugestión ya había
echado a rodar); había que tener cuidado con la puta vela, lo
único que nos faltaba era prender fuego la hojarasca de tremenda
luminaria. Más allá había una puerta con cortinas con cuentas de
madera que ocultaba la cama matrimonial. Allí elegimos dormir, dado
que no había abertura alguna. Para ir al baño había, obviamente,
que atravesar el primer cuarto con la ventana acechante, así que
decidimos cubrirla con una frazada a modo de cortina y recurrir al
aguantado de vejiga durante la noche. Ni que hablar del baño. Una se
sentaba en el inodoro y si miraba para arriba las planchas de Telgopor
del techo estaban corridas, dejando a la vista un tenebroso hueco.
Angélica me pregunta, descubriendo un armario empotrado: “¿Y acá
qué habrá? ¿Frazadas?”. Y yo replico: “Por las dudas no lo
abras, a ver si ahí descartaron a los últimos turistas”. La
lámpara estuvo encendida hasta la última gota de querosén. Ninguna
podía dormir. Los ruidos eran miles de millones. Venían del techo,
del piso, de afuera, de adentro. Duras, rígidas, inmóviles y con hambre, así
pasamos nuestra noche de relax. El silencio era tan palpable que te
enloquecía. Por fin llegó la mañana, y Angélica y yo parecíamos
dos zombies. Ojerosas, contracturadas hasta el ojo. Desayunamos en la
galería, y claro, a la luz del día todo se veía precioso. “Qué
exageradas, qué desconfiadas, no ves que nos tuvieron el desayuno
listo”. La mañana transcurrió muy bien, nos extasiamos de sol, me
revolqué con los perros, recorrimos cada rincón y sobre todo nos
avergonzamos de nuestra actitud infantil. Los ruidos nocturnos
provenían de los caballos que andaban sueltos y de las ramitas de
los árboles que caían sobre las chapas. Por fin el sol había
iluminado la realidad del lugar: todo era inofensivo. A media mañana
voy a la cocina para hacer mate y, de paso, devolver el cuchillo
defensor; de pronto, siento un ruido detrás de mí, como de cortinas
de plástico. Me vuelvo y veo medio cuerpo de Catalina, la yegua
domesticada, asomando por la puerta en busca de algún pedazo de pan.
La vida del campo puede ser amigable... pero de día. Sin embargo,
sucedió que con el solo hecho de saber que debíamos pasar una noche
más, inconscientemente, comenzó a trabajar la glándula del miedo.
Entonces, cuando nos enteramos de que los dueños de casa iban al
pueblo, les encargamos unas botellas de cerveza. Éstas, a partir de
las 16 hs. fueron nuestra pócima para anestesiar la proximidad
nocturna. Y así seguimos hasta las 23 hs. El estado etílico ayudó
a palear la estancia allí. Cenamos y nos dirigimos (pan-queso) a
nuestro ya conocido y temido aposento. Todo volvió a ser un horror.
Durmiendo en un colchón que parecía una feta de mortadela y
rodeadas de oscuridad y silencio. El único consuelo era que al día
siguiente apenas desayunadas no íbamos. El micro salía a las 15,
pero reservamos un taxi para las 9 con la excusa de que queríamos
recorrer el centro. A las 8 tragamos el café con leche, y ya listas
y desesperadas nos subimos al auto y fuimos respirando a medida que
nos alejábamos. Una vez en el centro, cambiamos los pasajes para las
11. Por fin saldríamos de San Pedro. Hermoso lugar. Precioso, sin
duda. Siempre y cuando la estadía sea con electricidad o un buen
cuchillo debajo de la almohada.
(fin)
martes, 18 de septiembre de 2012
El proyecto Blair Witch (II. La llegada)
El
taxi atraviesa el ingente portón de entrada y notamos que la única
fuente de luz del camino hacia la posada son los faroles del auto.
Nada más. No hay una gota de luz. Mientras Angélica paga, advierto
que alguien nos está esperando en la puerta. Una sombra. Una sombra
con una vela. Una sombra que será Gerardo, con una vela en una mano
y una copa de vino tinto en la otra. Bajamos. Hola. Hola ¿qué tal?
Qué tarde se les hizo. Sí, gracias por esperarnos. Sí, pasen
(alumbrando el siguiente movimiento con luz de vela), pasen
tranquilas. Y arroja sin anestesia: “Justo se nos cortó la luz y
hubo un problemita con el generador, así que estamos a oscuras”.
Los quiero anoticiar de que llegar a un lugar desconocido, en medio
de la nada, pasando Sauce Pelado, encontrarse con el dueño de la
propiedad con vela en mano, vino tinto y nariz sonrojada de chupar no
es una bienvenida muy esmerada que se diga. Y hay más, porque al
entrar a la casa la primera imagen fue: la negritud total, el hogar a
leña ardiendo en el living, y a través de los destellos de luz
intermitente de las llamas se percibía una silueta femenina cual
Harpía mitológica, con todos los pelos descontrolados en la cara,
apoyada en la pared. ¡Mamita querida! Hola, dijo la bruja Blair.
Vieron ese cosquilleo en la plaza del que hablé, bueno, ahora se
estaba acrecentando y tomando forma de julepe. Gerardo y la bruja
Blair nos invitan a ponernos cómodas en el comedor mientras llevan
nuestro equipaje a la puerta que señalan como la habitación
asignada: “Teníamos preparada la otra pero se nos llenó de
abejas” (Escena de película de terror: La profecía). Nos habían
mantenido la cena lista para que no nos fuéramos a dormir con el
estómago vacío (nos llenan para matarnos con unos kilos de más),
así que nos dirigimos hacia allí. Sin ver un ápice, alcanzamos a
lavarnos las manos en la bacha de la cocina (todo negro negro negro)
y nos sentamos a la mesa del comedor. Era una habitación inmensa, se
notaba porque la negrura la invadía. Una mesa de campo larga, con
dos bancos y todo servido. “Bueno, chicas, tienen un matambrito de
cerdo, con ensalada y papas. De tomar hay vino ahí, y allá agua”,
explica Gerardo. Nosotras, cual niñas obedientes, nos sentamos a la
mesa que no se veía salvo por la iluminación de una vela y un farol
a querosén; las dos así, con la cabeza gacha. “Nosotros nos vamos
a acostar, manéjense con el farol. Cuando terminen dejen todo así y
vayan directo a la habitación que les señalé. Que duerman bien”.
Se retiraron, dejándonos solas... pero no se notaba si se habían
ido o estaban en la cocina, puesto que se oía una pequeña charla
susurrada. Creo que ni nos miramos con Angélica, sino que jugamos a
cenar emitiendo frases en un tono de tranquilidad fingida muy poco
creíble. Yo, en ese momento, no podía dejar de mirar de reojo,
porque la escena era terrorífica: ¿vieron cuando en una película
de terror, una ve que las chicas van a pedir ayuda a una casa en el
medio de la nada, donde reside el asesino que ellas desconocen? ¿O
cuando la chica baja las escaleras del caserón donde vive sola
porque escucha ruidos afuera? Vieron que una grita a la pantalla
“Qué hacen ahí, pelotudas, corran por sus vidas”. “Imbécil
de mierda, a qué cuernos bajás a planta baja, ¿no ves que está el
loco de la bordeadora?”. De esa misma manera me veía yo. Sentía
que éramos las improvisadas que habían caído en la casa del terror
un viernes de llovizna, sin luz, en el medio del Lejano Harad. Por
dentro me decía, “es así como caen estas boludas de las
películas. Vinimos al medio de la nada, en San Pedro pasando Sauce
Pelado, nadie sabe dónde estamos, nadie escucha nada”. El sinfín
de posibilidades carcomía mi cabeza sin piedad. El vino tiene algo.
Nos van a dormir y a desmembrar. Nos matan, seguro que nos matan. Le pusieron
algo a la comida. Esto es como la película Hostel... se divierten
torturando gente. Bueno, toda esta clase de hipótesis surrealistas
eran las que mi mente barajaba. Angélica hacía que comía, bien
calladita. Estaba más asustada que yo. Pero ninguna decía nada,
porque ¡claro! en cuanto lo ponés en palabras se torna más real.
Ya deja de ser una sugestión personal para pasar a ser una
certeza de dos. Pero yo sabía que ella sabía, y ella sabía
que yo sabía que ella sabía. Obvio que no comimos ni tomamos
nada. Dejamos todo así y, lámpara en mano, nos dirigimos a nuestro
aposento. Caminábamos sin ver, había una sucesión de muebles y de
sombras que se dejaban intuir detrás del vidrio repartido de las
puertas. Caminábamos como haciendo pan-queso, de repente, yo me
detengo (pan-queso) y le digo a Agélica: “Esperá un toque”. Me vuelvo hacia
la mesa (pan-queso) y agarro la cuchilla que había para cortar el matambre. “Por
lo menos daremos pelea, caramba”. Pan-queso-pan-queso-pan-queso...
(continuará)
jueves, 13 de septiembre de 2012
El proyecto Blair Witch (I. El viaje)
Existen
muchos momentos compartidos con una amiga. Miles, diría. Sin
embargo, uno que se consagra como prueba de fuego es aventurarse a
emprender un viajecito reparador de fin de semana. De aquí que, hace
un par de años ya, con mi amiga Angélica decidiéramos darnos el
permiso de pasar unos días juntas para, de esa manera, recuperar el
tiempo perdido. Dos días lejos de casa para no pensar en horarios,
para dormir a pata suelta, para tomar mate a más no poder (y por qué
no un vino), para recordar viejas anécdotas y
para –incluso– compartir el silencio. Nos pusimos manos
a la obra: primero elegimos un destino cercano, que no demandara más
de un par de horas de viaje. Triunfó San Pedro. Segundo, revisamos
vía internet cuanto hotel, hostería, hotelucho ofreciera dos días
de relax, pero: ¿en qué radicó el error? En mirar demasiadas
páginas. Al principio optamos por ir al centro, hospedarnos en el
lugar que permitiera ir y venir sin demasiadas complicaciones. Pero,
claro, los alojamientos céntricos perdieron por goleada cuando
abrimos la página de un casco de estancia, en el mismísimo San
Pedro, pero alejadísimo del centro. Era un hospedaje precioso, con
hectáreas de campo para recorrer, lleno de plantas, árboles y
calles de tierra; pero, emplazado en la zona más remota que una
pueda imaginar. Igual, nos encantó: “¿Qué importa que esté
alejado si total vamos a descansar?” “Imaginate estar tomando
mate debajo de esa galería florecida de Santa Rita”. “Pero mirá
ese fueguito en el living... qué acogedor”. Las dos estuvimos
plenamente convencidas de que era el locus amoenus sanpedrense.
Tercero, sacamos los pasajes. Salimos desde Once en una combi que nos
llevaba hasta el centro de San Pedro. Salía a las 20.00. Llegué
tipo 19.35, esperando entusiasmada a Angélica. Y allí mismo, en la
esquina de Pueyrredón y Corrientes comenzaron los primeros tragos
amargos. El transporte de Angélica se atrasó, así que cuando cruzó
Corrientes con la cara totalmente desencajada, comenzamos a correr a
paso fastspeed para llegar a horario a la combi. Eran las 19.52. Con
los pulmones en la mano arribamos, subimos enseguida dado que la
gente ya se había acomodado. Era una combi como ya dije, pero de
esas que no proporcionan espacio alguno entre piso y techo.
Encorvadas cual Nosferatu nos adentramos en la caja de zapatos, no
quedaban las mejores butacas, así que nos acomodamos en los asientos
posicionados exactamente sobre la rueda trasera izquierda. Y aunque
no llevábamos más que una mochila cada una, estuvimos bastante
incómodas. Pues bien, a mirar el lado positivo: no habíamos perdido
el transporte, y además eran casi dos horitas de nada hasta San
Pedro; todo tolerable. El viaje no se pasaba más, las dos horitas se
convirtieron en tres horas y media. Pasadas las 23.30, Angélica y yo
logramos bajar entumecidas y dar con la plaza principal de San Pedro.
Ya estábamos recontra atrasadas, dado que habíamos dicho que
llegábamos a más tardar a las 22. En medio de la plaza, un viernes
de llovizna, sin presencia alguna de vida, con una oscuridad
nebulosa, Angélica llamó a Gerardo (el dueño de la estancia) y le
dijo que estábamos en la plaza aptas para tomar un taxi y llegar
hasta él. Fumábamos desesperadamente antes de tener que meternos en
otro vehículo. En la garita de los taxis solicitamos uno: “¿Hasta
dónde?”, pregunta muy lúcidamente el encargado. Y con Angélica
emitimos: “Hasta La Candelaria”, dado que eran las palabras
mágicas que Gerardo nos había sugerido enunciar (“Digan que
vienen a La Candelaria, nos conocen todos”). El taxista nos miró:
“¿A dónde?”. “A La Candelaria”. “¿Y eso dónde es?”.
“¿Cómo dónde es? Acá en San Pedro, La Candelaria, nos dijeron
así... digan vamos a La Candelaria”. “¿Tienen la dirección?”.
Ahí mismo –cabe
aclarar– ambas
empezamos a sentir un cosquilleo en el cuerpo, pero muy
imperceptible, sin embargo, ninguna manifestó en voz alta dicha
sensación. Angélica: “Nos dijeron que había que ir para el lado
del Sauce Pelado”. Cuando escuché esa oración en voz alta me di
cuenta de lo disparatado de la situación. Sauce Pelado era como
decir Hobbiton, sonaba a joda. "¿A dónde van? Para el lado del
Sauce Pelado". Un mamarracho de explicación la nuestra. El
taxista algo colaboró, le pasamos a Gerardo por teléfono y éste se
encargó de ser su GPS. Ya en camino, nos adentramos por calles de
tierra, oscuridad total, ni la puta luna se veía, pajonales y
pastizales a los lados cubrían totalmente la visual. El taxista: ¿Ya
vinieron por acá? Yo: Nunca. Angélica: En verdad es lejos esta
estancia. Taxista: Sí, está muy apartada, hay que cruzar lo que
eran las vías y hacer un tramo más. Es un camino... Angélica: Un
camino ¿qué? Taxista: Un camino que no se hace mucho. Si les
contara... Claro ahí comenzó el abuso de un taxista de la zona,
hacia dos paparulas que iban a descansar al lugar menos pensado y
conocido. Taxista: Y sí, pasan cosas por acá... Se escuchan
distintas historias acerca del camino. Piensen que por acá no hay
absolutamente nada. Qué amor que sos, taxista... qué bueno que nos
digas todo esto ahora, que no nos queda más que seguir hasta el
lugar y fumárnosla en pipa. Cruzamos vías, pasamos el llamado Sauce
Pelado... era muy Tolkien todo, pero un Tolkien espeluznante y nada
épico.
(continuará...)
martes, 4 de septiembre de 2012
Indiscreciones
¿Qué
motivo conduce a una fémina amiga con novio a dejar la prudencia de lado cuando se trata de la intimidad de una? ¿Qué motor se
enciende? ¿Qué glándula se le modifica? ¿Qué es lo que hace que
una chica amiga nuestra –en
quien confiamos– que está en pareja revele
todas nuestras vivencias contables y no contables a su compañero
vigente? Hay algo que sucede con la mayoría de las mujeres cuando
pasan de vestir santos a zurcir ilusiones y sacarse pesos de encima.
Pasa una cosa rara, algo que tal vez viene con el combo, no sé, pero
de repente un día le conocés al afortunado y en la segunda reunión
ante un comentario totalmente sutil de tu parte él te dice
(provocando una risita en ella): “Y también, vos elegís cada
candidato...”. Epa. ¿Qué te pasó, cachorro? ¿Me estás hablando
a mí? ¿Desde cuándo mi vida personal, compartida con la amiga (no
así con el fulano), está abierta al público para que el gran novio
me la comente? Y otra cosa, nuevo candidato a la panza de casado,
ubicate, hacete el sota. Porque mientras masticás el ojo de bife con
papas noisette a mí no se me ocurriría nunca preguntarte: “¿Ya
encontraste el clítoris de Gaby, o todavía seguís errando?”.
Entendés, papi, cómo es la cuestión, aunque yo sepa que vos no
podés poseerla de parado porque se te cansa la cabeza del fémur, o
que te gusta que te hurguen la baulera con el índice, yo me hago la
boluda, no comento nada, no te hago atragantar la comida con un
comentario que tiene el tono de un filósofo que todo lo sabe. Así
que tal vez puedas ir ahorrándote tus reflexiones acerca de mis
elecciones amorosas, mis conflictos laborales o la relación con mi
madre, porque no te participé a la ceremonia. Por supuesto que son
ellas las que deberían mantener el pico sellado; pensar que, tiempo
atrás, cuando eran solteras, demostraban sensatez y
equilibrio, pero una vez de la mano, como que les agarró el
síndrome “me fusioné contigo”, y pasan a hablar todo en idioma
“nosotros”. Esas chicas, las que ahora dicen cosas como “nos
encantó esa peli”, “fuimos a la casa de los tíos del gordi”,
“no usamos Microsoft, somos Apple”, son las mismas que antes nos
escuchaban y compartían nuestras alegrías, comicidades y garrones,
teniendo bien en claro que era algo nuestro, de amigas.
Ahora que dos son uno, que lo tuyo es mío, que mi vida es tuya, que
no tengo vida que no sea con vos, nada de nada queda vedado en el
seno premarital. Está permitido contar, comentar, reflexionar y
opinar con la impunidad que da la ignorancia. A todos ellos... sigan
participando. A todas ellas... cuando se separen del licenciado en
protocolo, no-me-lla-men.
viernes, 31 de agosto de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
Más negro que amarillo
Día
laboral arduo. El cerebro, latiendo y pidiendo misericordia. Es
tardísimo ya, pero por suerte mis beneméritos empleadores me mandan uno de sus taxis
de siempre para que me acerque a casa. No me puedo quejar. Subo al
auto. Saludo. El tachero responde mi buenas noches y comienza a hacer
comentarios acerca de mis colegas y del trabajo como para entablar
conversación. (Ajá, digo yo). Sí, imaginate que siempre los llevo
a ustedes, gente macanuda. A veces pego viajes largos, otras veces
viajes acá nomás. El tema es que estoy de acá para allá todo el
día yo. (Ah...) Sí, estoy siempre a mil, viste. (Ajá). Y
finalmente revela: Yo tengo a mi mamá postrada. (La puta carajo, me
tocó otra vez el de la madre postrada. ¡Será de Jesús! ¡Me
quiero bajar y correr!) Sí, yo tengo una mamá postrada, viste. Ah,
sí... vos ya me llevaste, comento como para enterarlo de que ya sé
todo el speech. Sí, pobre y bueh, así postrada y todo ella te mira
y entiende. Es así viste. Qué le voy a hacer. Ahora se le escaldó
la parte baja de la espalda. (Mmm). Y yo no puedo dejar de laburar
viste. Durante el día se queda con una enfermera. Después está mi
mujer y los chicos. Qué se le va a hacer. (Ajá). Ahora justo yo me
tuve que hacer una sigmoidoscopia. Unos análisis complicados viste.
(Ah, mirá). Tengo hemorroides. Lógico, todo el día acá subido y
sentado. Pero bueno, si me tengo que operar me operaré. El tema es
mamá. El médico me dijo que es como un mes de postoperatorio. Yo no
puedo largar el laburo tanto tiempo. Así que no sé. (Y sí, es un
tema...) No anda nada bien el laburo viste. El país anda para atrás.
Ni vacaciones voy a tener este verano. Los chicos me dicen, papi papi
dónde nos vamos a ir. Yo ya les dije que no se hagan ilusiones. No
puedo largar el taxi tanto tiempo. Si fuera por riesgo de vida, obvio
que me opero... pero si no. Ya les dije, que se vayan ellos con la
madre en enero. Aparte qué hago con mamá. Está postrada. Y te mira
y entiende todo. No habla viste. (Mmm) Porque primero se quebró la
cadera y después le dio un ACV. Así que, se irán ellos viste y yo
seguiré laburando. Hace como seis años que no me tomo vacaciones.
Pero, nada de operarme. Yo le dije al médico. Un capo el tipo.
Conocido mío, y todo. Tres días puedo hacer reposo, pero no puedo
estar una semana con el taxi parado. Vivo de esto yo, entendés.
(Ajá) Ahora cumple años mi vieja viste. Estamos organizando una
cosita de nada. Algo para ponerla contenta viste. (Y sí...) Porque
ella entiende todo. Te cabecea y abre los ojos. Como si quisiera
comunicarse. Con mi mujer estamos organizando viste. El tema es que
mi familia me dio la espalda. Sí, me dejaron solo viste. (Uy, mirá
vos...) Dicen que no la pueden ver así, que qué sé yo. A mi
hermana no la puedo perdonar viste. Es duro, porque es tu sangre. Tu
familia. Yo le dije, Mónica, pasate aunque sea a tomar un mate. Pero
nada, che. Dice que le hace mal verla así. Y yo estoy solo para
todo. Para más la otra vuelta subió una viejita con esos andadores,
viste. Los andadores esos de dos patas con rueditas, viste. (Sí,
sí...) Me acerco para ayudarla a subir y hace un movimiento con ese
aparato y me pega un golpazo en la cara que me vuela dos dientes.
Mirá. Ves. Los dos de adelante. ¿Sabés cuánto me sale el arreglo?
Casi mil pesos. Decí que me lo cubre la ART. (Uy, mirá vos...) ¿En
qué salida bajamos? ¿En esta de acá? No, no... pasando 200 metros.
En aquella del cartel. Ah, sí... yo te llevé ya un par de veces.
Sí, puede ser... Bue, en fin así es viste. Ahora voy a ver si llego
a casa para la medicación del más chiquito. Un susto el otro día.
Se descompensó y le hicieron un recuento de plaquetas. Casi se va
para el otro lado. ¿Ahora para dónde giro? A la izquierda (Y
acelerá de lleno al paredón, por favor) Ahora a la derecha y es en
la próxima esquina, donde está el cartel. Bueno, qué se le va a
hacer... hay que seguir tirando. (Y sí... no hay otra) Bueno,
gracias por escucharme... hace bien a veces charlar con alguien. Me
bajo, casi huyendo, y se me va escribiendo la frase que todos los
tacheros osan decir. La que reza que son los grandes psicólogos de
todos sus pasajeros. En fin... no pego una.
lunes, 27 de agosto de 2012
Artefacto

sábado, 25 de agosto de 2012
Complicidades
(único acto/sms)
Ella: Oscar, ¿fuiste a sacarme el turno con la podóloga?
Él: Fui temprano a la obra social y cuando llegué a la ventanilla me di cuenta de que me había olvidado la orden, Marga.
Ella: Serás boludo, Oscar. Puede ser posible. Hoy a la mañana te dije que no te olvides toda la papeleta que te había dejado en la mesa de luz. Eso es porque no me escuchás, Oscar.
Él: Sabés que estoy dormido a la mañana, y vos no parás de hablar un minuto. No funciono a gran velocidad, Marga.
Ella: ¡A ver si es cierto! El señor se olvida las cosas y ahora la culpa es mía. Terminala, querés. ¿Qué hago ahora yo con los juanetes?
Él: El vecino del 4to. me dijo que al lado de la carnicería hay un curandero que es bueno. Por qué no probás. Capaz... te sirve.
Ella: ¿Vos me ves cara de Umbanda a mí, Oscar? ¿Me estás cargando?
Él: No empieces, Marga, es un juanete, nada más. ¿Qué tendría que decir yo? ¿Eh?
Ella: Vos preocupate por el colesterol ese que tenés, que no lo bajás nunca.
Él: Eso es por la fritanga que me preparás a la noche, Marga. Hoy ya me estoy muriendo.
Ella: Serás caradura. A vos el colesterol te aumenta por el vermú que te tomás con tus amigos mientras juegan al dominó. ¡Será de Dios!
Él: Bueno, Marga, el médico me recomendó que hiciera alguna actividad.
Ella: Terminala, Oscar, querés. Todo el santo día igual.
Él: Che, Marga...
Ella: ¿Qué pasa?
Él: Me gustás... ¿Lo sabías?
Ella: Sí, lo sabía.
Él: Beso, Marga.
Ella: Beso, Oscar.
martes, 21 de agosto de 2012
Que sepa abrir la puerta...
A veces nos olvidamos de jugar. Y es lógico porque no siempre encontramos con quién. Es difícil a partir de determinada edad toparse con una persona que nos siga el juego, que esté dispuesta a ser cómplice. Es complicado porque una ya perdió un poco la costumbre, porque se guarda más, se reserva, se acartona. La oportunidad de juego se escapa, se desdibuja, se hace cada vez menos posible. Sin embargo, a veces la vida nos guiña el ojo y nos regala la posibilidad de dar con aquel sujeto que sin explicación mediante entiende el mecanismo de todo. Comprende de qué se trata, y de repente sin miramientos, sin especular, sin tener que leer las instrucciones, se entrega al placer lúdico de compartir ese espacio que el mundo adulto se fuerza por quitarnos.
sábado, 18 de agosto de 2012
jueves, 16 de agosto de 2012
Presagio prêt-à-porter
Él
luce unos chupines de jean, un poco gastados (sólo un poco), remera
rayada de diseño levemente inclinada hacia un hombro, y una
camperita tipo canguro que tiene la medida exacta para dejar entrever
el cinto con tachas. En la mano lleva una bolsa de tela floreada con
carpetas en su interior. Zapatillas rojas y un peinado desmechadé;
cierran la estampa unos lentes con marco rojo, muy anchos y grandotes
(que por supuesto dialogan con las zapas). Luego la cruzo a ella,
pantalón de esos cagados, estilo de trabajo Ombú, camisa escocesa,
debajo remera amarilla inconseguible, arriba de todo eso, campera de
cuero bordó re top, zapas ramoneras ultracaras, bandolera de cuero de color
verde estridente, peinado despeinado que le llevó 5 horas lograr,
lleno de invisibles, uñas de color flúo, y una bufanda de 15
kilómetros; también usa lentes con marco carey, cuadrados y como
para el tamaño de la cabeza de Hulk. Después viene hacia mí,
caminando, un muchacho reloco, pantalón a cuadritos verdes y
violetas, camisa de jean, arriba saco de lanita marrón caca, pañuelo
con lunares negros, y una mochi de esas estilo skater. Obvio que usa
lentes, y un reloj amarillo de plástico re grandote, y pisa unas
alpargatas cuadriculadas blancas y negras. El pelo, con un corte muy
moderno. Ante tamaña visión, ya me doy cuenta de lo que vendrá. ¿Dónde estoy señores? ¿Saben dónde? Próxima a pasar
por una sede de la UP. Y no me refiero a la unión peronista, no.
Ahora, bien. ¿Se dan cuenta de que hay gente que gasta una hora
cuarenta en arreglarse con dedicación para aparentar que no le da ni
cinco de importancia a la estética? Loco, ¿no?
lunes, 13 de agosto de 2012
Relecturas
Hoy
me tocó encontrarte por la calle. Fue hoy, no otro día. Recién hoy
y después de tanto tiempo. Y claro, parece que la vida se encarga de
hacerlo en el momento preciso, en el instante exacto. Ni antes, ni
después. No sé si fue bueno o malo. Creo que fue la nada. Caí en
la cuenta de que el recuerdo hace trampa, y que el paso del tiempo le
juega muy a favor. Juntos pintan las situaciones pasadas de colores
gratos, cuando tal vez son sólo simples postales en blanco y negro.
La distancia cura lo que en su momento fue insoportable de digerir, y
vos en esos flashes parecés inofensivo. Pensar que me quedé con
tantas cosas que decirte, con todo por decir, porque nunca te dije
nada en realidad. Ese silencio vino más tarde a cobrar intereses, y
costó bastante pero la deuda quedó saldada. Claro que nunca pudiste
enterarte. Y resulta que hoy te vi, y me dijiste que yo no había
cambiado nada, que me mantenía igual y me preguntaste qué era de mi
vida. Y yo te miré, y fue llamativo advertir que no teníamos nada
en común, y por primera vez vi claramente que nunca lo habíamos
tenido. Y volviste a decir que era increíble que yo no había
cambiado para nada. Y yo sólo atiné a confirmar cuánto te estabas
equivocando. Ahí mismo, cuando me di vuelta para seguir mi camino, sonó en mi mente la canción exacta.
Te
extraño en las tardes
quizás
no es amor
lo
que me hace buscarte.
Las
decisiones
siempre
llegan tarde,
jamás
encajan.
Viajando
en la luz,
te
quiero abrazar,
un
beso perfecto,
envuelto
en los sueños
de
inútiles noches.
Confusos
recuerdos,
colores
santos.
Quizás
no es amor.
Yo
sé muy bien
jamás
me entendiste
y
no lo pretendo.
Dulce
es este viento
sopla
en mi corazón,
arrastra
olvidos
y
no regresan.
Quizás
no es amor.
Cambiar
las palabras
mejor
no jurar
promesas
erradas.
Cambiar
las palabras,
quizás
no es amor.
Colores
santos…
(clic en el título para escuchar)
miércoles, 8 de agosto de 2012
Día que no
Cuando ya se amanece atravesada, es mejor darse vuelta y atrincherarse entre sábanas. Viste esos días en los que no, que mejor no, que mejor lo dejamos ahí. Así, hoy. El gris de la jornada no ayudaba mucho, la llovizna menos y mi pesadez mental restaba toda posibilidad de triunfo. Tratar de acomodarme los pelos era una necedad por mi parte, la humedad ganaba por robo. La ropa se sentía en el cuerpo como si fuera de cartón corrugado. Me molestaba la sisa, las medias, el talón derecho, el cuello y el estómago. Cuando salí a la calle me di cuenta de que tenía una violencia contenida y de que el primer energúmeno que se atreviera a mirarme iba a pagar el precio de mi irracionalidad. (Aclaro: no estoy ovulando ni ovárica ni nada) Era esa sensación de que te tira el cuerpo, de que de repente vas a estallar. Creo que la palabra es fastidio. Estaba fastidiada. El viaje en colectivo fue bastante tolerable, pero me molestaba todo lo que tuviera que ver conmigo: ropa, bolso, pelo, uña, ojos, cervicales. Encima esa humedad detestable que se te frota y frota. Bien, se me sienta al lado un señor importante en tamaño, despliega el diario y me clava su codo en mi brazo. Y encima me mira como diciendo: “Mirá que ocupás espacio, ¿eh?”. Como yo sabía que era un día de culo fruncido, le puse onda, respiré y seguí con la tirantez de columna vertebral. Bajo del colectivo. Espero mi paso ante el semáforo, y cuando éste se coloca en rojo un colectivo que tenía que frenar se estacionó sobre la línea peatonal. La horda de autómatas cruzó como pudo, haciendo de jamón del sándwich que (para ese entonces) formaban el 41 que se había adelantado y el 61 que estaba levantando gente en una parada. Cruzo, levanto mochila sobre la cabeza, y me abro paso entre el pasillo que dejaban los bondis. Ahí me latió el ojo y sin pensarlo me acerqué al siome que había estacionado donde yo debía cruzar, le golpeé la puerta, me miró y ejecuté una performance para hipoacúsicos: índice que lo señala (“vos”), índice y mayor en V señalando mis ojos (“mirá bien”), gesto con la manito abierta (como pidiendo un cortado pero hacia abajo) en vaivén (“dónde estacionás”) y en voz alta: “¡¡¡La puta que te parió!!!”. Desde ese momento supe que mi misión en el día era marcarle a la gente de mierda lo mal que hace las cosas. Sigo caminando, espero para cruzar otra avenida. Semáforo en rojo para los autos. Estoy cruzando y un tachero me tira el taxi encima dado que calculaba que se iba a poner en amarillo pronto y eso le daba derecho a adelantarse. Freno, le golpeo el capó tres veces con la mano abierta, y le planto: “Sos tarado o te hacés”, señalándole el semáforo. En ambos casos, enrostré mi veneno y ni me preocupé en esperar lo que tuvieran para decir. Pasé el día laboral avisando que no estaba en mi eje. Al salir, me paro en la cola del transporte público de pasajeros. Pasan tres bondis, no paran. Uno de ellos no iba lleno. Veo que viene otro, y al mismo tiempo se acerca un vendedor de Hecho en B.A., revista que suelo comprar, sin embargo,no tenía ganas de sacar la billetera, no tenía mucho dinero, y encima la tapa era con Estelares, banda prescindible si las hay. El bondi se acerca, el pibe rasta también: “Hola, doña, perdone que le interrumpa lo que escucha, me compra una revista... 7 pesito nomá”, le oigo la oferta, el aliento y el olor a pelo sucio. Como me percato de mi día, sonrío y le digo: “No gracias... te agradezco”, si está todo bien con el pibe. Pero ete aquí que a él se le ocurre emitir: “Por qué se ríe, nosotros necesitamos comer, no se ría”. Upa la lá. ¿Sabés qué rasta? El speech lastimero de “queremos la copa de leche”, hoy lo tendrías que haber obviado. A lo cual yo, instantáneamente: “No me estoy riendo, trataba de ser amable, ahora tomatelá, rajá porque no te voy a comprar un carajo de nada”. Bien. Subo al bondi y, milagrosamente, todos los asientos estaban libres para mí. Me senté en el lugar que más me gustó, y caí en la cuenta de que hay veces en las que una puede ser recompensada sin tener que agachar la cabeza ni poner la otra mejilla.
viernes, 27 de julio de 2012
Y Dios dijo a Eva
La
lucha contra el estado ovárico es una batalla perdida. Estoy
ovárica, sí, ¿y? No me digan, no quiero que me digan que no son
los ovarios sino el cuello del útero porque me da exactamente igual,
sea lo que fuere me cansa de manera sobrenatural. Y lo peor, lo peor
es darse cuenta de que ante el desgano, el instinto suicida y la
congoja que empieza a tomar todo el tórax, una no puede hacer nada.
Es así, el periodo se avecina y debo afrontar estoicamente esta
ánima fofa que insiste en enterrarme en los suburbios de la
feminidad. Estoy mirando una película re pedorra, él la mira y le
dice: “Crucé
océanos para encontrarte”,
y ¡zas! se asoma la lágrima preciclo. Me voy a dormir a la noche,
apoyo la cabeza en la almohada y me sobreviene una angustia que
empieza a pucherear, luego la lágrima loca rueda en la sábana y ya
abro las compuertas y me arrojo al llanto más falto de motivo que
existe. Pienso en la monotonía de mi vida: llanto. Veo un perro
dormir en la puerta de un cajero: llanto. Pasa una vieja con andador:
llanto. Se rompe la persiana hija de mil putas: llanto. La gata me
tira un zarpazo y me hace fu: llanto. Quiero sacar el frasco de
berenjenas en escabeche que está al fondo de la heladera y se
estrella contra el piso: llanto. Se me va un 132, corro al que viene
atrás y que acaba de estacionar, corro corro corro, arranca
despacio, corro, me agarro del pasamanos, arranca fuerte y me cierra
la puerta en las mismísimas narices: llanto. Pensar que hace tiempo
atrás esto no me pasaba, el ciclo venía, se quedaba unos días, se
retiraba y eso era todo. En fin... sea ultrafina, con alas, normal,
súper o nocturna, voy pateando mi salud anímica hasta que la
naturaleza lo decida.
domingo, 22 de julio de 2012
viernes, 20 de julio de 2012
lunes, 16 de julio de 2012
viernes, 13 de julio de 2012
Tres pelos
Hace unas semanas fuimos con mi amiga, la chica dada que te toca
y te estremece, a ver una banda musical muy simpática. El lugar,
desprolijo adrede, era uno de esos bares que se arman con una
estética casual, de rejunte, con onda así-nomás. Una vez ubicadas
y provistas de víveres para sobrellevar la velada, advierto mientras
conversamos que no puedo sacar mis ojos de los muchachos presentes
(estética casual, de rejunte, con onda así-nomás). Miro a los
sentados, a los parados, a los acodados, a los apoyados, y no doy
abasto. Por supuesto que me pregunto qué es lo que está ocurriendo,
porque una cosa es mirar a un sujeto específico y otra muy distinta
es esta orgía ocular a la que me encuentro entregada. Primero creo
que estoy más necesitada de lo que me parecía. Pero no es eso. Me
cuestan varios minutos, hasta que por fin doy con el motivo: las
barbas. Ahí está. Es eso. Sólo y tanto como eso. Hay muchos
hombres barbados. Es así como me percato de que hacía mucho mucho
no veía barbas, así todas juntas. Esto es lo que le explico a la
chica dada que te toca y te estremece. La barba. Presencia atractiva
si las hay. Las barbas son una especie en extinción, con muy mala
prensa. Blanco de comentarios desagradables por parte de muchas
damas, del estilo: “¡Qué asco! Comen y se les pegan todos
los fideos”, “¡Ay, no! ¿Barba? Uácala... lo besás y te
pincha toda”. Sin embargo, para mí son un agregado exquisito en el
sexo masculino. Me refiero a las barbas posta, no a ese grisáceo que
abunda hoy día, o chivita, o candado, o barba de tres días, o
recortada con una prolijidad obsesiva, que no están mal pero no son
lo mismo. Hablo de la barba, ésa, así, crecida, abundante,
desprolija sin ser guaranga. Esa barba. Recuerdo que de chica miraba
embelesada a primos, tíos o amigos de padre, altos, grandes y
barbados. Era increíble. Luego de adolescente ya no me maravillaba,
sino que me enamoraba automáticamente de aquellos que tuvieran
barba. Primero, la barba y después vemos. De hecho tengo varias
barbas en mi vida amorosa, aunque la mayoría de sus portadores nunca
se haya enterado de ello. Una de las tantas perteneció a uno de mis
primeros amores (no correspondido por supuesto, sí enterado), él no
era nada lindo pero yo estaba perdida. El día que decidió dejarse
crecer la barba para mí fue sublime, pese a que le quedara espantosa
y asentara más su ridiculez tan falta de glamour. Nunca voy a
olvidar la tarde en que me eligió a mí para que lo ayudara a
afeitarse, fue como llevar la antorcha olímpica; un momento de
sentimientos encontrados: alegre porque era yo y no otra, triste
porque se desharía de su bien tan preciado por mí. Más grande ya,
se me presenta en la memoria el chico de pelo largo y barba a quien
por mucho tiempo le desconocí el nombre. Meses embobada, mirándolo,
charlándole, sabiéndole por fin el nombre suyo y el de su novia.
Pero nada importaba, tenía barba (y pelo largo, y novia); hasta que,
claro, llego una mañana, lo veo y reparo en la fatalidad absoluta:
se había afeitado y cortado el pelo. Sí, se había mutilado de una
manera extrema por un solo motivo: “A mi novia no le gusta”.
Dios le da pan... Tuve revancha después, porque hicimos una linda
historia de amor juntos, pero la barba nunca estuvo presente; y eso
que yo sí le hubiera hecho honor. Hace poco también encontré una
barba en el joven con quien nos entendimos desde el minuto uno, y al verlo así barbado me pudo para siempre. Las barbas.
Las barbas dicen mucho de quien las lleva. Las barbas marcan una
personalidad inquietante. Las barbas ocultan un secreto agradable.
Las barbas... Hoy las reivindico. Hoy las recuerdo. Hoy pido que
sigan creciendo. Que se animen a pesar de la ignorancia femenina que
las rechaza. Las barbas. Aunque escapen, aunque tengan otra dueña y
se me hagan las difíciles, seguiré esperando ir a su encuentro,
porque como dije hace muchos años ya: la barba... la barba no se
discute.
martes, 10 de julio de 2012
Cuestión de actitud
Cansada de escuchar que
soy complicada, que soy muy selectiva, que soy rara, que tengo mucho
carácter, que nada me viene bien, aquí un pequeñísimo ejemplo de
cómo algunos sí entendieron todo:
Yo: Bueno, llamame un
taxi que ya es re tarde.
Él: ¿Eh? No molestes.
(Apaga la luz y me abraza) Dale, ponete a dormir.
jueves, 5 de julio de 2012
El caso Dora
Hace
unos años que trabaja en el mismo lugar que una. Nadie pero nadie
repara en él. No asiste a las reuniones para tomar café o ir al
kiosco. No comunica mucho de sí mismo. Sólo se limita a un “sí,
claro” o a una sonrisa condescendiente, pero no más que eso. Bien.
Un día coincidimos los dos en la parada de colectivo y se entabla
una pequeña charla, nada que derrame gran sabiduría, pero un
intercambio de palabras al fin. No estuvo mal. Entonces eso es todo
lo que le basta, sólo fue necesario vernos hablar al día siguiente
o hacernos un chiste de complicidad para que la compañerita nuestra
de cada día, esa que nunca puede ser menos, esa que a los 76 años
va a seguir izándose las gomas hasta la pera (sin reparar que su
añeja juventud está claramente escrita en las arrugas de su escote,
por más andamios que use para levantar lo inevitable), se precipite
a la caza del gavilán en exhibición. Será posible, che, ¿puede
ser que existan minas así? Ella les hace asco a todos, pero
igualmente les despliega su cola de pavo real y les pestañetea los
párpados; es más, meses atrás se sentía explícitamente fastidiada por este
sujeto en particular. Sin embargo, ahora, algo había cambiado: otra
muchacha había hecho contacto con el susodicho, otra señorita había
descubierto en el Jorobado de Notre Dame un codiciado Brad Pitt en
potencia. No sólo nos vio hablar, sino que nos cruzó mientras
intercambiábamos celulares. A partir de ese día, la bebotona
freudiana le buscó conversación, le preguntó ciertos datos
irrelevantes y, por supuesto, tejió la mejor de las excusas para
pedirle su número telefónico; todo en mi presencia, porque –lógico–
es lo único que valida su superioridad femenina: que yo esté
presente.
En la definición de patetismo seguramente aparece tu foto, encanto.
Sos tan obvia, tan plásticamente articulada, que dan ganas de
comprarte una casita y un Ken. Si me quedaba alguna duda acerca de tu
euforia uterina, esto acaba de sellar la confirmación. Ahora ya
entiendo tus sonrisitas orgásmicas ante el ente masculino, tu
taconeo frenético y tus ropas tres talles menores by Cris Morena;
como también tu pose “ay soy un desastre en esto, no entiendo
nada” mientras se te dibujan esos pucherones tan pateables.
Asimismo comprendí la esencia de este ejemplar de mujer
histeria: su meta no es salir con el colega, dado que no le tocaría
ni el ojo; sólo necesita desviar la atención del jovencito cada vez
que esté presente la fémina potencialmente peligrosa, engrosando
así su voraz e inseguro narcisismo. Entre nos, si llego alguna vez a
eso (o por lo menos a levantarme la mampostería hasta el ganglio),
propínenme unos buenos azotes en las asentaderas.
sábado, 30 de junio de 2012
Rojo
Creo que voy a dejar de escribir para darles la palabra a aquellos que se expresan de manera tan preciosa y exacta...
Hace tiempo atrás. Lucas Martí
(clic en el título)
Hace tiempo atrás, no quisieras ver toda esa maldad esparciéndose, rojo en las ventanas, rojo del dolor, quién iba a esperar entre tanto el rojo de un amor. No fue en libertad que me sacudió ese amor rapaz que me desveló, cada acción en grupo cada día en vos, no sé si luché si recuerdo que ganó el amor. Recuerdo el puente donde te vi fumar, ya no existe más. Aquel espacio que nos prestó un lugar ya no existe más. Ya ni preguntes por tu amor, todo pudo más que yo, mi alma y mi historia esperan más de un cuerpo, es que creo acordarme la misión, ocultar información, fuimos tan buenos que oculté hasta el sueño de estar unidos. Ya no hay rendición, nueva posición, lo excluido escapa a los dos, puedo ver de nuevo, estar a tiempo, entramos por los puertos del Demonio. Seguí creyendo en esto como un tonto, llegué a matar a otros y olvidarlos. La guerra fue tortura y salvación. Quiero navegar solos vos y yo, sin querer quemar, sin querer traición, cada beso tuyo, mi respiración, no sé si maté si recuerdo que mataste vos. Todo no recuerdo, si recuerdo que mataste vos, poco lo recuerdo, si recuerdo que mataste vos.
miércoles, 27 de junio de 2012
Parada, chofer
Muchas
son las maneras que uno tiene de clasificar a la gente, lo revelador
es encontrar una nueva. Hoy descubrí algo interesante al respecto:
teniendo en cuenta a todas las personas existentes pueden trazarse
dos patrones relacionados con el transporte público. Existen
quienes, al subir a un colectivo, subte o tren vacíos y a pesar de
que su trayecto implique pocas cuadras o estaciones, ocupan un
asiento sin más consideraciones. Se sientan, se apropian de su lugar
sin importar que ese estado dure cinco minutos. Hay otros que en la
misma situación permanecemos de pie y cedemos las butacas a quienes
emprendan recorridos más prolongados, con la errada idea de “para
qué si ya me bajo”. Y aquí viene el hallazgo: los primeros son
los que entendieron el mundo al dedillo y quienes están destinados a
la felicidad; los segundos aún estamos intentando poder –algún
día–
dar el paso sin importar lo que dure el viaje.
lunes, 25 de junio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
Arriando velas
Hoy
te voy a hablar a vos, ser inconveniente, a quien creí extinto,
quien pensé había madurado, a vos que te he cruzado por la vida y
que me has arruinado más de una noche, ya sea en el mismo envase, ya
sea en uno distinto. No te vengo a hablar porque hayas retornado a mi
existencia, no; me pronuncio ante tu persona porque has regresado en
forma de frustración al umbral de la puerta de una querida amiga,
completamente inocente frente a especies como la tuya. Ejemplares que
en una despiertan compasión, pero que con el tiempo demuestran ser
un fraude. Hoy te lo voy a decir, para reivindicar mis noches para el
olvido, y tal vez las de tantas congéneres que cayeron en tu burda
melancolía asexuada. Te hablo a vos, lumpen del erotismo, a vos que
conquistás a una damisela, la chamullás desde la ternura, le vendés
el disfraz de soy-un-ser-sexuado, te la das de te-voy-a-poner-a-gozal
y aceptás unirte en cópula con ella. Claro que hasta aquí no hay
nada indecoroso, lo descarado de tu parte aparece entre las sábanas,
una vez llegado el momento de concretar el accionar anatómico, luego
del juego previo, ahí desplegás tu costado más vergonzoso que
consiste en poner cara de compungido y evidenciar la obviedad, hacer
explícito lo que la señorita ya advirtió: tu mástil sentimental, apenas rozó estribor, abandonó su enhiesta rigidez y no hay drizas ni jarcias que icen el velamen; al instante soltás: “Perdón, no puedo... es
que... estem... mmm... nada... viste... ehm...”. La damisela, así
en bolas como está y ante tamaña situación, te regala frases de
contención que salven el naufragio, hasta que vos expresás: “Sí, perdón... lo que pasa
es que... me acordé de mi ex novia... todavía no puedo superarlo”. (Glu, glu, glu, glu)
Acá voy a aclarar algo, no necesito explicar (aunque voy a hacerlo)
que entiendo que a cualquier hombre puede sucederle algo así, digo,
verse impedido de erección, lo entiendo y no me espanta. Puedo creer
en que un ser pensante tenga un coágulo amoroso que le impida
concretar un acto. Sin embargo, sepan que hay una partida de
muchachos que toma esa actitud como pilar para la vida, que busca superar su fracaso conyugal en la cama de alguna muchacha. Entonces,
a vos te digo, exterminador de libidos, si no estás en condiciones de
tener encuentros sexuales con una, guardate bajo llave. Si el glande
no está para fiestas, dale unas vacaciones. No podés ir por la vida
haciendo fallida la vida sexual de las féminas. Hay veces en que las
chicas queremos fornicar y ya, nada más que eso, garchar y no
abrazarnos mientras vos suspirás por la otra y nos acariciás el
pelo. Fijate, no sé... tomate un tiempo, salí de putas, hacé
karaoke con tus amigos, cascate la chaucha sin piedad, andá al
psicólogo, leé a Osho, erotizate con Milla Jovovich, hacete un tatuaje, cambiá el auto, andá a ver el carnaval de Gualeguaychu, pero no vengas
a hacer flácidas las noches de aquellas que ya sabemos que Papá
Noel son los padres. ¿Dale?
lunes, 18 de junio de 2012
Anotatelón
El
pantalón jogging en hombres es una obscenidad,
y si es
gris (perla o topo) redobla la apuesta.
martes, 12 de junio de 2012
Es el peor tiempo perdido...

viernes, 8 de junio de 2012
Los hombres de mi vida III
Día:
sábado.
Hora:
11 hs.
Desafío:
instalar apropiadamente el lavarropas.
Obstáculo:
el ferrete del horror.
He
pasado muchos años con un sistema de conexión de lavarropas
extremadamente precario, dado que en la cocina donde estaba el sector
lavado no había rejilla interna de desagüe. La manguera de carga de
agua cruzaba todo el ambiente hasta la bacha, así como la de
desagote. Cada vez que había que lavar, era la misma historia: saco
manguera, conecto canilla, saco la de desagote, la trabo para que no
caiga al suelo y escupa toda el agua jabonosa por el piso (me ha
pasado más de una vez llegar y encontrar al gato arriba de un
escalón, sacudiendo su pata trasera con cara de “me
parece que el lavarropas descargó feo”),
lavo, saco mangueras e insulto. Pues bien, una vez mudada, observo en el lavadero un orificio en la pared que sirve exclusivamente para
depositar la manguera de desagote, y lo más excitante aún es que
existe una canilla just for de lavarrop. Increíble, la vida me sonríe (lo que es el primer mundo). No voy a empañar la anécdota
feliz con que el orificio estaba obstruido y vino el encargado a
hacer lo suyo, porque es totalmente secundario. Acá el tema no es el
encargado, acá la vedette
es otro sujeto. ¿Qué reflexiono? Si tengo un lavadero tan bien
provisto, lo menos que puedo hacer es una conexión deluxe,
y si algo aprendí de mamá y su devoción por las máquinas
lavadoras es que la manguera de desagote debe extenderse 60 cm aprox.
en posición vertical antes de meterse en el canal encargado de
llevarse el agua de descarte. Bien, tomo medidas del caño a
utilizar, del diámetro del orificio, calculo los elementos
necesarios y me dirijo a la ferretería más cercana con el fin de
abastecerme. Es allí donde reside uno de los enemigos más
despreciables del género femenino, un titán que no se deja doblegar
tan fácilmente, una especie de ente corrosivo: el Ferrete del
Horror. Entro al negocio y ya me atiende con cara de
ésta-me-va-a-pedir-un-pituto-para-hacer-découpage,
prejuzgando y viéndome como una precámbrica inepta que nunca cambió
una bombita de luz. “Buen
día”, digo yo, así
tan simpática. “Hola,
¿qué necesitás?”
(Tres kilos de papas, imbécil). “Estoy
buscando un caño de PVC de 60 cm”
(tomá, culo empastado, no tuviste que preguntarme “de cuál”,
haciendo notar la obviedad de que no todos los caños son iguales, si
no fijate tu hijo menor). San tornillo raya al medio me trae el caño
cortado. “Algo más”,
pregunta macho alfa. “Sí,
un codo de 3 mm de diámetro”
(duele, ¿eh?, fisher de mazapán, te molesta tanta precisión en
polleras). Y ahí mismo, como no puede con su genio de perno
aceitado, como no tolera que una señorita sepa de qué la va un
oring de agua o un precinto de seguridad, el muy turro manda: "¿Para
qué es el codo?"
(Para sentarme encima y practicar Tantra, tá que te re-tiró; ¡qué
carajo te importa para qué es!). “Para
la conexión de desagüe del lavarropas”,
explico sonriente sin perder la calma. Cabeza de biela comienza a
experimentar un tic en el párpado y, desalentándome, manifiesta: “Y
para qué vas a usar todo esto, meté la manguera directamente en la
rejilla”.
Replico: “El
tema es que se recomienda que esté vertical, entonces necesito el
codo para poder afirmarlo en el orificio de la pared”.
Así comienza la guerra con el ferrete, él desgarrándose de a poco
por la sapiencia femenina en un área puramente masculina; yo, con mi
mejor sonrisa de cómo-te-la-estoy-mandando-a-guardar, sin
retroceder ni un milímetro. Filtro oxidado, echando espuma por la
boca, redobla la furia: “Bue,
vas a hacer todo eso y no es necesario, ¿estás segura de que son 3
mm?”. “Sí, estoy segura. Lo medí con un... (y
le disparo con munición pesada)
¡calibre!” (con
el mismo que te debés medir las pelotas que te cuelgan de la
bisagra). Lija al agua está que explota me explota me expló. Acto
seguido, cual yegua herida, mete todo en una bolsa, y arroja la frase
matadora: “Y
todo esto ¿con qué lo vas a pegar?”;
todavía no se convence, no se deja domeñar, no cede. Y yo, airosa,
aún sonriente, con jazmines en el pelo y rosas en la cara, le doy la
estocada final: “Tengo
sellador de silicona en casa, gracias”. Arandela
de goma cae vencido, su hígado se retuerce ante la impudicia de la
fémina que entiende lo que va a hacer a una ferretería; se ahoga en
su propia ponzoña generada por todo aquello que no tenga pantalón
Ombú, manos engrasadas y raya de upite al aire, queda noqueado sin
entender el descaro que acabo de tener ante él, justo él que es la
eminencia del bulón. Luego de pagar, salgo bolsa en mano, jurando no
volver a pisar ese antro infernal, y convencida de una cosa: vos
podrás tener el taladro macho más pulenta de la cuadra, con doble
percutor untado en gel íntimo, pero yo... yo, clavo con bucles, soy
una tenaza hembra muy difícil de enroscar.
martes, 5 de junio de 2012
The Babel torre o La tower Babel
Tras
una seguidilla de malentendidos, explicaciones inútiles y pulsión
asesina cual personaje de Michael Douglas en Un
día de furia,
he decidido hacer voto de silencio. Me pronuncio ausente de ciertas
situaciones de diálogo, y me limito a manifestar un “aha”,
“mmh”, “mirá vos”, “sí, claro”, como una siome que está
coreando al rapero de moda. Pero no tengo otra opción: comunicarse
en estos tiempos modernos es una tarea casi titánica. No hay manera
de entenderse con el prójimo; estamos atravesando lo que se llamaría
crisis entre alocutor y alocutario. Es así que, gracias a mi nuevo
mutismo, puedo apreciar cómo dos o más personas están hablando de
lo mismo y no logran ponerse de acuerdo, ni siquiera se enteran de
las ideas del otro, simplemente, porque no se escuchan. Están más
atentas a su opinión, que a oír lo que el otro tiene para decir y
responder en consecuencia. Lamento reconocerme un poco así, tiempo
atrás, cuando sí opinaba y cuando sí intervenía en tertulias que
creía interesantes.
No hace mucho se presentó una escena laboral
donde alguien estaba contando algo que nos incumbía a todos
(llamémosla persona A), y otro sujeto que estaba “escuchando”
interrumpió, enunciando una frase de disconformidad con un tono muy
poco amable (persona B); ahí advertí que la persona B tenía un
preconcepto armado acerca del tema desarrollado por persona A, con lo
cual sin permitir la finalización del discurso de A y, por ende, sin
saber la conclusión de A, a la persona B le saltó la térmica y
comenzó a enmarañarse en una respuesta que expresó diferencias,
bronca, saturación, negligencia y no sé cuántas negativas más. El
resultado: esa interrupción fue ramificando justificaciones
aclaratorias a partir de la intervención de B, sin dejar en claro lo
expuesto por A, y alejándonos cada vez más del asunto que a todos
competía que era el relato de apertura de A. O sea, B con su opinión
anticipada, con su ira masticada vaya a saber uno por qué, y sus
ganas locas de discutir y manifestar odio, forzó el discurso de A
para el lado que más le convino, y allí explotó el globo. Si A no
hubiera sido embestida por B, A habría terminado su exposición, B
habría comprendido, habría podido manifestar su opinión y
habríamos llegado a una conclusión más coherente. Escena:
A:
–(Tono
explicativo)
Ayer tuvimos una reunión con el vendedor de huevos y ofreció
vendernos cada maple a $ 35, con la condición de que compremos
durante todo el segundo semestre. Nosotros dijimos que nos parecía
un precio razonable, siempre y cuando mantuviera fijo el monto. Y
ahí, el señor Vázquez nos respondió que si los huevos aumentaban
no podía prometernos un congelamiento de precios, pero sí un
porcentaje de aumento mensual. A lo que nosotros respondimos...
B:
–(Interrumpiendo
a A y mirándolo fijamente, índice en alto)
Escuchame
una cosa, hace 15 días dijimos que los huevos son partidarios del
colesterol, entonces si ya otros años nos arreglamos sin huevos, me
parece que este años tranquilamente podemos prescindir de los
mismos...
A:
–Sí,
claro. Pero esta reunión fue por el precio de los huevos, no por sus
propiedades nutritivas.
B:
–(Mirando
hacia abajo con el ceño fruncido)
Bueno,
pero si daña la salud ya no hay nada más que hablar. El año pasado
en lugar de tortillas cocinamos berenjenas al horno.
A:
–Está
bien, sí, lo recuerdo, pero la semana pasada en la charla que
tuvimos los aquí presentes para preparar flanes con huevo, acordamos
volver a hablar con el señor Vázquez. Aparte las berenjenas están
carísimas.
B:
–(Con
tono crispado)
¡¿Y los huevos no?! Vos
estás diciendo que se habló del precio de los huevos, y de nuestro
compromiso para comprarle durante todo el semestre. No puede monopolizar
el mercado del huevo, ¿se entiende?
A:
–No,
no lo está monopolizando, estamos hablando de una puesta en común.
Nadie determinó comprarle los huevos a él...
B:
–(Sin
escuchar)
Porque
el mismísimo Colón les paró un huevo a los reyes de España, y
acordate cómo terminó el asunto, ¿eh? Con espejitos de colores y
genocidio por doquier. ¿Acaso vos estás a favor del genocidio?
A:
–No,
yo no estoy a favor del genocidio, sólo pretendo llegar a un acuerdo
con los huevos. Esperame un poco que termine de contar así saben en
qué quedó la propuesta...
B:
–Sí, claro, ahora me venís con si primero fue el huevo o la
gallina. ¿Te parece bien cómo crían a los pollos ahora? ¿Eh? Si
el año pasado trabajamos con Greenpeace,
qué te hace un año más seguir con la misma postura.
A:
–(Estupefacto) ¿Quién dijo algo de Greenpeace?
(Se
mete C, en la charla, totalmente desubicado)
C:
–A mí el flan con huevo no me gusta...
Algo
así son las conversaciones que rodean mi ser día a día; alguien
dice, el otro no escucha, ese mismo opina, luego repite lo que creyó
que el otro dijo pero que nunca coincide con lo verdaderamente
expresado, y así las cosas... Y ojo que no estoy hablando de
política, ¿eh? Estoy hablando de asuntos inofensivos, pero con una
afectación descomunal. Mientras tanto... yo miro, callo y aplaudo
con fervor el gran teatro del absurdo. Definitivamente, el silencio es salud.
(Telón)
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